¿Vieron el mar de jóvenes que el pasado sábado se tomó a Washington para exigirle a la clase política estadounidense un cambio radical sobre el control de armas?
La manifestación de más de un millón de jóvenes fue algo sin precedentes. Es la primera vez que una multitud tan significativa de adolescentes ha tomado la iniciativa de marchar para exigir un cambio, que va mucho más allá de un cambio puramente legislativo.
Porque, detrás de las exigencias manifestadas en Washington, a estas nuevas generaciones las mueve el deseo de una transformación que radica en un sentir propio de la llamada generación Z. O sea, sueñan con una sociedad que no arraiga su esencia en el miedo al otro, donde la política es el permanente ejercicio de producir enemigos, sino una sociedad donde se vive la valorización y el encuentro con el otro. Es un mundo donde la diversidad no es percibida como una amenaza, sino como una oportunidad y un recurso. Es una sociedad privada de indiferencia, porque nos reconocemos en el otro.
De hecho, hay una diferencia cultural profunda entre los promotores en los Estados Unidos de la notoria NRA, la Asociación Nacional del Rifle, y los jóvenes que marcharon el sábado. Efectivamente, el influyente lobby perpetúa una cultura de las armas que presupone el miedo hacia el otro, quien es percibido potencialmente como una amenaza a la vida y a la propiedad. Es decir, promueve una sociedad que no es nada más que la suma de individuos aislados y separados, y donde lo único que importa es la individualidad, la propiedad y los allegados. Es una sociedad de muros, que quiere erigir aún mas muros y que por lo tanto termina siendo una sociedad paranoica.
Por el contrario, los adolescentes y los jóvenes de la generación Z están cansados de vivir en una sociedad fragmentada, constipada y temerosa, porque quieren ser protagonistas de una sociedad fluida, sana, marcada por una condición de bienestar compartido. Impulsadas por la tecnología exponencial y disruptiva, las nuevas generaciones están hambrientas de autenticidad, de experiencias, de múltiples conversaciones y encuentros. Es una generación que en lugar de comprar un auto nuevo prefiere utilizar Uber, y que en lugar de comprar la primera casa prefiere girar el mundo y quedarse en los cuartos de un Airbnb. Es una generación con un nuevo sentir, porque presupone, quiere y anhela el encuentro con el otro. Para los jóvenes de hoy, la diversidad no es una amenaza, sino que es algo cool.
Por eso quieren una sociedad libre de armas y de violencia. No solamente porque a su joven edad ya han tenido que enfrentar lo absurdo de la violencia, que quita la vida que ellos tanto aman, sino también porque una sociedad llena de armas es la negación de lo que ellos creen y quieren para su vida. Por eso, no es descabellado pensar que el despertar político al cual estamos asistiendo entre los jóvenes que marcharon el pasado sábado también dará forma, cada vez más, a una nueva cultura política y económica.
¿Vieron el mar de jóvenes que el pasado sábado se tomó a Washington para exigirle a la clase política estadounidense un cambio radical sobre el control de armas?
La manifestación de más de un millón de jóvenes fue algo sin precedentes. Es la primera vez que una multitud tan significativa de adolescentes ha tomado la iniciativa de marchar para exigir un cambio, que va mucho más allá de un cambio puramente legislativo.
Porque, detrás de las exigencias manifestadas en Washington, a estas nuevas generaciones las mueve el deseo de una transformación que radica en un sentir propio de la llamada generación Z. O sea, sueñan con una sociedad que no arraiga su esencia en el miedo al otro, donde la política es el permanente ejercicio de producir enemigos, sino una sociedad donde se vive la valorización y el encuentro con el otro. Es un mundo donde la diversidad no es percibida como una amenaza, sino como una oportunidad y un recurso. Es una sociedad privada de indiferencia, porque nos reconocemos en el otro.
De hecho, hay una diferencia cultural profunda entre los promotores en los Estados Unidos de la notoria NRA, la Asociación Nacional del Rifle, y los jóvenes que marcharon el sábado. Efectivamente, el influyente lobby perpetúa una cultura de las armas que presupone el miedo hacia el otro, quien es percibido potencialmente como una amenaza a la vida y a la propiedad. Es decir, promueve una sociedad que no es nada más que la suma de individuos aislados y separados, y donde lo único que importa es la individualidad, la propiedad y los allegados. Es una sociedad de muros, que quiere erigir aún mas muros y que por lo tanto termina siendo una sociedad paranoica.
Por el contrario, los adolescentes y los jóvenes de la generación Z están cansados de vivir en una sociedad fragmentada, constipada y temerosa, porque quieren ser protagonistas de una sociedad fluida, sana, marcada por una condición de bienestar compartido. Impulsadas por la tecnología exponencial y disruptiva, las nuevas generaciones están hambrientas de autenticidad, de experiencias, de múltiples conversaciones y encuentros. Es una generación que en lugar de comprar un auto nuevo prefiere utilizar Uber, y que en lugar de comprar la primera casa prefiere girar el mundo y quedarse en los cuartos de un Airbnb. Es una generación con un nuevo sentir, porque presupone, quiere y anhela el encuentro con el otro. Para los jóvenes de hoy, la diversidad no es una amenaza, sino que es algo cool.
Por eso quieren una sociedad libre de armas y de violencia. No solamente porque a su joven edad ya han tenido que enfrentar lo absurdo de la violencia, que quita la vida que ellos tanto aman, sino también porque una sociedad llena de armas es la negación de lo que ellos creen y quieren para su vida. Por eso, no es descabellado pensar que el despertar político al cual estamos asistiendo entre los jóvenes que marcharon el pasado sábado también dará forma, cada vez más, a una nueva cultura política y económica.