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Han pasado 60 días del 2022 y el país registra, con pasmosa indolencia, los asesinatos de 33 líderes sociales. Algo muy mal debemos tener como nación para resignarnos a ver cómo día de por medio una comunidad llora el crimen de uno de los suyos. Y no de cualquiera, sino del que estaba dándoles la pelea a los poderosos, a los violentos, a los ambiciosos. Tanta ha sido la tragedia, que perdimos la dimensión de lo que le cuesta a un pueblo, a un colectivo, a un país, el asesinato de un líder. Una afectación incalculable al proceso social e histórico de una comunidad. El asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, por poner un ejemplo, nos costó una guerra de 70 años que aún no termina. Y las cifras de asesinatos no son más altas por simple y física suerte, como le pasó a Levith Molina Álvarez el pasado 25 de febrero, cuando casi lo matan en un corregimiento de Puebloviejo, en Magdalena.
“A las cuatro de la tarde salí para la Bananera en mi moto. Iba llegando al sector de la loma en el corregimiento de Tierra Nueva, municipio de Puebloviejo, cuando me interceptaron dos sujetos armados. Dispararon sin decir nada. Quedé en blanco. Estático. Volvieron a disparar y el tiro me despertó. Me lance de la moto y me echaron el tercer tiro. Me metí entre la mata de monte y me escondí. Me quedé quietecito detrás de un matorral. Pensé que el corazón palpitaba tan duro que me iba a delatar. A los pocos segundos oí que una moto se acercó y se detuvo. Mi moto estaba en el piso. No me habían alcanzado las balas, pero tenía una rodilla herida con la caída. Ahí salí para que me auxiliara el señor que había parado al ver mi moto prendida y tirada en la carretera”, narra el joven de 27 años, integrante del Consejo Comunitario de Comunidades Negras Rincón Guapo Loverán.
La comunidad de Rincón Guapo ha resistido por cinco siglos la embestida de los terratenientes. Es uno de los palenques que fundaron los bogas en la ciénaga de Santa Marta huyendo de la esclavitud. Ancestralmente su territorio tuvo 9.000 hectáreas y hoy les quedan apenas 1.114 hectáreas que desde hace 20 años se luchan contra los paras, los narcos y sus aliados en un proceso de titulación colectiva que poderosas y oscuras fuerzas han entorpecido año a año. Una comunidad que ha sufrido tres desplazamientos masivos, la pérdida del 80 % de su territorio original y a la que le han asesinado o desparecido 40 líderes, entre los cuales se cuentan el papá de Marly y Levith, además de cinco hermanos de esta larga dinastía de luchadores y tragedias. Verdaderas tragedias familiares. Por eso, esta comunidad fue reconocida como sujeto de reparación colectiva por la Unidad de Víctimas, pero continúan viviendo los hostigamientos y las amenazas.
Y cómo no, si tienen al enemigo de vecino. Pedro Dávila Jimeno, más conocido como Pedro el malo, también es un eslabón de una larga dinastía, pero esta de bandidos, narcos y contrabandistas que se han aliado con familias de hampones de La Guajira y Cesar, como lo son los Gnecco o los Cerchar de Kiko Gómez, por no mencionar a Hernán Giraldo y sus paras. Con esta gente es la disputa territorial que enfrentan los de Rincón Guapo. De estos enemigos vinieron las balas que asesinaron a los 40 líderes de la comunidad y de las que se salvó hace una semana Levith. “Ser un líder de esta comunidad es más peligroso que ser el comandante de una banda criminal. Hace un año atentaron contra el representante legal y el fiscal del consejo comunitario. Con esas balas no sólo atentaron contra mi vida, sino que atentan contra mi comunidad, porque cuando asesinan a un líder los procesos sociales y organizativos quedan en orfandad y duelo. El miedo se toma los espacios y el dolor bloquea las razones, pero eso no parece importarles a muchos en este país”, sostiene Levith con resignación. Y es que en este país una de las grandes tragedias es que ni el Estado ni la sociedad les prestan atención a las denuncias de amenazas o de atentados, más bien parece que prefieren contar muertos.