Petróleo, paras y amenazas en el Magdalena Medio
Los habitantes de Puerto Wilches y Barrancabermeja, en el Magdalena Medio, vienen sintiendo pasos de animal grande y no son de los hipopótamos de Pablo Escobar que se han multiplicado sin control en una de las regiones con mayor riqueza hídrica. Lo que oyen es el avance de una especie invasora, depredadora de los recursos naturales y los dineros públicos, agresiva y antropófaga que se alimenta principalmente del petróleo de la zona y que babea cuando le mencionan el fracking.
Esta especie se desarrolló a sus anchas con el paramilitarismo. Ese que puso su capital en Puerto Boyacá, desde donde envió destajadores entrenados a todo el país, pero que se creció en las aguas del Magdalena con el Bloque Central Bolívar, al mando de Julián Bolívar, y las autodefensas campesinas del Magdalena Medio, que dirigió Ramón Isaza. De su paso por la región quedaron decenas de masacres, centenares de víctimas y una poderosa clase de contratistas de los hidrocarburos.
Testaferros del paramilitarismo que ya sanearon sus tierras y van en su segunda generación entran y salen de la política cada vez que lo necesitan. Son los dueños de la maquinaria que requiere la explotación petrolera y reciben contratos del municipio, la Gobernación, Ecopetrol y las corporaciones autónomas regionales. Hoy se les abrió la agalla con el piloto de fracking que el Gobierno les autorizó en Puerto Wilches, pero que se preparan para expandir desde Barranca hasta Regidor.
Pero tienen que salir de un “problemita” que se les viene creciendo: un ejército de valientes líderes sociales y defensores del medio ambiente que les siguen el rastro. Entonces, otra vez, como en los años 90, han soltado sus perros. En enero le hicieron un atentado a Yuli Velásquez, defensora de la ciénaga de San Silvestre, donde los contratistas tienen un chanchullo millonario disfrazado de programa de protección ambiental y cuidado de las aguas.
Lo mismo le hicieron a Luis Alberto González, un líder del sector de Las Parillas que viene señalando a Aguas de Barranca de descargar toneladas de lodo a la ciénaga de San Silvestre, un área biodiversa donde los manatíes antillanos encontraban el lugar perfecto para aparearse. Pero sus denuncias no tienen respuesta siendo que el agua que están contaminando es la que reciben los barranqueños.
“Hace un tiempo me interceptaron dos tipos armados y me dijeron que me fuera; como no hice caso me llenaron la casa de panfletos amenazantes, me dejaron un sapo sin cabeza en una caja. En diciembre los 13 líderes que hemos denunciado esto salimos en un panfleto dizque de las Águilas Negras”, asegura este líder comunitario.
Yuvelis Natalia Morales, una joven de 20 años que hace parte de Aguawill, un colectivo de defensa del territorio contra el fracking en Puerto Wilches, ha padecido la misma suerte. Al tiempo que crecía la pedagogía de estos jóvenes sobre el impacto del fracking en las fuentes de agua, el pescado y la agricultura, crecieron las amenazas, los seguimientos y los comentarios de que lo que se buscaban era una “muerte pendeja”.
“Una noche que estaba con mi hermana dos hombres se me metieron a la casa y me dijeron que dejara de joder, que yo estaba muy sola y me podían matar cualquier día. Entonces vino una terapia del terror que me tiene hoy desplazada. Puse la denuncia y la Policía y el Ejército que me tenían que cuidar me empezaron a intimidar, a decir que no me podían cuidar porque yo era una ‘boleta’, que dejara de joder y eso hizo carrera con mi mamá, mi abuela, mis vecinos. Hasta que mi mamá me dijo que me tenía que ir de la casa porque por venir a matarme los iban a matar a todos. Yo lloraba todas las noches. Y ha sido tanta la presión que aquí estoy escondida, pero dando la pelea, lejos del río que me vio nacer, me vio caminar, me enseñó a andar y me ha alimentado de pescado y sueños”, narra esta joven que prefiere morir a ver estas aguas convertidas en pantano.
Los habitantes de Puerto Wilches y Barrancabermeja, en el Magdalena Medio, vienen sintiendo pasos de animal grande y no son de los hipopótamos de Pablo Escobar que se han multiplicado sin control en una de las regiones con mayor riqueza hídrica. Lo que oyen es el avance de una especie invasora, depredadora de los recursos naturales y los dineros públicos, agresiva y antropófaga que se alimenta principalmente del petróleo de la zona y que babea cuando le mencionan el fracking.
Esta especie se desarrolló a sus anchas con el paramilitarismo. Ese que puso su capital en Puerto Boyacá, desde donde envió destajadores entrenados a todo el país, pero que se creció en las aguas del Magdalena con el Bloque Central Bolívar, al mando de Julián Bolívar, y las autodefensas campesinas del Magdalena Medio, que dirigió Ramón Isaza. De su paso por la región quedaron decenas de masacres, centenares de víctimas y una poderosa clase de contratistas de los hidrocarburos.
Testaferros del paramilitarismo que ya sanearon sus tierras y van en su segunda generación entran y salen de la política cada vez que lo necesitan. Son los dueños de la maquinaria que requiere la explotación petrolera y reciben contratos del municipio, la Gobernación, Ecopetrol y las corporaciones autónomas regionales. Hoy se les abrió la agalla con el piloto de fracking que el Gobierno les autorizó en Puerto Wilches, pero que se preparan para expandir desde Barranca hasta Regidor.
Pero tienen que salir de un “problemita” que se les viene creciendo: un ejército de valientes líderes sociales y defensores del medio ambiente que les siguen el rastro. Entonces, otra vez, como en los años 90, han soltado sus perros. En enero le hicieron un atentado a Yuli Velásquez, defensora de la ciénaga de San Silvestre, donde los contratistas tienen un chanchullo millonario disfrazado de programa de protección ambiental y cuidado de las aguas.
Lo mismo le hicieron a Luis Alberto González, un líder del sector de Las Parillas que viene señalando a Aguas de Barranca de descargar toneladas de lodo a la ciénaga de San Silvestre, un área biodiversa donde los manatíes antillanos encontraban el lugar perfecto para aparearse. Pero sus denuncias no tienen respuesta siendo que el agua que están contaminando es la que reciben los barranqueños.
“Hace un tiempo me interceptaron dos tipos armados y me dijeron que me fuera; como no hice caso me llenaron la casa de panfletos amenazantes, me dejaron un sapo sin cabeza en una caja. En diciembre los 13 líderes que hemos denunciado esto salimos en un panfleto dizque de las Águilas Negras”, asegura este líder comunitario.
Yuvelis Natalia Morales, una joven de 20 años que hace parte de Aguawill, un colectivo de defensa del territorio contra el fracking en Puerto Wilches, ha padecido la misma suerte. Al tiempo que crecía la pedagogía de estos jóvenes sobre el impacto del fracking en las fuentes de agua, el pescado y la agricultura, crecieron las amenazas, los seguimientos y los comentarios de que lo que se buscaban era una “muerte pendeja”.
“Una noche que estaba con mi hermana dos hombres se me metieron a la casa y me dijeron que dejara de joder, que yo estaba muy sola y me podían matar cualquier día. Entonces vino una terapia del terror que me tiene hoy desplazada. Puse la denuncia y la Policía y el Ejército que me tenían que cuidar me empezaron a intimidar, a decir que no me podían cuidar porque yo era una ‘boleta’, que dejara de joder y eso hizo carrera con mi mamá, mi abuela, mis vecinos. Hasta que mi mamá me dijo que me tenía que ir de la casa porque por venir a matarme los iban a matar a todos. Yo lloraba todas las noches. Y ha sido tanta la presión que aquí estoy escondida, pero dando la pelea, lejos del río que me vio nacer, me vio caminar, me enseñó a andar y me ha alimentado de pescado y sueños”, narra esta joven que prefiere morir a ver estas aguas convertidas en pantano.