DESDE LA ÉPOCA DE LA COLONIA, Cartagena, Mompox y Honda fueron los puertos principales del país sobre el Magdalena.
A Cartagena la enriqueció el monopolio sobre el comercio con España, impuesto por la Corona; Mompox prosperó con el contrabando que por los ríos Ranchería y Cesar llegaba a sus bodegas y seguía hacia las minas de oro antioqueñas y caucanas; Honda fue el puerto de Bogotá sobre el mar Caribe. A Honda llegaban vinos de Rioja, aceites de oliva de Andalucía, jamones de La Mancha, pianos de Alemania. Por allí sacaron a los jesuitas a fines del XVIII y a mediados del XIX; por allí huyó Sámano, y por allí salió Bolívar a morirse a Santa Marta. Cruzaron todo tipo de pasajeros: encomenderos, virreyes, curas, generales, constituyentes, letrados, comerciantes. Toda crónica de viaje hacía referencia al puerto: a los bogas, zancudos, árboles. Al sabio Mutis lo encantó su clima. Durante las guerras civiles, Honda fue plaza privilegiada; el Negro Marín, guerrillero liberal de la Guerra de los Mil Días, se la tomó a machete. Se benefició de la abolición del estanco del tabaco a mediados del XIX y se volvió rica con el comercio del café, el cable aéreo entre Manizales y Mariquita, y con el ferrocarril privado entre La Dorada y Ambalema. Nacieron José María Samper, Alfonso López Pumarejo, Alfonso Palacio Rudas y el gran Pepe Cáceres. El Partido Conservador bautizó el puente para carros que reemplazó al Navarro —construido en San Francisco, California— con el nombre de Luis Ignacio Andrade, el siniestro ministro de Gobierno durante la Presidencia titular de Laureano Gómez. Parte del archivo de esta historia se lo llevó la creciente del río Gualí en días pasados.
El Gualí nace en el nevado-volcán del Ruiz. Por su cauce bajó parte del lodo que sepultó Armero hace justamente 25 años. A su manera, el río lo recordó. Uno de sus principales tributarios es el río Medina, que pasa por Fresno, riega las tierras de Mariquita y forma las célebres Cataratas de Medina.
La cordillera Central en esta región del norte del Tolima ha sido rica en minas de plata y oro desde los tiempos coloniales. Las bocas de muchas galerías todavía se conservan y hacen suponer en una telaraña de socavones escondida entre derrumbes y rastrojeras. No hace mucho la Fiebre del Oro que nos invade llegó al río Medina. Mineros profesionales —quizá del bajo Cauca, o de Roldanillo, o del San Juan— les arrendaron a los campesinos ribereños playas y playones. El cauce había sido conservado con matas de guadua, guamos y ceibas. Los mineros pagaron lo que se pidiera por esos barrancos, sin que los campesinos entendieran la causa de tanta generosidad. Hasta cuando llegó una docena de retroexcavadoras, autorizadas por Cortolima, según dijeron. Y comenzaron a meter sus gigantes uñas de acero en esas tierras. Destrozaron los guaduales, destruyeron los cauces naturales de las aguas, arruinaron a los campesinos y se llevaron el oro. O, mejor, se lo siguen llevando, porque hoy que escribo, todavía hay varias trabajando.
Como es obvio, las retros hicieron tajos rectos, aflojaron la tierra y las aguas que antes perdían fuerza en los meandros del río Medina ganaron fuerza y velocidad. No faltaba sino el aguacero, y este cayó, y siguió cayendo durante 13 horas. Sin orillas, sus aguas se volvieron locas, y locas cayeron al Gualí, y el Gualí descargó toda su fuerza contra Honda, contra los barrancos de la orilla izquierda, donde partió en dos la Casa de la Cultura, una reliquia arquitectónica de la ciudad, construida en el siglo XVII y que fue Iglesia del Sagrado Corazón, fábrica de aguardientes y Hospital de San Juan de Dios. Las furias del río se llevaron también una docena de casas en los barrios Las Delicias y La Pedregosa. Por su lado, el Magdalena crece hora por hora. Inundó la Calle Ancha, y las casas de los pobladores ribereños están amenazadas. Es urgente que el Gobierno meta la mano para evitar una tragedia. Y la meta también sacando las dragas del río Medina y estableciendo responsabilidades penales en Cortolima.
DESDE LA ÉPOCA DE LA COLONIA, Cartagena, Mompox y Honda fueron los puertos principales del país sobre el Magdalena.
A Cartagena la enriqueció el monopolio sobre el comercio con España, impuesto por la Corona; Mompox prosperó con el contrabando que por los ríos Ranchería y Cesar llegaba a sus bodegas y seguía hacia las minas de oro antioqueñas y caucanas; Honda fue el puerto de Bogotá sobre el mar Caribe. A Honda llegaban vinos de Rioja, aceites de oliva de Andalucía, jamones de La Mancha, pianos de Alemania. Por allí sacaron a los jesuitas a fines del XVIII y a mediados del XIX; por allí huyó Sámano, y por allí salió Bolívar a morirse a Santa Marta. Cruzaron todo tipo de pasajeros: encomenderos, virreyes, curas, generales, constituyentes, letrados, comerciantes. Toda crónica de viaje hacía referencia al puerto: a los bogas, zancudos, árboles. Al sabio Mutis lo encantó su clima. Durante las guerras civiles, Honda fue plaza privilegiada; el Negro Marín, guerrillero liberal de la Guerra de los Mil Días, se la tomó a machete. Se benefició de la abolición del estanco del tabaco a mediados del XIX y se volvió rica con el comercio del café, el cable aéreo entre Manizales y Mariquita, y con el ferrocarril privado entre La Dorada y Ambalema. Nacieron José María Samper, Alfonso López Pumarejo, Alfonso Palacio Rudas y el gran Pepe Cáceres. El Partido Conservador bautizó el puente para carros que reemplazó al Navarro —construido en San Francisco, California— con el nombre de Luis Ignacio Andrade, el siniestro ministro de Gobierno durante la Presidencia titular de Laureano Gómez. Parte del archivo de esta historia se lo llevó la creciente del río Gualí en días pasados.
El Gualí nace en el nevado-volcán del Ruiz. Por su cauce bajó parte del lodo que sepultó Armero hace justamente 25 años. A su manera, el río lo recordó. Uno de sus principales tributarios es el río Medina, que pasa por Fresno, riega las tierras de Mariquita y forma las célebres Cataratas de Medina.
La cordillera Central en esta región del norte del Tolima ha sido rica en minas de plata y oro desde los tiempos coloniales. Las bocas de muchas galerías todavía se conservan y hacen suponer en una telaraña de socavones escondida entre derrumbes y rastrojeras. No hace mucho la Fiebre del Oro que nos invade llegó al río Medina. Mineros profesionales —quizá del bajo Cauca, o de Roldanillo, o del San Juan— les arrendaron a los campesinos ribereños playas y playones. El cauce había sido conservado con matas de guadua, guamos y ceibas. Los mineros pagaron lo que se pidiera por esos barrancos, sin que los campesinos entendieran la causa de tanta generosidad. Hasta cuando llegó una docena de retroexcavadoras, autorizadas por Cortolima, según dijeron. Y comenzaron a meter sus gigantes uñas de acero en esas tierras. Destrozaron los guaduales, destruyeron los cauces naturales de las aguas, arruinaron a los campesinos y se llevaron el oro. O, mejor, se lo siguen llevando, porque hoy que escribo, todavía hay varias trabajando.
Como es obvio, las retros hicieron tajos rectos, aflojaron la tierra y las aguas que antes perdían fuerza en los meandros del río Medina ganaron fuerza y velocidad. No faltaba sino el aguacero, y este cayó, y siguió cayendo durante 13 horas. Sin orillas, sus aguas se volvieron locas, y locas cayeron al Gualí, y el Gualí descargó toda su fuerza contra Honda, contra los barrancos de la orilla izquierda, donde partió en dos la Casa de la Cultura, una reliquia arquitectónica de la ciudad, construida en el siglo XVII y que fue Iglesia del Sagrado Corazón, fábrica de aguardientes y Hospital de San Juan de Dios. Las furias del río se llevaron también una docena de casas en los barrios Las Delicias y La Pedregosa. Por su lado, el Magdalena crece hora por hora. Inundó la Calle Ancha, y las casas de los pobladores ribereños están amenazadas. Es urgente que el Gobierno meta la mano para evitar una tragedia. Y la meta también sacando las dragas del río Medina y estableciendo responsabilidades penales en Cortolima.