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                                                                                                                                Patascoy diez años

                                                                                                                                Sandoná es un pequeño pueblo acaballado en uno de los pliegues del volcán Galeras.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Caminamos muchos días. La ración era poca. Salimos por los lados de La Hormiga. Había mucha coca. Yo no conocía los cultivos de coca y cuando pregunté qué planta sería, todos se rieron. De La Hormiga pasamos a Caquetá, unos ratos a pie, trochando, y otros en camionetas. Daba más miedo la carretera que tirar traviesa por la selva. Pasamos la cordillera y nos fueron acercando al sitio donde estuvimos presos en una alambrada. Un comandante que se llamaba el Paisa era el mando superior. Comíamos fríjoles, jugábamos parqués y voleibol y defecábamos. Pasaban los días y los días. Llovía, hacía sol y volvía a llover. Nada traía nada. Hasta la tarde en que llamaron por lista a los soldados. Nos hicieron formar y nos dieron la orden de caminar sin dejarnos oír. A la madrugada nos dijeron: hasta aquí fueron fiestas. La alegría fue mucha: estábamos libres.

                                                                                                                                Estuve en sanidad militar donde una junta médica certificó que el Gobierno debía reconocerme una indemnización. Me dieron ocho millones. A los lanzas que salieron sin heridas de ese infierno, nada les reconocieron. Yo compré una casita y trabajo al jornal limpiando rastrojeras. Me gano 10.000 pesos a todo costo, es decir, comiendo de ellos. El Ejército no volvió a saber de mí y por lo que parece, tampoco de mis compañeros que siguen secuestrados. Por lo que pasó ahora, creo que al gobierno del presidente Uribe no le importan. Como dijo Chávez: ‘Colombia no se merece el gobierno que tiene’.”

                                                                                                                                Sandoná es un pequeño pueblo acaballado en uno de los pliegues del volcán Galeras.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Caminamos muchos días. La ración era poca. Salimos por los lados de La Hormiga. Había mucha coca. Yo no conocía los cultivos de coca y cuando pregunté qué planta sería, todos se rieron. De La Hormiga pasamos a Caquetá, unos ratos a pie, trochando, y otros en camionetas. Daba más miedo la carretera que tirar traviesa por la selva. Pasamos la cordillera y nos fueron acercando al sitio donde estuvimos presos en una alambrada. Un comandante que se llamaba el Paisa era el mando superior. Comíamos fríjoles, jugábamos parqués y voleibol y defecábamos. Pasaban los días y los días. Llovía, hacía sol y volvía a llover. Nada traía nada. Hasta la tarde en que llamaron por lista a los soldados. Nos hicieron formar y nos dieron la orden de caminar sin dejarnos oír. A la madrugada nos dijeron: hasta aquí fueron fiestas. La alegría fue mucha: estábamos libres.

                                                                                                                                Estuve en sanidad militar donde una junta médica certificó que el Gobierno debía reconocerme una indemnización. Me dieron ocho millones. A los lanzas que salieron sin heridas de ese infierno, nada les reconocieron. Yo compré una casita y trabajo al jornal limpiando rastrojeras. Me gano 10.000 pesos a todo costo, es decir, comiendo de ellos. El Ejército no volvió a saber de mí y por lo que parece, tampoco de mis compañeros que siguen secuestrados. Por lo que pasó ahora, creo que al gobierno del presidente Uribe no le importan. Como dijo Chávez: ‘Colombia no se merece el gobierno que tiene’.”

                                                                                                                                Ver todas las noticias
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