Hay oficios que es poco probable que lleguen a automatizarse. El arte sería uno de ellos. Escribir grandes novelas por medio de un software, en la actualidad, es una quimera y ojalá siga siéndolo en el futuro. La investigación académica también es un oficio artesanal, que requiere el cuidado, la atención y la flexibilidad para tomar decisiones todo el tiempo sobre la escogencia de los insumos, el énfasis que se le debe dar a un documento y el contexto en que se debe situar la evidencia. Escribir los resultados de las investigaciones requiere paciencia, concentración y persistencia, es decir, es una obra artesanal en su acepción más íntima.
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Hay oficios que es poco probable que lleguen a automatizarse. El arte sería uno de ellos. Escribir grandes novelas por medio de un software, en la actualidad, es una quimera y ojalá siga siéndolo en el futuro. La investigación académica también es un oficio artesanal, que requiere el cuidado, la atención y la flexibilidad para tomar decisiones todo el tiempo sobre la escogencia de los insumos, el énfasis que se le debe dar a un documento y el contexto en que se debe situar la evidencia. Escribir los resultados de las investigaciones requiere paciencia, concentración y persistencia, es decir, es una obra artesanal en su acepción más íntima.
Es común comparar la escritura con la actividad de cocinar. Hay que escoger los ingredientes, mezclarlos, estar atentos a cómo se comportan durante la cocción y probar para identificar qué podría faltar. Sin embargo, mientras casi todo el mundo dice que con la práctica se mejora el desempeño en el oficio de cocinar, debo decir que escribir en ciencias sociales es radicalmente diferente, pues con los años el desempeño no parece avanzar. Diría que investigar o escribir es un proceso de cocinar, pero en la cabeza. Cuando estamos inmersos en alguna investigación que nos apasiona soñamos con el tema, es como si nuestro cerebro tomara la evidencia y la fuera cocinando a fuego lento, muy lento, y vamos avanzando por niveles de comprensión cada vez más complejos e interrelacionados.
Son temas sobre los que he estado reflexionando en estos tiempos de encierro y COVID-19, en relación con una investigación que estoy adelantando. Y como casualmente es un tema afín al primer trabajo de investigación que publiqué en mi vida, hace 41 años, me he sorprendido por las marcadas diferencias entre cómo trabajaba antes y cómo lo hago ahora. Por ejemplo, no avanzo más rápido, sino todo lo contrario: cuando estaba joven escribía rápido y de un solo tirón, a mano (no había computadores) y luego lo pasaba a máquina de escribir sin mayores cambios. Ahora el computador me permite hacer cambios una y otra vez. Pero, sobre todo, observo que avanzo lento, casi tortuosamente.
Creo que son varias las razones por las cuales se me dificulta más que antes escribir los resultados de una investigación, pero resalto tres: ya no me rijo por un paradigma de una forma más o menos fiel, sino que los uso promiscua e irrespetuosamente a mi antojo —esto hace que sea más complejo el trabajo y su resultado—; tengo una mayor formación intelectual, lo que resulta en contextos más variados y múltiples interrelaciones; finalmente, debido a avances como el internet y por tener una perspectiva más amplia de la evidencia válida, hay una profusión de fuentes utilizables.
Esto es lo que pensaba, pero comentándole lo anterior a un amigo escritor me dio una razón adicional que me entristeció: la vitalidad a esta edad no es igual. Un motivo más para concentrar todas mis energías en este proyecto de investigación, que realizo con dificultad, alegría y entusiasmo.
Coletilla. Para concentrarme en un libro que estoy terminando, suspendo mi colaboración con este periódico que me ha acogido siempre con gran generosidad. Mis agradecimientos a su director y colaboradores.