Ya nadie se atreve a decir que los días del régimen chavista están contados. Algunos dicen que es posible que Maduro salga, pero que sería reemplazado por alguien del mismo régimen. Pero la crisis a la que ha llevado el chavismo a Venezuela es evidente y el desastre económico, creciente. Nunca en la historia económica de América Latina se había producido una caída tan grande en la producción, ni siquiera durante la Gran Depresión de 1929-1933. La pregunta obvia es: ¿por qué no se cae la dictadura chavista?
Para entender lo que sucede en Venezuela es muy útil repasar la obra de Albert O. Hirschman. Él fue uno de los economistas del desarrollo más influyentes entre 1960 y 1980. Muchos consideran que el Premio Nobel de Economía que se le otorgó a Arthur Lewis en 1979, por sus aportes a la economía del desarrollo, debió haber sido para Hirschman.
En la actualidad los economistas no leen mucho a Hirschman y tal vez su obra tiene más público entre politólogos y sociólogos. Uno de los trabajos que más gozan de popularidad entre estos profesionales es Salida, voz y lealtad, un libro en el que Hirschman sostiene que, ante el mal funcionamiento de una organización o Estado, los individuos tienen dos opciones para expresar su inconformidad: la salida o la voz. La voz es sobre todo política y de confrontación. Las marchas de protesta son un buen ejemplo de la voz. Por su parte, la salida es sobre todo un comportamiento económico: dejamos de comprar un producto o emigramos.
De acuerdo con Hirschman, la opción de la voz se ejerce en situaciones donde no es posible o resulta costosa la salida. Sin embargo, si fracasa la voz, la gente apela a la salida, así esta sea costosa. Eso hemos visto en Venezuela, donde en los últimos años han emigrado más de cuatro millones de habitantes, lo cual representa más del 10 % de la población.
La emigración masiva de venezolanos ha beneficiado al régimen chavista por una doble vía. Por un lado, los millones de venezolanos que han salido de su país han reducido la presión sobre la producción local, la cual es bastante menor que la que había hace unos pocos años. Por el otro, muchos de los que han emigrado eran opositores al régimen e incluso dirigentes de esa oposición. El daño para la economía venezolana de esa emigración forzada se verá en el largo plazo, cuando el país empiece a tener tasas de crecimiento más bajas que las que hubiera tenido si ese capital humano estuviera en el país aportando su capacidad, talento y creatividad.
¿Cómo terminará todo esto? Se podrían vislumbrar dos posibles salidas, ambas dolorosas para la mayoría de la población del vecino país. Una de ellas es que un solo hecho trivial desate la ira popular y el pueblo enardecido decida tomarse “la Bastilla” y “Versalles”. La otra es que el retroceso económico lleve al ahondamiento de las divisiones internas del régimen y uno tras otro los “Robespierre” vayan cayendo aplastados por su propia máquina infernal, para dar cabida a un militar, “leal al proyecto chavista, no a los dirigentes de turno”, pero que esté comprometido con superar ese caos: un Napoleón del Arauca vibrador.
Ya nadie se atreve a decir que los días del régimen chavista están contados. Algunos dicen que es posible que Maduro salga, pero que sería reemplazado por alguien del mismo régimen. Pero la crisis a la que ha llevado el chavismo a Venezuela es evidente y el desastre económico, creciente. Nunca en la historia económica de América Latina se había producido una caída tan grande en la producción, ni siquiera durante la Gran Depresión de 1929-1933. La pregunta obvia es: ¿por qué no se cae la dictadura chavista?
Para entender lo que sucede en Venezuela es muy útil repasar la obra de Albert O. Hirschman. Él fue uno de los economistas del desarrollo más influyentes entre 1960 y 1980. Muchos consideran que el Premio Nobel de Economía que se le otorgó a Arthur Lewis en 1979, por sus aportes a la economía del desarrollo, debió haber sido para Hirschman.
En la actualidad los economistas no leen mucho a Hirschman y tal vez su obra tiene más público entre politólogos y sociólogos. Uno de los trabajos que más gozan de popularidad entre estos profesionales es Salida, voz y lealtad, un libro en el que Hirschman sostiene que, ante el mal funcionamiento de una organización o Estado, los individuos tienen dos opciones para expresar su inconformidad: la salida o la voz. La voz es sobre todo política y de confrontación. Las marchas de protesta son un buen ejemplo de la voz. Por su parte, la salida es sobre todo un comportamiento económico: dejamos de comprar un producto o emigramos.
De acuerdo con Hirschman, la opción de la voz se ejerce en situaciones donde no es posible o resulta costosa la salida. Sin embargo, si fracasa la voz, la gente apela a la salida, así esta sea costosa. Eso hemos visto en Venezuela, donde en los últimos años han emigrado más de cuatro millones de habitantes, lo cual representa más del 10 % de la población.
La emigración masiva de venezolanos ha beneficiado al régimen chavista por una doble vía. Por un lado, los millones de venezolanos que han salido de su país han reducido la presión sobre la producción local, la cual es bastante menor que la que había hace unos pocos años. Por el otro, muchos de los que han emigrado eran opositores al régimen e incluso dirigentes de esa oposición. El daño para la economía venezolana de esa emigración forzada se verá en el largo plazo, cuando el país empiece a tener tasas de crecimiento más bajas que las que hubiera tenido si ese capital humano estuviera en el país aportando su capacidad, talento y creatividad.
¿Cómo terminará todo esto? Se podrían vislumbrar dos posibles salidas, ambas dolorosas para la mayoría de la población del vecino país. Una de ellas es que un solo hecho trivial desate la ira popular y el pueblo enardecido decida tomarse “la Bastilla” y “Versalles”. La otra es que el retroceso económico lleve al ahondamiento de las divisiones internas del régimen y uno tras otro los “Robespierre” vayan cayendo aplastados por su propia máquina infernal, para dar cabida a un militar, “leal al proyecto chavista, no a los dirigentes de turno”, pero que esté comprometido con superar ese caos: un Napoleón del Arauca vibrador.