Viajé a Medellín en plan turístico familiar. La agenda incluyó Parque Explora, Plaza Botero, Parque de la Conservación, Museo de Antioquia y Grafitour de la Comuna 13 por las escaleras eléctricas del barrio Las Independencias. Los seis tramos de escaleras inauguradas por el alcalde Alonso Salazar en 2012 son hoy el atractivo más visitado de la ciudad: entre enero y septiembre de 2024 recibieron más de 1,5 millones de turistas. Sigue el Parque Arví con 668.000.
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Viajé a Medellín en plan turístico familiar. La agenda incluyó Parque Explora, Plaza Botero, Parque de la Conservación, Museo de Antioquia y Grafitour de la Comuna 13 por las escaleras eléctricas del barrio Las Independencias. Los seis tramos de escaleras inauguradas por el alcalde Alonso Salazar en 2012 son hoy el atractivo más visitado de la ciudad: entre enero y septiembre de 2024 recibieron más de 1,5 millones de turistas. Sigue el Parque Arví con 668.000.
Al salir de la estación San Javier del metro nos abordan varios guías. Negociamos el precio y tomamos un alimentador. 10 minutos después empezamos una caminata de tres horas en la que el guía reitera: “Esto es estrato uno, pero todos tenemos servicios públicos” y “el barrio está transformado”. También dice que todos, incluyendo al conductor del bus, pagan vacuna semanal, y que podemos estar tranquilos: “Este barrio solo tiene dos salidas. Hay cámaras. Tenemos un grupo de WhatsApp y si pasa algo alertamos”. No veo policías.
La primera parada es en una “casa neón”. Visitamos varias. Pequeños espacios oscuros cubiertos con grafitis de piso a techo. Prestan gafas para ver pinturas en 3D. La propina es voluntaria.
Muchas terrazas ofrecen cocteles cannábicos, micheladas de colores y almuerzo. El atractivo es la vista panorámica. “Esta comuna es tan grande que tiene la mayor fosa común de Latinoamérica”. “¿Saben qué es una fosa común?”, pregunta el guía a los niños, mientras señala La Escombrera. “Allá hay desaparecidos de Orión”.
Mi hija de 12 años aún no dimensiona qué fue Orión, la mayor operación militar urbana en Colombia, realizada en 2002, y que derivó en masacre. “Este grafiti es un homenaje a las víctimas. Hay lágrimas y sangre”, comenta el guía. También hay grafitis de rap, anime, manga, hongos y animales. “Cada artista tiene su espacio y cada ocho meses lo renuevan”.
Avanzamos por laberintos de escaleras atiborradas de extranjeros. Hay ventas de imanes para la nevera con la cédula de Pablo Escobar y “Yo amo la Comuna 13″; gorras y camisetas que dicen “Parce”, “Bichota”, “Qué chimba, mor”, “Mañana será bonito” y entradas al Museo del Café, al Museo de la Esmeralda y a la Pacha Mama, “con foto instagrameable” sobre una mano gigante.
Leo: “Las del doble sentido: aprieto… hundo, saco, chupo, muerdo”. Es una venta de helados de maracumango, con sal y limón. El aviso exhibe fotos de famosos que han estado ahí: todos los reguetoneros de moda. La música de las terrazas se mezcla con la de los parlantes de bailarines de hiphop, breakdance y danza urbana. Oigo rap y trova paisa. El salpicón auditivo coincide con el visual. El guía ofrece: “Ese está vestido de Pablo, por si quieren una foto”. Se ve como Wagner Moura, el brasilero de Narcos, la serie de Netflix. Escobar no tuvo relación con la violencia de este barrio, pero su rostro es omnipresente.
Mi sobrino se lanza por un tobogán colorido. El guía cuenta: “este parquecito es un homenaje a un niño de nueve años que murió por una bala perdida”.
Regresamos al metro. Rumio este recorrido carnavalero y bulloso por el territorio de al menos 435 posibles víctimas de desaparición forzada, según la JEP. Llamo a un amigo que vive en la Comuna 13 y me explica: “Mucho de lo que viste es maquillaje: aquí siguen matando gente”.