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“Necesito hablar contigo”, me dijo una amiga. Salimos a comer. Fuimos calentando la conversación mientras nos contábamos lo que nos había pasado desde la última vez que nos vimos. Fue sobre todo ella quien se dedicó a hacerme preguntas. Me escuchaba con mucha atención. La notaba sensible, porque mientras yo hablaba, sus ojos se llenaban de lágrimas. Finalmente, decidió abrir su corazón y contarme. “Es algo fuerte”, me dijo, mientras un nudo le atrapaba la garganta. Lágrimas grandes rodaron por sus mejillas. Solo el amor es capaz de provocar emociones tan intensas.
Mi amiga lleva un año en una relación estable y muy bonita con un hombre a quien respetaba y amaba profundamente. De hecho, su pareja es un querido amigo mío, y fui yo quien los presentó durante una comida. Él es un hombre noble, inteligente y sensible. Me llenaba de alegría ver cómo su amor había crecido durante este último año, especialmente porque ella venía de una relación tóxica y difícil, que terminó en una separación muy dolorosa. Finalmente, estaba recuperando la esperanza en el amor. Había vuelto a abrir las puertas de su corazón y a confiar en el amor. “El amor es posible”, me repetía a menudo al hablar de su pareja. Poco a poco, estaba sanando las heridas del pasado.
Pero ahora había sucedido algo inesperado, no deseado, ni buscado. Salió a cenar con unas amigas y conoció a un poeta. Cuando él leyó uno de sus poemas, inspirado en los dolores de su pasado, fue como si las barreras de su corazón se hubieran roto y un torrente de amor la invadiera. “Me enamoré de una manera tan intensa, y él también de mí”, me confesó. “Siento que es algo que tengo que explorar y no puedo reprimir”, agregó, entre sollozos. Me dijo que había sentido la necesidad de ser sincera y honesta con su pareja. Él, con su nobleza, aunque muy confuso, la escuchó y la respetó. La dejó libre, y es esa calidad de amor la que ahora le dolía aún más a mi amiga. “Porque estábamos creciendo, no estábamos estancados. Él nunca hizo nada malo y, además, es un ser hermoso”, me dijo. “Siento que hice un holocausto de lo más bonito que tenía”, concluyó con un suspiro.
¡Qué difícil es vivir el amor auténtico! Vivirlo en la verdad, en lugar de en la mentira y el engaño, que inevitablemente terminan envenenando cualquier relación y destruyendo el amor. Me pregunto: ¿un amor como el que vivía mi amiga con su pareja puede realmente terminar? ¿O más bien se transforma? Dice el poeta Khalil Gibran en El Profeta: “El amor no posee ni quiere ser poseído, porque el amor es suficiente para el amor”. El amor, si es verdaderamente tal, es libre y se transforma, pero no termina. Encuentra nuevas formas de expresión; quizás incluso se eleva, creando vínculos auténticos y profundos. Porque, al final, el amor es un devenir: cambia, evoluciona y es capaz de alcanzar formas más plenas. Eso es lo que deseo para mi amiga y su pareja: que su amor, tras el duelo necesario, pueda vivir este devenir. Sé que es posible. Yo ya lo viví.