Veo a Mike sentado detrás de una pequeña mesa, en un rincón remoto y oscuro del restaurante, de espaldas a la pared, envuelto en una sobredimensionada chaqueta de cuero. No se da cuenta de mi presencia. Su mirada oriental está absorta en la pantalla del celular de la que emana una luz fría que acentúa las arrugas de su rostro. Mi amigo me parece envejecido, cansado, hasta perdido. Lo saludo mientras aparto la silla de la mesa para sentarme frente a él. Mike no se levanta para darme un abrazo, como suele hacer; lentamente eleva la mirada y me sonríe. Más tarde, cuando la botella de vino y los platos están vacíos, me revela por qué pidió verme. Afuera, mientras tanto, ha comenzado una tormenta.
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Veo a Mike sentado detrás de una pequeña mesa, en un rincón remoto y oscuro del restaurante, de espaldas a la pared, envuelto en una sobredimensionada chaqueta de cuero. No se da cuenta de mi presencia. Su mirada oriental está absorta en la pantalla del celular de la que emana una luz fría que acentúa las arrugas de su rostro. Mi amigo me parece envejecido, cansado, hasta perdido. Lo saludo mientras aparto la silla de la mesa para sentarme frente a él. Mike no se levanta para darme un abrazo, como suele hacer; lentamente eleva la mirada y me sonríe. Más tarde, cuando la botella de vino y los platos están vacíos, me revela por qué pidió verme. Afuera, mientras tanto, ha comenzado una tormenta.
Mike, quien es filipino, me cuenta que hace unos meses conoció online a una chica de Taiwán. Después de algunas conversaciones, cedió a la invitación de enviarle fotos y videos explícitos a su WhatsApp. Ahora esas imágenes están colgadas en un sitio web porno y la chica se ha desvanecido. “Siento vergüenza e ira profunda”, me dice mientras presiona el índice derecho contra el esternón, como para indicar el punto donde más le duele.
Me acordé de esta conversación al ver por estos días la serie Intimidad, recién estrenada en Netflix. Inspirada en hechos reales, es la historia de dos mujeres, una obrera y una aspirante a la alcaldía, cuyas reputaciones se ven alteradas por unos videos sexuales que se difunden viralmente en la red, desencadenando una tormenta perfecta. Las dos protagonistas asumen decisiones opuestas frente a la exposición pública y son precisamente las consecuencias de estas decisiones, y el impacto que tienen en sus vidas y en las de sus allegados, las que rigen el argumento de la serie. Como cada historia bien contada, Intimidad propone una crítica social sobre nuestra intimidad y su relación con la libertad y la transparencia, cuando nuestra cotidianidad está expuesta a la intrusión de las nuevas tecnologías y las redes sociales.
Pero uno se pregunta si en realidad somos víctimas de la tecnología o más bien de nuestra propia obsesión por ser reconocidos. “En buena parte, la sobreexposición contemporánea viene de la necesidad de ser queridos, atendidos, respetados o deseados por los demás”, me escribe Laura Sarmiento, coautora de Intimidad, al resaltar que el fenómeno no se limita solo a las imágenes; hoy creemos que es importante divulgar también lo que opinamos, únicamente porque las redes sociales nos brindan un altavoz para expresarnos. “El tema es que la exhibición nos hace vulnerables y normalmente menos interesantes. El silencio y el misterio escasean, y con ello la posibilidad de parecer mejores de lo que somos”, agrega la guionista. Entonces, paradójicamente, la sobreexposición puede disolver nuestra individualidad hasta perdernos, así como le pasó a Mike. ¿Será entonces que hoy deberíamos replantearnos de manera integral el antiguo pudor para reencontrarnos con nosotros mismos? Quizá más misterio volvería nuestra vida más interesante.