La venganza de Rocky que acabó con la paz en Tumaco
Avanza diciembre y en Tumaco, Nariño, la gente está preocupada por cómo será el fin de año. Una ciudad que ostenta sin resquemor la cultura narca en la que está sumergida: carros costosos, cadenas gruesas de oro, prostitución, reguetón a todo volumen y donde, curiosamente, hay cientos de mexicanos por estos días. Se ven en los hoteles y restaurantes donde los platos no bajan de $35.000 cada uno.
“La guerra volvió a los barrios y las comunas del puerto. Tuvimos casi dos años de una tregua que ahorró muchas vidas. Y ahora volvieron las balaceras, la extorsión, los asesinatos. Se reactivaron las fronteras invisibles, los toques de queda con pena de muerte. Nuevamente se dan bala a plena luz del día y regresaron los combates en las noches. Todo agravado por la falta de escuela que nos trajo el coronavirus”, alega con tono suplicante un líder comunal que pasó varios retenes armados de diferentes bandos para asistir a esta reunión en la “Perla del Pacífico”.
Y explica: “Fue una tregua que construimos los líderes comunales con la Iglesia. Nos fuimos tocando las puertas, de una en una, de los comandantes de las disidencias del proceso de paz que operan en la ciudad hasta sentarlos, el 13 de diciembre de 2018, en El Bajito, a firmar un acuerdo de no agresión entre el Frente Óliver Sinisterra, en ese momento comandado por Guacho, y las Guerrillas Unidas del Pacífico (Gup), al mando de David. Ellos aceptaron nuestra petición humanitaria y firmaron el compromiso. Acuerdo que se mantuvo hasta septiembre de este año y al que le debemos la tranquilidad de dos Nochebuenas y cientos de muchachos con vida”.
A Guacho y a David los mataron poco después y los mandos que los sustituyeron respetaron el acuerdo, pero una vieja deuda, traducida en venganza, acabó con la paz de Tumaco. La historia del rompimiento de la tregua empezó antes que el acuerdo mismo. En febrero de 2018, en los Carnavales del Fuego, en los que las candidatas a reina desfilan en lancha por la bahía, una balacera se desató de repente entre dos embarcaciones. Resultaron tres personas muertas, entre ellas una mujer en embarazo, la pareja de Rodrigo Valencia Preciado, más conocido como Rocky, quien ese día terminó capturado, acusado de ser responsable de extorsiones y asesinatos e identificado como integrante de las Gup.
Rocky vivió en la cárcel los años que duró el pacto del fusil, pero el vencimiento de términos lo puso en libertad este año. Cuentan en el puerto que Rocky regresó a Tumaco a tomar venganza contra Yófer Guzmán Sánchez, más conocido como el Tigre, ex-Farc y mando medio del Óliver Sinisterra, a quien Rocky acusaba de ser responsable del atentado en el que murió su esposa. “Y un día, al hermano del Tigre, que se llamaba Nelson Sánchez y quien también perteneció a las Farc, pero a diferencia de su hermano no volvió a las armas, se le varó la moto con tan mala suerte que se lo topó Rocky y lo mató”, relata la gente.
Desde ese 27 de septiembre, Tumaco regresó a la guerra de bandolas en los barrios, donde los carros deben llevar los vidrios abajo para evitar ser baleados. “Nuevamente nos encontramos a la deriva en este puerto. La paz que construimos los líderes con el apoyo de la Iglesia se hundió por una venganza. Las autoridades, que sacaban pecho con la disminución de los homicidios, ahora se hacen los de la vista gorda y vuelven a entrar al negocio de la guerra”, concluye con nostalgia el líder tumaqueño. Murió el pacto que, según las cifras, salvó al menos 150 personas en los dos años que duró, de acuerdo con el promedio de muertes que ha registrado el puerto en este período. Una muestra de que en este país son más eficaces los acuerdos humanitarios tejidos por la gente que las políticas de seguridad que vende el Ministerio de Defensa como exitosas y de las que se ufanan con cinismo los mandatarios locales.
Avanza diciembre y en Tumaco, Nariño, la gente está preocupada por cómo será el fin de año. Una ciudad que ostenta sin resquemor la cultura narca en la que está sumergida: carros costosos, cadenas gruesas de oro, prostitución, reguetón a todo volumen y donde, curiosamente, hay cientos de mexicanos por estos días. Se ven en los hoteles y restaurantes donde los platos no bajan de $35.000 cada uno.
“La guerra volvió a los barrios y las comunas del puerto. Tuvimos casi dos años de una tregua que ahorró muchas vidas. Y ahora volvieron las balaceras, la extorsión, los asesinatos. Se reactivaron las fronteras invisibles, los toques de queda con pena de muerte. Nuevamente se dan bala a plena luz del día y regresaron los combates en las noches. Todo agravado por la falta de escuela que nos trajo el coronavirus”, alega con tono suplicante un líder comunal que pasó varios retenes armados de diferentes bandos para asistir a esta reunión en la “Perla del Pacífico”.
Y explica: “Fue una tregua que construimos los líderes comunales con la Iglesia. Nos fuimos tocando las puertas, de una en una, de los comandantes de las disidencias del proceso de paz que operan en la ciudad hasta sentarlos, el 13 de diciembre de 2018, en El Bajito, a firmar un acuerdo de no agresión entre el Frente Óliver Sinisterra, en ese momento comandado por Guacho, y las Guerrillas Unidas del Pacífico (Gup), al mando de David. Ellos aceptaron nuestra petición humanitaria y firmaron el compromiso. Acuerdo que se mantuvo hasta septiembre de este año y al que le debemos la tranquilidad de dos Nochebuenas y cientos de muchachos con vida”.
A Guacho y a David los mataron poco después y los mandos que los sustituyeron respetaron el acuerdo, pero una vieja deuda, traducida en venganza, acabó con la paz de Tumaco. La historia del rompimiento de la tregua empezó antes que el acuerdo mismo. En febrero de 2018, en los Carnavales del Fuego, en los que las candidatas a reina desfilan en lancha por la bahía, una balacera se desató de repente entre dos embarcaciones. Resultaron tres personas muertas, entre ellas una mujer en embarazo, la pareja de Rodrigo Valencia Preciado, más conocido como Rocky, quien ese día terminó capturado, acusado de ser responsable de extorsiones y asesinatos e identificado como integrante de las Gup.
Rocky vivió en la cárcel los años que duró el pacto del fusil, pero el vencimiento de términos lo puso en libertad este año. Cuentan en el puerto que Rocky regresó a Tumaco a tomar venganza contra Yófer Guzmán Sánchez, más conocido como el Tigre, ex-Farc y mando medio del Óliver Sinisterra, a quien Rocky acusaba de ser responsable del atentado en el que murió su esposa. “Y un día, al hermano del Tigre, que se llamaba Nelson Sánchez y quien también perteneció a las Farc, pero a diferencia de su hermano no volvió a las armas, se le varó la moto con tan mala suerte que se lo topó Rocky y lo mató”, relata la gente.
Desde ese 27 de septiembre, Tumaco regresó a la guerra de bandolas en los barrios, donde los carros deben llevar los vidrios abajo para evitar ser baleados. “Nuevamente nos encontramos a la deriva en este puerto. La paz que construimos los líderes con el apoyo de la Iglesia se hundió por una venganza. Las autoridades, que sacaban pecho con la disminución de los homicidios, ahora se hacen los de la vista gorda y vuelven a entrar al negocio de la guerra”, concluye con nostalgia el líder tumaqueño. Murió el pacto que, según las cifras, salvó al menos 150 personas en los dos años que duró, de acuerdo con el promedio de muertes que ha registrado el puerto en este período. Una muestra de que en este país son más eficaces los acuerdos humanitarios tejidos por la gente que las políticas de seguridad que vende el Ministerio de Defensa como exitosas y de las que se ufanan con cinismo los mandatarios locales.