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El Espectador nos invitó a celebrar la Navidad escribiendo algo amable sobre personas de corrientes ideológicas opuestas y pensé en Paloma Valencia. No coincido con sus posiciones, pero es tramposo que la señalen por lo que hizo su abuelo, el expresidente Guillermo León Valencia. Si los argumentos de sangre fueran válidos, ella podría reclamar como propio el mérito de su tía abuela Josefina Valencia en la lucha por el voto femenino colombiano.
Iba a escribir sobre Paloma Valencia, pero se me adelantaron. De hecho, tras una semana de esta #TreguaDeNavidad es evidente que ubicar la orilla contraria en el uribismo no solo fue mi reacción sino también la de numerosos columnistas de El Espectador.
Repasé entonces militantes menos conocidos y recordé a Miguel Matus Alvarado. En 2009 Matus era un joven periodista de Arauca, recién graduado de la universidad, que trabajaba en Noticias RCN. Lo que le faltaba en experiencia le sobraba en simpatía. Yo era la jefe de comunicaciones de la Registraduría y las ruedas de prensa sobre las cuentas de la recolección de firmas del referendo para la segunda reelección de Álvaro Uribe incluían conceptos técnicos como “umbral”, “censo electoral”, “comité promotor” y “dictamen grafológico”. Matus escuchaba y luego, cuando se iban los colegas, pedía: “Explíquenme con plastilina”. Con sencillez, risas y trabajo se hizo querer de mucha gente. Casi una década después me sorprendí cuando lo vi de candidato al Senado por el Centro Democrático. Yo jamás votaría por su partido, pero me alegró que a él lo respaldaran más de 20.000 personas.
La sonrisa que me produce Matus por su laboriosidad y buen sentido del humor contrasta con lo que me generan muchos militantes del Centro Democrático. La plebitusa es hasta hoy la tusa más larga de mi vida y el gobierno de Iván Duque demuestra que es falso que hoy estemos peor que antes (llamar a los niños “máquinas de guerra” fue una infamia inolvidable). La disonancia entre lo que opino sobre el Centro Democrático y el cariño por mi amigo Matus es aún más pronunciada cuando pienso en mi uribista favorito: un militante pura sangre de los que marchan contra Petro y que votaría por Donald Trump si pudiera. Se llama Germán Villegas Naranjo, un jubilado, viajero, conservador y conversador de carcajada fácil, que en pocos días cumplirá 77 años. Lo quiero con toda el alma porque ese uribista es mi papá.
Crecí en un hogar en el que nos enseñaron a pensar con libertad sin instruirnos sobre qué debíamos pensar. Soy atea y mi papá es de misa diaria. Mi orilla le encaja a él la etiqueta de “uribestia” o “paraco”, y en la de él yo soy “mamerta”, “guerrillera” o “comunista”, porque todavía hay quien cree que “comunista” es un insulto. Podemos admirarnos y querernos en las diferencias, porque las ideas políticas y religiosas son apenas aristas de la inmensa complejidad que nos define como humanos. El abanico de nuestros temas es tan diverso que no requerimos las noticias políticas diarias para mantener un diálogo respetuoso, cálido y permanente. Nuestra #TreguaDeNavidad es, por suerte, una decisión de amor para toda la vida.