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La dirigencia política ha cometido tres graves errores en su relación con el campesinado. El primero, haberse opuesto en los setenta a la reforma agraria planteada por Carlos Lleras Restrepo, que incluyó la destrucción de la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos (ANUC) y su reemplazo por la expansión de las guerrillas en los ochenta. En la primera mitad de los setenta, donde era fuerte la organización campesina, las guerrillas no lograron bases sociales de apoyo, mientras lograron expandirse a medida que se debilitaba la representación gremial, subordinando al campesinado a sus dominios territoriales.
El segundo error estratégico fue haberse aliado con los carteles de la droga desde comienzos de los ochenta para crear el paramilitarismo, lo que abrió la puerta al ingreso de la clase emergente al bloque de poder tradicional, compartiendo con ella la cooptación criminal del aparato de Estado. Además de la dominación local de las guerrillas, el campesinado tuvo que soportar el dominio de los jefes paramilitares, que purgaron las comunidades con masacres y asesinatos selectivos a modo de escarmiento para que la población rechazara a las guerrillas.
El tercer error estratégico fue la oposición al exitoso proceso de paz con las FARC, luego de cuatro años de negociación, que mereció el Premio Nobel de Paz a Juan Manuel Santos y el apoyo unánime de la comunidad internacional. Esa oposición, representada por la misma clase emergente encarnada en el uribismo, que logró elegir a Iván Duque para enterrar el proceso de paz, consolidó el bloque de poder de los terratenientes y los mafiosos a expensas del campesinado. Con esa oposición, que se concentra en impedir la Reforma Rural Integral acordada en la negociación de paz a favor del campesinado, se cierra el largo ciclo que inició la reforma agraria de Lleras Restrepo y se consolida el dominio del campesinado por las bandas del crimen organizado, a las que debe sumarse los rezagos territoriales de las guerrillas, convertidas en negocios de extorsión a las economías ilegales y la producción de la sociedad.
El resultado histórico de estos tres errores estratégicos es que el sistema político no tiene un interlocutor en el campesinado para profundizar la democracia, los líderes sociales de las comunidades están solos en su resistencia frente a los actores armados, el Estado está perdiendo el precario control territorial que había logrado y el programa de reformas sociales del Pacto Histórico, liderado por su caudillo, Gustavo Petro, en el que quiso fundar su política de paz total, hace agua por todos lados y lo más probable es que termine en otro fracaso y frustración colectiva.
En estas condiciones, ni el programa de cambios de Gustavo Petro ni su intento de lograr la paz negociada con los actores armados tienen las bases sociales que le darían el apoyo mínimo indispensable para volverse realidad. Lo que realmente queda en pie es la extraordinaria resiliencia de las comunidades locales, la lucha tenaz de los líderes sociales, los defensores de derechos humanos y de los territorios, las mujeres, las minorías étnicas y los jóvenes para controlar sus condiciones de supervivencia y definir el curso de su futuro.
Colombia no ha conseguido todavía crear una nación y un Estado que la represente y dirija hacia el bienestar colectivo, y sus posibilidades de lograrlo dependen de resolver el problema de la representación democrática de la población por encima de sus precarios dirigentes tradicionales, que han cometido estos tres errores estratégicos en relación con el campesinado.