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A 39 años de la toma y retoma del Palacio de Justicia, cuando algunos agitan las banderas del M-19 y romantizan sus acciones bélicas como si fuera eso lo que debiéramos recordar, en vez de la firma de la paz y la participación en la Constituyente de 1991, vale la pena escribir sobre Fanny González Franco. Su nombre lo llevan hoy el Palacio de Justicia de Manizales, un barrio de esta ciudad y el centro de conciliación de la Universidad de Caldas, pero muchos tienen apenas una vaga idea de quién fue ella: “una magistrada que murió en el Palacio de Justicia”.
No murió. La mataron. No era “una magistrada”. Era la única. La mañana del 6 de noviembre de 1985, llegó a la oficina 414 de la Sala Laboral de la Corte, donde estudiaba expedientes con la minuciosa dedicación que usan las mujeres para demostrar que sí merecen la silla que ocupan. Tenía 53 años y ya sentía próxima la jubilación que le permitiría retornar a vivir cerca de su numerosa familia de 19 hermanos, muchos de ellos con hijos y nietos.
Los relatos sobre su vida suelen repetir el adjetivo “primera”: en 1954, cuando Colombia apenas aprobaba el voto femenino, se convirtió en la primera mujer que se graduó como abogada Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín. Hizo la judicatura en Aguadas, Caldas, municipio que hasta entonces no había tenido la oportunidad de estrenar la palabra “jueza”. Luego pasó a un juzgado laboral en Manizales y volvió a ser la primera cuando la nombraron magistrada del Tribunal de Pereira, en 1960. Nunca una mujer había ocupado ese rol en Risaralda, y repitió proeza cuando se posesionó en el Tribunal de Manizales.
Si hoy las mujeres siguen siendo minoría en los tribunales y cortes, dimensionen lo que fue esta gesta hace 60 años. Abogadas como ella eran tan escasas que en la Corte Suprema de Justicia empezaron a notarla, hasta que la llamaron. Llegó en marzo de 1984 como magistrada de la Sala Laboral, primero en provisionalidad hasta que fue nombrada en propiedad. Otra vez fue la primera. Solo existía el antecedente de Rosa Aydée Anzola Linares, quien llegó al Consejo de Estado en 1978.
El expresidente de la Corte, Juan Hernández Sáenz escribió sobre ella en el informe de la Comisión de la Verdad sobre los hechos del Palacio de Justicia: “sus sentencias de casación son modelo de pulcritud en el idioma utilizado”. En ellas se evidencia “el espíritu de justicia verdadera y no apenas formal y aparente” con “intrepidez honrada en sus decisiones”
Sobre lo que ocurrió el 6 de noviembre de 1985, se sabe que estuvo al menos cinco horas encerrada en su oficina, junto con su secretaria Cecilia. A las 4:36 p.m. habló por teléfono con su hermano Otoniel y le dijo: “vine a la Corte a administrar justicia en nombre de la República de Colombia... no a llorar ni a pedir clemencia. Dios está conmigo”. En medio de la llamada se oyó que decían “Abra la puerta. Somos guerrilleros del M-19 y queremos dialogar con la magistrada”.
Pasaron 16 años para que otra mujer, ya en el siglo XXI, pudiera llegar a la Corte Suprema.