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                                                                                                                                Jugando con candela

                                                                                                                                El Estado colombiano no se ha caracterizado propiamente por cumplir lo que promete. O, como dicen por ahí: mucho tilín tilín y pocas paletas. Ninguna de sus ramas tiene buen crédito en la opinión pública. El Congreso sale a deber; los padres de la patria tienen que hacer todo tipo de artimañas para convencer a la ciudadanía, y nada; el 60 % de abstención histórica lo dice con claridad. Las campañas políticas son cada día más costosas porque la gente no cree y esos costos son uno de los resortes de la corrupción. Quien tiene votos, tiene puestos y quien tiene puestos, contratos, que sirven, ante todo, para pagar las cuentas del trajín electoral: publicidad, transporte de clientelas, camisetas, banderitas, festones, tamales, voceadores. El poder judicial tampoco cumple: la impunidad es rampante; las cárceles están llenas de presos sin condena, los jueces se alzan de hombros. ¿Y el Ejecutivo? Todos sabemos que aquí la ley es la del embudo: lo ancho para ellos, lo angosto para uno. Y ese uno —¡esos millones!— sumados terminan por no creer. El Estado se desacredita, o mejor, se deslegitima con el incumplimiento sistemático. En gran parte del país no hay Estado y la gente se las arregla para sustituirlo. Reconozco que la máquina es lenta, torpe, paquidérmica, que un paso supone mil pasos antes de poder darse; que un contrato pasa por mil firmas y enredos antes de ser una realidad. La herencia santanderista es una fábrica de parágrafos, incisos y otrosíes que paralizan el Estado. Pero hoy se está jugando con candela.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Creo en la buena fe del Gobierno, pero a veces me entra una duda: ¿no será que hay sectores infiltrados que quieren hacer del vicio, virtud? Porque, sin ser apocalípticos, se podría llegar a pensar que hay un cálculo estratégico —como se dice para todo ahora— y que el incumplimiento no es gratuito. Ahora, pensarían, cuando las Farc dejaron su arma más poderosa, la movilidad, se les puede incumplir impunemente. ¡Que así no sea! Pero miedos hay. El Gobierno lo sabe, la opinión pública lo siente y los guerrilleros lo temen. Quien se relame de gusto es, naturalmente, el Centro Democrático.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Creo en la buena fe del Gobierno, pero a veces me entra una duda: ¿no será que hay sectores infiltrados que quieren hacer del vicio, virtud? Porque, sin ser apocalípticos, se podría llegar a pensar que hay un cálculo estratégico —como se dice para todo ahora— y que el incumplimiento no es gratuito. Ahora, pensarían, cuando las Farc dejaron su arma más poderosa, la movilidad, se les puede incumplir impunemente. ¡Que así no sea! Pero miedos hay. El Gobierno lo sabe, la opinión pública lo siente y los guerrilleros lo temen. Quien se relame de gusto es, naturalmente, el Centro Democrático.

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