A la historia sobre la guerra en el Caribe colombiano le falta un pedazo. Los ganaderos, políticos y empresarios de Cartagena lo han ocultado por décadas. Han torcido autoridades, jueces y policías para limpiar su rastro. Han callado a víctimas y victimarios. A toda costa, y a todo costo, quieren borrar de la memoria del país lo que pasó en los territorios negros de la ribera del Canal del Dique entre 2001 y 2010, y lo que sigue ocurriendo.
El canal fue construido en el siglo XVI por la colonia española con la sangre y el sudor de indígenas y negros esclavizados. Conecta el río Magdalena desde el municipio de Calamar hasta la bahía de Cartagena. En la ribera de estos 115 kilómetros hay territorios colectivos de las comunidades negras de Atlántico, Bolívar y Sucre que, huyendo del horror de la esclavitud, constituyeron la ruta de cimarronaje: Arjona, Arroyo Hondo, Calamar, Mahates, Maríalabaja, San Cristóbal, San Estanislao, Santa Rosa de Lima, Soplaviento, Turbana, Gambote, Rocha y Puerto Vadel.
La guerra llegó a estas tierras, o mejor decir aguas, de la mano de los cacaos de Cartagena que decidieron apelar a las Convivir para asegurarse. Cuando estas se acabaron —pero ya habían sembrado el paramilitarismo— acudieron a Carlos Castaño y Salvatore Mancuso para que les extendieran el Bloque Montes de María, lo cual ocurrió desde 2001. El 30 de octubre de 2002 se fundó el Frente Canal del Dique, al mando de Juancho, quien ordenó ubicar el centro de operaciones en Rocha y Arjona.
A esta región llegaron con 24 masacres probadas y varias sin reseñar. Lo que vieron y vivieron estas comunidades es inenarrable, imborrable. Tal vez de esto se han aprovechado para decretar la amnesia colectiva. Que nadie cuente ni recuerde que hubo comunidades enteras de mujeres violadas cuyos hijos nacieron rotulados por un estigma, cientos de miles de jóvenes desaparecidos, asesinatos en plaza pública, desmembramientos y prohibición absoluta de sus prácticas culturales.
“A mi hermano, Roger Pájaro Martínez, lo desaparecieron el 31 de agosto de 2003. Tenía 22 años y la última vez que salió de casa era domingo e iba bien vestido. De buscarlo nos encontramos más problemas. Me fui a estudiar a Cartagena y encontré que esto no sólo me había pasado a mí, sino a muchas familias de Arjona. Entonces me puse a investigar para hacer mi tesis en historia y poder contar lo que nadie quiere decir. Que los paras aquí traían a todos los muertos o por matar de la zona norte. Que instauraron un ritual horrendo”.
“Al que iban a desaparecer lo montaban en una camioneta de alta gama y vidrios oscuros que hicieron conocer como La última lágrima. Lo paseaban por todo el pueblo. Luego se parqueaban frente a la plaza de la Cruz de Mayo —en el corazón social y cultural del pueblo—, se tomaban una cerveza y se iban a un punto que llamaron La loma del muerto a picar al sentenciado. Echaban el cuerpo al canal, donde está la bocatoma de Aguas de Cartagena, de donde sale el agua para la ciudad. Durante diez años, repitieron el macabro rito entre tres y cinco veces diarias, y hubo días en que echaron entre ocho y diez cadáveres al Dique”, narra Jasmar Pájaro, un joven historiador.
No es sólo su testimonio como víctima ni su relato como testigo, es lo que la gente le ha confiado, lo que los mismos paramilitares responsables de esta tragedia han contado y van a seguir detallando. Los testimonios ya están en manos de la Comisión de la Verdad, a la que 200 consejos comunitarios le han pedido que estudie presentar una solicitud de medidas cautelares a la Jurisdicción Especial de Paz para la zona de influencia del Canal del Dique, porque una megaobra podría arrasar los rastros de esta tragedia. Se trata del proyecto de Restauración de Ecosistemas Degradados del Canal del Dique que, más que un proyecto ambiental, es una apuesta millonaria para que entren y salgan barcos de carga más grandes a la bahía de Cartagena. Pero la gente lo sabe y ya no tienen miedo de denunciarlo. A la verdad no podrán ponerle un dique.
A la historia sobre la guerra en el Caribe colombiano le falta un pedazo. Los ganaderos, políticos y empresarios de Cartagena lo han ocultado por décadas. Han torcido autoridades, jueces y policías para limpiar su rastro. Han callado a víctimas y victimarios. A toda costa, y a todo costo, quieren borrar de la memoria del país lo que pasó en los territorios negros de la ribera del Canal del Dique entre 2001 y 2010, y lo que sigue ocurriendo.
El canal fue construido en el siglo XVI por la colonia española con la sangre y el sudor de indígenas y negros esclavizados. Conecta el río Magdalena desde el municipio de Calamar hasta la bahía de Cartagena. En la ribera de estos 115 kilómetros hay territorios colectivos de las comunidades negras de Atlántico, Bolívar y Sucre que, huyendo del horror de la esclavitud, constituyeron la ruta de cimarronaje: Arjona, Arroyo Hondo, Calamar, Mahates, Maríalabaja, San Cristóbal, San Estanislao, Santa Rosa de Lima, Soplaviento, Turbana, Gambote, Rocha y Puerto Vadel.
La guerra llegó a estas tierras, o mejor decir aguas, de la mano de los cacaos de Cartagena que decidieron apelar a las Convivir para asegurarse. Cuando estas se acabaron —pero ya habían sembrado el paramilitarismo— acudieron a Carlos Castaño y Salvatore Mancuso para que les extendieran el Bloque Montes de María, lo cual ocurrió desde 2001. El 30 de octubre de 2002 se fundó el Frente Canal del Dique, al mando de Juancho, quien ordenó ubicar el centro de operaciones en Rocha y Arjona.
A esta región llegaron con 24 masacres probadas y varias sin reseñar. Lo que vieron y vivieron estas comunidades es inenarrable, imborrable. Tal vez de esto se han aprovechado para decretar la amnesia colectiva. Que nadie cuente ni recuerde que hubo comunidades enteras de mujeres violadas cuyos hijos nacieron rotulados por un estigma, cientos de miles de jóvenes desaparecidos, asesinatos en plaza pública, desmembramientos y prohibición absoluta de sus prácticas culturales.
“A mi hermano, Roger Pájaro Martínez, lo desaparecieron el 31 de agosto de 2003. Tenía 22 años y la última vez que salió de casa era domingo e iba bien vestido. De buscarlo nos encontramos más problemas. Me fui a estudiar a Cartagena y encontré que esto no sólo me había pasado a mí, sino a muchas familias de Arjona. Entonces me puse a investigar para hacer mi tesis en historia y poder contar lo que nadie quiere decir. Que los paras aquí traían a todos los muertos o por matar de la zona norte. Que instauraron un ritual horrendo”.
“Al que iban a desaparecer lo montaban en una camioneta de alta gama y vidrios oscuros que hicieron conocer como La última lágrima. Lo paseaban por todo el pueblo. Luego se parqueaban frente a la plaza de la Cruz de Mayo —en el corazón social y cultural del pueblo—, se tomaban una cerveza y se iban a un punto que llamaron La loma del muerto a picar al sentenciado. Echaban el cuerpo al canal, donde está la bocatoma de Aguas de Cartagena, de donde sale el agua para la ciudad. Durante diez años, repitieron el macabro rito entre tres y cinco veces diarias, y hubo días en que echaron entre ocho y diez cadáveres al Dique”, narra Jasmar Pájaro, un joven historiador.
No es sólo su testimonio como víctima ni su relato como testigo, es lo que la gente le ha confiado, lo que los mismos paramilitares responsables de esta tragedia han contado y van a seguir detallando. Los testimonios ya están en manos de la Comisión de la Verdad, a la que 200 consejos comunitarios le han pedido que estudie presentar una solicitud de medidas cautelares a la Jurisdicción Especial de Paz para la zona de influencia del Canal del Dique, porque una megaobra podría arrasar los rastros de esta tragedia. Se trata del proyecto de Restauración de Ecosistemas Degradados del Canal del Dique que, más que un proyecto ambiental, es una apuesta millonaria para que entren y salgan barcos de carga más grandes a la bahía de Cartagena. Pero la gente lo sabe y ya no tienen miedo de denunciarlo. A la verdad no podrán ponerle un dique.