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Sin duda, la escuela necesita una transformación pedagógica si queremos garantizar una formación pertinente e integral para nuestros estudiantes. Esta idea, aunque parece obvia, es por momentos descuidada. Las modas en las políticas educativas que introducen los psicólogos, los economistas e incluso los médicos, suelen desviar la atención de este propósito general. El excesivo énfasis en los problemas del aprendizaje, en las teorías sobre el valor agregado en el conocimiento y sobre los procesos neuro-cognitivos, nos hacen olvidar lo que realmente sucede en la escuela y la importancia de pensar en una política pedagógica que le garantice al estudiantado su pleno desarrollo. No es posible desechar los aportes que otras disciplinas científicas le hacen a la pedagogía, no se trata de eso, pero si es necesario permitir que sea esta última la que oriente una política educativa capaz de intervenir positivamente a la escuela.
Es muy frecuente escuchar a los funcionarios del Estado, a los empresarios, a los académicos o a los generadores de opinión, que la escuela ha fracasado, que está de espaldas a la realidad, que no atiende las exigencias de la sociedad contemporánea, que se quedó en el siglo XIX o que simplemente es aburrida. De allí, a abogar por su desaparición, hay un paso, que ya muchos quieren dar, desde hace unas cuantas décadas.
Sin embargo, la escuela sigue ahí, por una sencilla razón, porque la sociedad no ha sido capaz de inventar otro dispositivo capaz de acoger, en un espacio y en un tiempo, a las nuevas generaciones, para ofrecerles un lugar seguro para reconocerse, conocer y relacionarse con otros. Ahora bien, ¿Cómo hacemos para que dicho espacio-tiempo se transforme pedagógicamente?. Lo primero es que debemos ser capaces de comprender su gramática, si no, posiblemente sigamos errando las políticas y la sigamos dejando sola, al vaivén de las modas. Y hablo de gramática porque es el modo como se estructuran los saberes, y la escuela es una institución de saber. ¿Qué sabe la escuela? ¿Qué saber produce la escuela? Por lo menos cuatro reglas configuran dicha gramática:
1. La del espacio – tiempo. La primera experiencia formativa que ofrece la escuela es la que le permite ordenar al estudiantado su tiempo y le enseña cómo habitar el espacio respetando a los demás. Es un espacio – tiempo que se intercepta con el de las familias y el de la sociedad.
2. La de las emociones. La escuela es un lugar donde las emociones están a flor de piel, porque en ella están la infancia y la juventud que transpiran sentimientos, antes que conocimiento y razón. Lo primero que allí se aprende es a gobernar las emociones, aunque a veces cueste.
3. La de los poderes. La escuela está intervenida por fines y propósitos macro políticos que se traducen en normas y en reglas que ordenan su vida cotidiana, pero están en permanente disputa. El poder se vuelve formativo, justamente porque se evidencia de manera conflictiva. La escuela tiene que lidiar todo el tiempo con los mandatos que le llegan de afuera, y en medio de esto, se construye como proyecto.
4. La del currículo. El conocimiento y las múltiples enseñanzas que recibe el estudiantado se organiza en la escuela en forma de currículo; esto es, lo que la escuela pone sobre la mesa para que las nuevas generaciones tomen de ella y apropien lo que pueden, según sus condiciones socioeconómicas, psicológicas, físicas o culturales.
La política pública educativa debe hacer un esfuerzo importante por leer correctamente la gramática del saber que porta la escuela, y la pedagogía es la mejor herramienta para ello. Los aportes de las demás disciplinas pueden coadyuvar, pero es ella la que tiene la inteligencia para leer dicha gramática.
En las mallas curriculares de los programas donde se forma el magisterio, la pedagogía debe ocupar un lugar central para que las reflexiones sobre el aprendizaje y las didácticas de las disciplinas, adquieran sentido y trasciendan la mirada individualista de la formación. La formación será pertinente e integral, cuando entendamos que los y las estudiantes se forman en la escuela, más allá del aula, en la experiencia colectiva que la gramática de la escuela les ofrece. Por eso la práctica pedagógica en el proceso de formación de un maestro y de una maestra es tan importante, siempre y cuando permita que vivan la experiencia escolar en su conjunto, además de los ejercicios didácticos de aula. Debemos abogar por procesos de inmersión en la escuela de largo aliento, durante su proceso de formación.
En buena hora, el Ministerio de Educación ha invitado a la Universidad Pedagógica Nacional a hacer parte de unas mesas consultivas de alto nivel, donde estaremos acompañados de otros estamentos. Una de ellas será de Lineamientos Curriculares. Volver a pensar el currículo en clave de lineamientos nos parece acertado porque recupera lo que la Ley 115 de 1994 había ordenado, y porque es desde allí desde donde podemos recuperar el lenguaje pedagógico que durante los años ochenta y comienzos de los noventa, el magisterio hablaba. Por alguna razón nos perdimos cuando todo se redujo a indicadores de logro, estándares de aprendizajes, competencias y más recientemente Derechos Básicos de Aprendizaje.
Debemos volver a pensar una política pedagógica para la escuela, y esto supone también fortalecer el saber de los maestros, en vez de regular su práctica desde lógicas instrumentales.
* Rector, Universidad Pedagógica Nacional
