En la Loma de Albornoz viven miles de cartageneros en las condiciones económicas más precarias que uno se pueda encontrar en Colombia. Son vecinos del complejo petroquímico de Mamonal, pero no se han beneficiado de los miles de millones de dólares de inversiones públicas y privadas que ese sector ha recibido en los últimos 30 años.
La Loma de Albornoz es un lamentable ejemplo de lo que ha sido el crecimiento de Cartagena en las últimas décadas. Los servicios públicos son precarios o inexistentes: en muchos sectores no llega la red del acueducto y en otros, donde sí llega el agua, está disponible solo unas pocas horas a la semana. Las vías no están pavimentadas y hay zonas en alto riesgo. El desempleo es alto y la mayoría de las personas subsisten en la informalidad.
Podemos decir que la Loma de Albornoz y las zonas aledañas como Henequén y Arroz Barato, así como los barrios que van desde las faldas de la Popa hasta el Pozón a lo largo de la ciénaga de la Virgen, son la prueba dolorosa de la irresponsabilidad de la dirigencia cartagenera que no ha tenido, en estos tiempos de auge industrial, portuario y turístico, el menor interés en mejorar la situación de pobreza que viven cientos de miles de cartageneros.
En un estudio que publicamos en junio de 2017 con el colega Jhorland Ayala (“Cartagena libre de la pobreza extrema en el 2033”, DTSER, No. 257), mostramos que Cartagena podría lograr en 2033 el promedio de pobreza que tendría el país en ese año si se invierten 641 millones de dólares. Todos los expertos en finanzas públicas que hemos consultado señalan que para una ciudad con el potencial fiscal de Cartagena esa es una cifra completamente manejable. Entonces la pregunta obvia es: ¿por qué no se ha hecho?
No veo otra explicación que la falta de interés por parte de la dirigencia, toda, para mejorar la situación de las personas que viven en condiciones de pobreza extrema. El trabajo del antropólogo Edward Banfield (1958) sobre lo que él llamó el familismo amoral permite entender lo que ha pasado con la dirigencia cartagenera, por lo menos en épocas recientes. Banfield afirmaba que en las sociedades atrasadas a veces es difícil lograr el desarrollo pues predomina una mentalidad en la cual los miembros se orientan a defender exclusivamente los intereses de sus familias, sumado a una falta de compromiso con las acciones colectivas que benefician el conjunto de la sociedad. Para usar un dicho de los viejos cartageneros: “Todo el mundo tira para su propio catabre”.
El obstáculo principal para erradicar la pobreza en Cartagena no es económico ni de orden práctico. Las inversiones que hay que hacer son las básicas: servicios públicos, vías, educación, nutrición, salud, parques, capacitación para el trabajo. Todas ellas tendrían una altísima rentabilidad social. Por esa razón, considero que la crisis de Cartagena es un caso extremo de la crisis de liderazgo que observamos en casi todo el Caribe colombiano.
En la Loma de Albornoz viven miles de cartageneros en las condiciones económicas más precarias que uno se pueda encontrar en Colombia. Son vecinos del complejo petroquímico de Mamonal, pero no se han beneficiado de los miles de millones de dólares de inversiones públicas y privadas que ese sector ha recibido en los últimos 30 años.
La Loma de Albornoz es un lamentable ejemplo de lo que ha sido el crecimiento de Cartagena en las últimas décadas. Los servicios públicos son precarios o inexistentes: en muchos sectores no llega la red del acueducto y en otros, donde sí llega el agua, está disponible solo unas pocas horas a la semana. Las vías no están pavimentadas y hay zonas en alto riesgo. El desempleo es alto y la mayoría de las personas subsisten en la informalidad.
Podemos decir que la Loma de Albornoz y las zonas aledañas como Henequén y Arroz Barato, así como los barrios que van desde las faldas de la Popa hasta el Pozón a lo largo de la ciénaga de la Virgen, son la prueba dolorosa de la irresponsabilidad de la dirigencia cartagenera que no ha tenido, en estos tiempos de auge industrial, portuario y turístico, el menor interés en mejorar la situación de pobreza que viven cientos de miles de cartageneros.
En un estudio que publicamos en junio de 2017 con el colega Jhorland Ayala (“Cartagena libre de la pobreza extrema en el 2033”, DTSER, No. 257), mostramos que Cartagena podría lograr en 2033 el promedio de pobreza que tendría el país en ese año si se invierten 641 millones de dólares. Todos los expertos en finanzas públicas que hemos consultado señalan que para una ciudad con el potencial fiscal de Cartagena esa es una cifra completamente manejable. Entonces la pregunta obvia es: ¿por qué no se ha hecho?
No veo otra explicación que la falta de interés por parte de la dirigencia, toda, para mejorar la situación de las personas que viven en condiciones de pobreza extrema. El trabajo del antropólogo Edward Banfield (1958) sobre lo que él llamó el familismo amoral permite entender lo que ha pasado con la dirigencia cartagenera, por lo menos en épocas recientes. Banfield afirmaba que en las sociedades atrasadas a veces es difícil lograr el desarrollo pues predomina una mentalidad en la cual los miembros se orientan a defender exclusivamente los intereses de sus familias, sumado a una falta de compromiso con las acciones colectivas que benefician el conjunto de la sociedad. Para usar un dicho de los viejos cartageneros: “Todo el mundo tira para su propio catabre”.
El obstáculo principal para erradicar la pobreza en Cartagena no es económico ni de orden práctico. Las inversiones que hay que hacer son las básicas: servicios públicos, vías, educación, nutrición, salud, parques, capacitación para el trabajo. Todas ellas tendrían una altísima rentabilidad social. Por esa razón, considero que la crisis de Cartagena es un caso extremo de la crisis de liderazgo que observamos en casi todo el Caribe colombiano.