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Justo Villarraga tiene 73 años y es padre de cuatro jóvenes. Nació en Mariquita (Tolima) y desde hace 40 años vive y se rebusca en Bogotá, en la localidad de Kennedy. Es técnico en contabilidad del Sena y no tiene pensión porque no cumplió las semanas requeridas, entre otras, según su esposa, porque la Armada no le certificó cinco años que trabajó con ellos. Por eso sobreviven con la pequeña mesada que recibe ella. Hace años fue diagnosticado con cáncer en la próstata, enfermedad que lo tuvo postrado en silla de ruedas en algún momento.
La quimio y la radio le dejaron hipertiroidismo, sufre de tensión alta y los riñones le funcionan a medias. Ha sido parte de varias organizaciones comunales en el barrio Roma y aunque camina poco, porque los médicos le prohibieron hacer esfuerzos, protesta mucho, como tantos otros, por lo que pasa en el país.
Hoy don Justo está en los calabozos del DAS, a la espera de un cupo en la cárcel La Modelo, porque según una juiciosa investigación de la Fiscalía es un peligroso reclutador de jóvenes de las disidencias de las Farc, responsable de los desmanes violentos en las protestas de Bogotá en noviembre de 2019, desde cuando se planearon los disturbios de este mes. A Justo le endilgaron cargos por terrorismo, concierto para delinquir, violencia contra servidor público y obstrucción al servicio público. Las pruebas hasta ahora reveladas son el testimonio de una de misteriosa fuente humana pagada con fondos reservados; un video, “irrefutable” dice el ente acusador, en el que Justo se ve caminando en una marcha donde estuvo “furibundo”, aunque eso sea imperceptible porque lo grabaron en momentos en que avanzaba en silencio para evitar el bazo; una interceptación telefónica que difícilmente puede decirse que se trate de él y unas fotografías en las que el viejo se reúne con otras tres personas también capturadas.
Justo fue detenido en un apartamento que no es suyo en momentos en que alistaba una peligrosa bomba gastronómica compuesta por leche con banano. En su poder la Sijín encontró un cartapacio que le servía aparentemente como historia clínica, pero que era utilizado para herir policías. Según la Fiscalía, reclutaba e instruía a jóvenes que se disfrazaban de agentes y realizaban actos vandálicos en las protestas del paro nacional para “encochinar” así a la institución más querida por los colombianos. También era el hombre de confianza de Gentil Duarte, el peligroso disidente de la paz.
Con estas “evidencias”, la Fiscalía ha logrado dar con el responsable de los problemas de orden público que se vienen presentando en Bogotá y otras ciudades. Justo Ernesto Villarraga, conocido con el creativo alias de Justo, es el responsable de “uno de los capítulos más oscuros de la historia reciente”: el de las marchas multitudinarias de jóvenes, adoctrinados por este viejo capaz hasta de infiltrar a la Corte Constitucional para reversar la cuarentena obligatoria para los mayores de 60 años.
El país puede estar seguro de que no volverán a ocurrir asesinatos como los de Javier Ordóñez y Juliana Giraldo. Ni volverán a ser violadas niñas ni mujeres por personas disfrazadas de militares, como ocurrió en junio de este año en Risaralda y en Saravena, Arauca, en 2018. Tampoco morirán jóvenes grafiteros ni estudiantes, como Diego Felipe Becerra y Dilan Cruz, a quien maleantes que se hicieron pasar por agentes de policía acribillaron. Las personas pueden dormir tranquilas. Con la captura de Justo, Gentil pierde a su mejor hombre. Ya no hay nada que temer.