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La primera vez que salí a correr por las calles tenía 17 años. Recuerdo que salí por el parque, sin música en los oídos ni un reloj en las manos. A ese día le siguieron más, en otros años, en otros lugares. A veces corría en una ciudad nueva, entre calles desconocidas y personas que no volvería a ver, y guardaba las imágenes en un álbum mental que a veces, en algún momento de emoción, describía a algún cercano.
Correr se convirtió en algo tan personal y privado como comer, rezar o escribir los deseos sobre una hoja nueva. Salía al amanecer, mientras los demás dormían y regresaba sin explicaciones con una sensación de poder y libertad que duraba todo el día. Corrí hasta el 2013. En ese entonces, un dolor que se sentía como agujas dentro del pie izquierdo me llevó al quirófano un año después.
Los cuidados del cirujano y un miedo instalado me tuvieron por fuera de las calles hasta hace unas semanas que conocí a Diego Ortega, un abogado que dejó su oficio para correr, estudiar y aprender a hacerlo de la mejor forma. Esa mezcla de gusto, experiencia personal y conocimiento lo llevó a crear, en Medellín, un equipo llamado Runmaker al que ya pertenecen más de 200 personas a quienes acompaña, con honestidad y sin discursos de perfección, en la voluntad individual, cualquiera que sea: correr en una maratón, sentirse mejor, superar una lesión, encontrar tranquilidad, cuidar el cuerpo, tener salud o mejorar un tiempo. Después de ver la experiencia de una persona cercana y querida, me animé a preguntarle a él si tal vez me podía responder unas preguntas y ayudarme, para volver.
Cuando aceptó pensé en arrepentirme y él, buen conocedor de los caminos de la mente, sugirió que por lo menos permitiera la oportunidad: “Empezamos de menos a más”, dijo. Después de varias semanas en las calles y de ver cómo trabaja, recordé hace poco unas frases de ese libro escrito por el neurocientífico Mariano Sigman, El poder de las palabras, del que hablé aquí hace algunas semanas: “La reacción al miedo es el ataque, la huida, la parálisis o la sumisión”. Y es que la forma en que interpretamos los episodios y las palabras que escogemos para recordarlos y nombrarlos nos lleva a crear estigmas, limitaciones o problemas que a veces nos congelan.
Aunque algunos piensen que frases así se tratan de discursos correspondientes a la mal llamada “autoayuda”, la verdad es que de ese miedo salimos cuando tenemos la capacidad de vernos a nosotros mismos sin el peso del pasado y cuando nos encontramos con personas que creen en nosotros más de lo que a veces creemos inicialmente en nosotros mismos. En ese libro, Mariano Sigman también menciona algo que Diego Ortega sabe: “El poder de los pequeños grupos no proviene de su autoridad, sino de su compromiso con la causa”.
Si miramos la historia y la realidad de Colombia, vemos entre muchos la presencia de esas emociones tristes que mencionó Mauricio García Villegas en su libro El país de las emociones tristes, sumadas a la falta de rigor, disciplina y compromiso con las causas y situaciones diarias. El domingo anterior, Diego invitó a la gente a correr juntos. El cielo y las calles se llenaron de una lluvia suave y el presentido aviso de cancelación nunca llegó. Sin juicios y con certeza, esperó a su gente sin drama y sin excusas, para dar lo mejor.
