Es uno de los mejores escritores de Colombia y muchos no lo conocen todavía. En la última edición de la Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín, la fila para verlo empezó una hora y media antes y muchos se quedaron sin escucharlo: el auditorio se llenó con rapidez. El evento lo guio con inteligencia y gracia la escritora Carolina Sanín, quien después de leer Al oído de la cordillera (2011) escribió una reseña sobre ese libro para la revista Arcadia. Lo conoció como suele pasar con él: a través de una casualidad no recordada, y después es difícil desprenderse de sus textos sobre viajes por la naturaleza o la ciudad con detalles agudos y sensibilidad carente de juicios. Ella lo define como “un autor con una sensibilidad rara en Colombia, y una delicadeza única para conectar planos diversos del saber y la observación. Su desentrañamiento del sentido poético del fenómeno natural arrastra e ilustra al lector”.
Sus libros han sido publicados por las editoriales Eafit y Atarraya, ambas de Medellín, y sin los presupuestos de las editoriales grandes y conocidas. No acostumbra a estar en fiestas o eventos literarios y su nombre no aparece mucho en periódicos, revistas o redes sociales. Libre de poses y ego fuerte, este geólogo tiene la humildad de los científicos que, después de conocer la inmensidad de la naturaleza y sus movimientos, son incapaces de cualquier vanidad. En él no hay ansiedad y hay un verbo que usa con frecuencia: fluir.
Este año, Ignacio Piedrahíta ha publicado dos libros que según él lo dejaron vacío, por ahora: El velo que cubre la piedra y Grávido río. El primero es un conjunto de relatos breves publicado por la editorial Atarraya, donde habla de la “topografía de los días”, el paisaje, las piedras cubiertas por un velo que es la tierra o árboles que resisten en una avenida. Al comienzo de este libro está Piedras parlantes, el único poema que ha escrito: “Las piedras no gritan, hablan al oído. Testigos de cataclismos, prefieren ahorrar palabras. Se limitan a sugerir el primer aullido del tiempo, el pliegue de la cordillera, el bostezo de la montaña”.
Grávido río es un relato por el río Magdalena que cuenta lo que ocurre con el paisaje y las personas del camino: “Pero, así como el Magdalena descubre a su paso la intimidad de sus antecesores, también va construyendo su presente. Forma sus propias playas y bancos de arena, deposita cieno en el fondo de las lagunas, abandona súbitamente brazos que no usa, que se llenan con otros sedimentos. En su actividad incansable, el río trabaja no para otros, sino únicamente para sí mismo. Porque lo que va forjando es un camino, su propio camino, y en ninguna otra cosa se entretiene. Toma desvíos, vueltas, trenzas, que son intentos de una búsqueda permanente de la senda más corta hacia el mar. También cualquier vida es un recorrido”. Después de leer la obra de Ignacio Piedrahíta, creo que a los lectores nos ocurre lo mismo que a los personajes de los libros buenos: después del viaje por la historia, uno ya no vuelve a mirar igual, a ser el mismo.
Es uno de los mejores escritores de Colombia y muchos no lo conocen todavía. En la última edición de la Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín, la fila para verlo empezó una hora y media antes y muchos se quedaron sin escucharlo: el auditorio se llenó con rapidez. El evento lo guio con inteligencia y gracia la escritora Carolina Sanín, quien después de leer Al oído de la cordillera (2011) escribió una reseña sobre ese libro para la revista Arcadia. Lo conoció como suele pasar con él: a través de una casualidad no recordada, y después es difícil desprenderse de sus textos sobre viajes por la naturaleza o la ciudad con detalles agudos y sensibilidad carente de juicios. Ella lo define como “un autor con una sensibilidad rara en Colombia, y una delicadeza única para conectar planos diversos del saber y la observación. Su desentrañamiento del sentido poético del fenómeno natural arrastra e ilustra al lector”.
Sus libros han sido publicados por las editoriales Eafit y Atarraya, ambas de Medellín, y sin los presupuestos de las editoriales grandes y conocidas. No acostumbra a estar en fiestas o eventos literarios y su nombre no aparece mucho en periódicos, revistas o redes sociales. Libre de poses y ego fuerte, este geólogo tiene la humildad de los científicos que, después de conocer la inmensidad de la naturaleza y sus movimientos, son incapaces de cualquier vanidad. En él no hay ansiedad y hay un verbo que usa con frecuencia: fluir.
Este año, Ignacio Piedrahíta ha publicado dos libros que según él lo dejaron vacío, por ahora: El velo que cubre la piedra y Grávido río. El primero es un conjunto de relatos breves publicado por la editorial Atarraya, donde habla de la “topografía de los días”, el paisaje, las piedras cubiertas por un velo que es la tierra o árboles que resisten en una avenida. Al comienzo de este libro está Piedras parlantes, el único poema que ha escrito: “Las piedras no gritan, hablan al oído. Testigos de cataclismos, prefieren ahorrar palabras. Se limitan a sugerir el primer aullido del tiempo, el pliegue de la cordillera, el bostezo de la montaña”.
Grávido río es un relato por el río Magdalena que cuenta lo que ocurre con el paisaje y las personas del camino: “Pero, así como el Magdalena descubre a su paso la intimidad de sus antecesores, también va construyendo su presente. Forma sus propias playas y bancos de arena, deposita cieno en el fondo de las lagunas, abandona súbitamente brazos que no usa, que se llenan con otros sedimentos. En su actividad incansable, el río trabaja no para otros, sino únicamente para sí mismo. Porque lo que va forjando es un camino, su propio camino, y en ninguna otra cosa se entretiene. Toma desvíos, vueltas, trenzas, que son intentos de una búsqueda permanente de la senda más corta hacia el mar. También cualquier vida es un recorrido”. Después de leer la obra de Ignacio Piedrahíta, creo que a los lectores nos ocurre lo mismo que a los personajes de los libros buenos: después del viaje por la historia, uno ya no vuelve a mirar igual, a ser el mismo.