Desparchados y encombados

Alfredo Molano Bravo
12 de noviembre de 2017 - 02:00 a. m.
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El Estado no es un sujeto con voluntad, pese a que enuncie principios, tenga planes, medios y cuerpos especializados en dirigirlo y orientarlo. El Estado son sus instituciones, y sus instituciones son los hombres y mujeres (pocas) que lo manejan; estos sí, sujetos sometidos a sus intereses personales, contradictorios, voraces, mezquinos. No sólo intereses de sus bolsillos sin fondo; a veces son altruistas y persiguen ser promovidos, ensalzados, condecorados. Es lo que tenemos y hemos tenido.

El caso más dramático es hoy el de los Acuerdos de La Habana-Colón.

Pasado un año de firmados, el balance es simple: las Farc han cumplido; el Gobierno, no —lo dice la ONU—, y el Congreso, tampoco. El aparato judicial enreda y enreda porque se siente amenazado. Lo confiesan el ministro Pardo y el flamante comisionado de Paz, que no sabe si sigue en Bélgica o está en Bogotá. Lo traba a conciencia el cachifo Lara manipulando la Cámara; lo obstaculizan a sabiendas el fiscal y su larga cola.

En el campo, donde las guerrillas han vivido, actuado y dejado las armas, la situación está a punto de estallar y estallará. En la mayoría de los llamados hoy Espacios Territoriales —a los que les han cambiado el nombre varias veces— la gente está mamada de esperar. Lo prometido y firmado llega al ritmo de una orinada de borracho. Ya pasaron los abrazos, las entrevistas, las fotografías y hasta las denuncias. Los cuadros de mando hacen lo que pueden y mantienen su ideal de hacer política sin armas, pero cada vez la ven más gris y no pocas veces negra, y en los últimos días hasta roja. El Paisa mostró el peligro del incumplimiento sistemático. Y la captura de un cuadro de 30 años de militancia en las Farc al que le echaron mano en el Espacio Territorial de Tumaco a plena luz del día, con desembarco aéreo y todos los fierros, prendió las alarmas. Mientras tanto, las que fueron “unidades de las estructuras armadas” andan dando vueltas. A unos pocos les han enseñado pastelería y a otros, a “elaborar compost”. Muchos han regresado a sus casas para celebrar en familia con los $640.000 de la “bancarización”. Algunos añoran su vida de monte y hasta miran de soslayo la disidencia. Cadete se fue porque los zapatos de cuero le apretaban.

El grueso de la que antes se llamaba la guerrillerada ha quedado sin oficio. Digamos 10.000 muchachos y muchachas que han manejado armas, que saben cómo se hacen operaciones militares logísticas —extorsiones, secuestros, robos, ejecuciones— y se sientan por las tardes a discutir qué van a hacer, mientras los funcionarios de la Consejería, con botas Brahma y camisas de logos oficiales, dan vueltas y sonríen. Bueno, también llenan cuadros estadísticos, que Pardo lleva al Congreso para decir que no puede hacer más.

Tengo que decirlo claramente: temo que de prolongarse la inestabilidad que la muchachada está viviendo, muchos cuadros terminen en el rebusque armado. Ahora están expuestos al deslumbre del consumo: chompas, tenis, bluyines, trago, tatuaje, celular, internet, pero mañana verán que esas 640 lucas no dan un brinco ni en la tienda de la esquina… Y entonces, ¿qué se les ocurrirá al doctor Pardo y al diplomático consejero que puede estar pensando “esa gente”? Se lo dirán poco a poco. Todavía les quedan principios y esperanzas porque los mandos no los han dejado como rueda suelta, pero el aguante tiene límites y entonces se desparcharán de los campamentos y aun de sus casas y se parcharán con otros desocupados en una esquina a ver qué trae el día, qué da la noche. Será el momento en que salte el fiscal: ¡Bandidos! ¡Forajidos! ¡Terroristas! ¡Tras ellos! Mientras el coro del Centro Democrático, Cambio Radical y el Partido Conservador lo aplaude frenético y los cuerpos represivos salen de cacería. Todo saldrá tan bien, que nadie podrá dudar de que se trataba de una estrategia deliberada y que el Estado sí tiene voluntad.

Punto final. No sé cómo voy a salirle al toro.

 

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