Hace 60 años asesinaron a Guadalupe Salcedo en el sur de Bogotá. Había estado reunido con miembros destacados del liberalismo —Juan Lozano y Lozano, entre otros— y algunos excomandantes guerrilleros del Llano —Franco Isaza, los hermanos Villamartín, Berardo Giraldo— en un restaurante al norte de Bogotá llamado La Bella Suiza. Después, con sus tragos en la cabeza, paró en un bar cerca del sitio de donde salían las flotas para Villavicencio. Tocó el cuatro, se cantó sus joropos, pero al notar que estaba siendo espiado, decidió con sus amigos y guardaespaldas tratar de embolatar a sus seguidores. En la calle 17 sur con Caracas se les atravesó una radiopatrulla de la Policía. Guadalupe, que iba manejando, esquivó el retén, pero fue perseguido y finalmente emboscado por la Policía. Se bajó de su vehículo con las manos en alto y fue asesinado. El fiscal del caso, doctor Eduardo Umaña Luna, en su alegato presentó una prueba contundente del crimen: Guadalupe tenía un orificio de entrada de una bala de fusil en la palma de su de su mano izquierda. Sus honras fúnebres, con gran concurrencia de liberales, fueron en la iglesia del Espíritu Santo, en el barrio Teusaquillo. Fue enterrado en San Pedro de Arimena con dos de sus guardaespaldas. Tenía 33 años y ya era una figura legendaria. Hace pocos días el doctor De la Calle recordó el acontecimiento y dijo: esto no se puede repetir porque por ese camino continuaremos en la guerra. El Estado firmó, el Estado debe cumplir.
Guadalupe nació en Tame, Arauca. Su padre era venezolano y su madre medio indígena. Se crió en lo que llaman “el centro del Llano”, por allá en Matanegra, a orillas del Meta. Era un criollo criollo: “Trabajaba llano”, tocaba cuatro, cantaba, tenía sus mujeres y era también “cachilapero”, o sea, arriaba ganado para su fundo cuando se lo topaba “barajustado”. Por eso estaba preso en noviembre de 1949 en momentos en que las cabezas liberales habían aplaudido un golpe militar contra Laureano cuando este nombró primer designado a Roberto Urdaneta Arbeláez. Hubo, como siempre sucede, contraorden y sólo el capitán Alfredo Silva y un liberal reconocido del Llano, Chaíto Velázquez, cumplieron lo planeado y se tomaron Puerto López, Villavicencio, Barranca de Upía. Guadalupe salió directo para Matanegra. El intento fracasó; el Gobierno le dio vía libre a la acción criminal de la Policía, los chulavitas y las guerrillas de paz, organizadas por el Ejército. Se desató entonces la guerra. Desde Arauca y La Salina, hasta San Martín y Vichada, los liberales se armaron y crearon un formidable ejército irregular de 7.000 hombres y mujeres que arrinconó al Gobierno. Una gran emboscada en El Turpial planeada por Guadalupe mató 97 soldados, muchos a cuchillo. Hoy toda esta región está tomada por grandes empresas agropecuarias.
Guadalupe era un gran militar y un gran llanero: rebelde, franco, ingenuo. Fue nombrado general y jefe del Estado Mayor Conjunto por los 12 comandos guerrilleros del Llano. Aprobó las dos Leyes del Llano —el germen de una constitución plebeya— y lanzó una ofensiva que obligó a un acuerdo entre el liberalismo y un gran sector conservador a dar el “golpe de opinión” de Rojas Pinilla el 13 de junio de 1953: “No más sangre, no más depredación a nombre de ningún partido”. Guadalupe atendió el llamado y se acercó con 12 de sus comandantes a Monterrey, Casanare, a dialogar con los militares. El Ejército convino en conversar si se presentaban sin armas. Guadalupe aceptó y así “cayó en las garras del león”. De ahí para adelante todo fueron filas de combatientes entregando las armas al general Duarte Blum ante los fotógrafos de la gran prensa. Era el 15 de septiembre de 1953. López Pumarejo y Plinio Mendoza Neira habían estado desde 1951 detrás de un acuerdo de paz con los llaneros firmado frente a “delegados plenipotenciarios de otras naciones” sobre libertad política y reforma agraria.
Aquel día, a los guerrilleros les dieron un pantalón caqui, unos zapatos y un azadón.
Hace 60 años asesinaron a Guadalupe Salcedo en el sur de Bogotá. Había estado reunido con miembros destacados del liberalismo —Juan Lozano y Lozano, entre otros— y algunos excomandantes guerrilleros del Llano —Franco Isaza, los hermanos Villamartín, Berardo Giraldo— en un restaurante al norte de Bogotá llamado La Bella Suiza. Después, con sus tragos en la cabeza, paró en un bar cerca del sitio de donde salían las flotas para Villavicencio. Tocó el cuatro, se cantó sus joropos, pero al notar que estaba siendo espiado, decidió con sus amigos y guardaespaldas tratar de embolatar a sus seguidores. En la calle 17 sur con Caracas se les atravesó una radiopatrulla de la Policía. Guadalupe, que iba manejando, esquivó el retén, pero fue perseguido y finalmente emboscado por la Policía. Se bajó de su vehículo con las manos en alto y fue asesinado. El fiscal del caso, doctor Eduardo Umaña Luna, en su alegato presentó una prueba contundente del crimen: Guadalupe tenía un orificio de entrada de una bala de fusil en la palma de su de su mano izquierda. Sus honras fúnebres, con gran concurrencia de liberales, fueron en la iglesia del Espíritu Santo, en el barrio Teusaquillo. Fue enterrado en San Pedro de Arimena con dos de sus guardaespaldas. Tenía 33 años y ya era una figura legendaria. Hace pocos días el doctor De la Calle recordó el acontecimiento y dijo: esto no se puede repetir porque por ese camino continuaremos en la guerra. El Estado firmó, el Estado debe cumplir.
Guadalupe nació en Tame, Arauca. Su padre era venezolano y su madre medio indígena. Se crió en lo que llaman “el centro del Llano”, por allá en Matanegra, a orillas del Meta. Era un criollo criollo: “Trabajaba llano”, tocaba cuatro, cantaba, tenía sus mujeres y era también “cachilapero”, o sea, arriaba ganado para su fundo cuando se lo topaba “barajustado”. Por eso estaba preso en noviembre de 1949 en momentos en que las cabezas liberales habían aplaudido un golpe militar contra Laureano cuando este nombró primer designado a Roberto Urdaneta Arbeláez. Hubo, como siempre sucede, contraorden y sólo el capitán Alfredo Silva y un liberal reconocido del Llano, Chaíto Velázquez, cumplieron lo planeado y se tomaron Puerto López, Villavicencio, Barranca de Upía. Guadalupe salió directo para Matanegra. El intento fracasó; el Gobierno le dio vía libre a la acción criminal de la Policía, los chulavitas y las guerrillas de paz, organizadas por el Ejército. Se desató entonces la guerra. Desde Arauca y La Salina, hasta San Martín y Vichada, los liberales se armaron y crearon un formidable ejército irregular de 7.000 hombres y mujeres que arrinconó al Gobierno. Una gran emboscada en El Turpial planeada por Guadalupe mató 97 soldados, muchos a cuchillo. Hoy toda esta región está tomada por grandes empresas agropecuarias.
Guadalupe era un gran militar y un gran llanero: rebelde, franco, ingenuo. Fue nombrado general y jefe del Estado Mayor Conjunto por los 12 comandos guerrilleros del Llano. Aprobó las dos Leyes del Llano —el germen de una constitución plebeya— y lanzó una ofensiva que obligó a un acuerdo entre el liberalismo y un gran sector conservador a dar el “golpe de opinión” de Rojas Pinilla el 13 de junio de 1953: “No más sangre, no más depredación a nombre de ningún partido”. Guadalupe atendió el llamado y se acercó con 12 de sus comandantes a Monterrey, Casanare, a dialogar con los militares. El Ejército convino en conversar si se presentaban sin armas. Guadalupe aceptó y así “cayó en las garras del león”. De ahí para adelante todo fueron filas de combatientes entregando las armas al general Duarte Blum ante los fotógrafos de la gran prensa. Era el 15 de septiembre de 1953. López Pumarejo y Plinio Mendoza Neira habían estado desde 1951 detrás de un acuerdo de paz con los llaneros firmado frente a “delegados plenipotenciarios de otras naciones” sobre libertad política y reforma agraria.
Aquel día, a los guerrilleros les dieron un pantalón caqui, unos zapatos y un azadón.