Hace unos días el exdirector del Fondo Ganadero de Córdoba Benito Osorio Villadiego, condenado por su vínculo con el paramilitarismo, habló de la relación que hubo entre el presidente eterno de Fedegán, José Félix Lafaurie, y la comandancia de las Auc. Ante la JEP, desnudó los engranajes de un fenómeno muy conocido, pero poco condenado: la relación funcional y orgánica entre el paramilitarismo y los ganaderos. Las declaraciones de Osorio, el otrora buen muchacho al que el Uribe le encargó la Gobernación de Córdoba, llegan en momentos en que el proyecto paramilitar parece estar cerrando el círculo y le amargaron a Lafaurie el festejo por la bonanza ganadera.
Los últimos dos años han sido de recoger la cosecha que sembraron, entre otras, con los despojos sobre los que declaró Osorio. El 2021 cerró con cifras históricas: las exportaciones de carne y animales vivos dejaron US$327,4 millones y se exportaron 205.150 reses. La venta de ganado en pie produjo US$122,8 millones e incrementó las ventas 122 % más que en 2020. Los principales compradores del ganado en pie, que viaja miles de kilómetros en monstruos trasatlánticos que evocan los barcos que dieron fuerza a la esclavitud, son Rusia, Chile, Egipto, Líbano y Hong Kong.
Pero esa operación sólo ha favorecido a los grandes ganaderos. La ganadería campesina, en términos prácticos, consiste en vender toros para comprar vacas que aumenten las reses; sin embargo, la exportación de ganado en pie elevó tanto los precios, que los pequeños ganaderos han visto cómo se reducen cada vez más sus hatos. Además, el aumento de los precios de la carne en el último año es exorbitante. Sólo en 2021 una libra subió 25 %, pues los grandes ganaderos prefieren enviar sus animales a otro país que vender su carne en Colombia.
“Hoy para comer carne la única es matar una de las vacas de uno, porque no hay quien compre una libra. Y va a tocar salir del ganado porque eso ya no da la base; así como se encareció la vaca, así están la droga y los insumos”, aseguró un llanero que tiene un hato de 50 reses. Fedegán controla la vacunación de los animales y los precios de los insumos. Por eso a quienes favorece el momento es a los grandes terratenientes y a Lafaurie, quien maneja el mercado de ganado como su finca en una inexplicable concesión del Estado para que los particulares sean dueños y señores del negocio. Un mercado que es financiado con recursos públicos, derivados de los parafiscales, cuyas ganancias van a los bolsillos de los grandes asociados de Fedegán.
En medio de la bonanza ganadera, los territorios que las Auc ocuparon en su apogeo han vuelto a ser jurisdicción de los paracos de nuevo cuño y vieja data. A La Cristalina (Meta) en diciembre volvieron los mismos “paras”, ahora con las banderas de las Agc. “Al vecino lo mataron la semana pasada, a la familia le tocó salir corriendo. Vinieron dizque a ponerle orden al pueblo. Hace cuatro días hubo un tiroteo a plena luz del día. La cosa está caliente”, me explica en voz baja un habitante de esta vereda. Un pueblo que hace 20 años era una bomba de gasolina bajo un enorme palo de marañón y que hoy cuenta con billares, prostíbulos, hoteles y toda clase de comercios, donde sólo los armados y sus amigos se mueven con tranquilidad después de las nueve de la noche. Allí convergen los negocios legales e ilegales, la fórmula del paramilitarismo. La explotación petrolera y el avance de una agroindustria rampante que apuesta a la palma, el maíz, el arroz y los forestales, que ha atraído hasta a una comunidad menonita que se trasladó desde México y hoy posee casi 30.000 hectáreas en La Cristalina. Un pueblo por donde también sale la droga que se produce en el bajo Guaviare y el “triángulo de la coca” en el Vichada. Aquí, el proyecto paramilitar parece cumplido: la ganadería prospera, la tierra para la agroindustria está en pocas manos, la coca entra y sale sin problema, y la seguridad corre por cuenta de su ejército particular. Un paisaje que emula Las uvas de la ira, de Steinbeck, pero a la colombiana.
Adenda. La próxima semana renacerá la revista Cambio, desde donde también estaré escribiendo con la ilusión de contribuir a un proyecto periodístico independiente que acompañe a El Espectador en la solitaria lucha que ha dado por hacer buen periodismo.
Hace unos días el exdirector del Fondo Ganadero de Córdoba Benito Osorio Villadiego, condenado por su vínculo con el paramilitarismo, habló de la relación que hubo entre el presidente eterno de Fedegán, José Félix Lafaurie, y la comandancia de las Auc. Ante la JEP, desnudó los engranajes de un fenómeno muy conocido, pero poco condenado: la relación funcional y orgánica entre el paramilitarismo y los ganaderos. Las declaraciones de Osorio, el otrora buen muchacho al que el Uribe le encargó la Gobernación de Córdoba, llegan en momentos en que el proyecto paramilitar parece estar cerrando el círculo y le amargaron a Lafaurie el festejo por la bonanza ganadera.
Los últimos dos años han sido de recoger la cosecha que sembraron, entre otras, con los despojos sobre los que declaró Osorio. El 2021 cerró con cifras históricas: las exportaciones de carne y animales vivos dejaron US$327,4 millones y se exportaron 205.150 reses. La venta de ganado en pie produjo US$122,8 millones e incrementó las ventas 122 % más que en 2020. Los principales compradores del ganado en pie, que viaja miles de kilómetros en monstruos trasatlánticos que evocan los barcos que dieron fuerza a la esclavitud, son Rusia, Chile, Egipto, Líbano y Hong Kong.
Pero esa operación sólo ha favorecido a los grandes ganaderos. La ganadería campesina, en términos prácticos, consiste en vender toros para comprar vacas que aumenten las reses; sin embargo, la exportación de ganado en pie elevó tanto los precios, que los pequeños ganaderos han visto cómo se reducen cada vez más sus hatos. Además, el aumento de los precios de la carne en el último año es exorbitante. Sólo en 2021 una libra subió 25 %, pues los grandes ganaderos prefieren enviar sus animales a otro país que vender su carne en Colombia.
“Hoy para comer carne la única es matar una de las vacas de uno, porque no hay quien compre una libra. Y va a tocar salir del ganado porque eso ya no da la base; así como se encareció la vaca, así están la droga y los insumos”, aseguró un llanero que tiene un hato de 50 reses. Fedegán controla la vacunación de los animales y los precios de los insumos. Por eso a quienes favorece el momento es a los grandes terratenientes y a Lafaurie, quien maneja el mercado de ganado como su finca en una inexplicable concesión del Estado para que los particulares sean dueños y señores del negocio. Un mercado que es financiado con recursos públicos, derivados de los parafiscales, cuyas ganancias van a los bolsillos de los grandes asociados de Fedegán.
En medio de la bonanza ganadera, los territorios que las Auc ocuparon en su apogeo han vuelto a ser jurisdicción de los paracos de nuevo cuño y vieja data. A La Cristalina (Meta) en diciembre volvieron los mismos “paras”, ahora con las banderas de las Agc. “Al vecino lo mataron la semana pasada, a la familia le tocó salir corriendo. Vinieron dizque a ponerle orden al pueblo. Hace cuatro días hubo un tiroteo a plena luz del día. La cosa está caliente”, me explica en voz baja un habitante de esta vereda. Un pueblo que hace 20 años era una bomba de gasolina bajo un enorme palo de marañón y que hoy cuenta con billares, prostíbulos, hoteles y toda clase de comercios, donde sólo los armados y sus amigos se mueven con tranquilidad después de las nueve de la noche. Allí convergen los negocios legales e ilegales, la fórmula del paramilitarismo. La explotación petrolera y el avance de una agroindustria rampante que apuesta a la palma, el maíz, el arroz y los forestales, que ha atraído hasta a una comunidad menonita que se trasladó desde México y hoy posee casi 30.000 hectáreas en La Cristalina. Un pueblo por donde también sale la droga que se produce en el bajo Guaviare y el “triángulo de la coca” en el Vichada. Aquí, el proyecto paramilitar parece cumplido: la ganadería prospera, la tierra para la agroindustria está en pocas manos, la coca entra y sale sin problema, y la seguridad corre por cuenta de su ejército particular. Un paisaje que emula Las uvas de la ira, de Steinbeck, pero a la colombiana.
Adenda. La próxima semana renacerá la revista Cambio, desde donde también estaré escribiendo con la ilusión de contribuir a un proyecto periodístico independiente que acompañe a El Espectador en la solitaria lucha que ha dado por hacer buen periodismo.