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                                                                                                                                Selva arrasada

                                                                                                                                Las selvas en llamas que rodean la serranía del Chiribiquete se hundieron en un silencio solemne. El silencio que deja la tierra arrasada por los incendios del “progreso”. Apenas se oyó el pitar de las chicharras y se descorrió el velo de la tragedia. Esa que hace ruido en los veranos y se olvida en los inviernos: más de 110.000 nuevas hectáreas deforestadas, tumbas, quemadas, sonsacadas a las selvas de la Orinoquia y la Amazonia a punta de fuego, hacha y machete.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                “Entre Guaviare, Caquetá, Putumayo y Meta, áreas que bordean el Chiribiquete, se han deforestado medio millón de hectáreas en los últimos cinco años. Con el agravante de que cada año la selva arrasada tiene más valor porque hay menos, porque allí se han refugiado los animales sacados de los montes tumbados el año anterior, y el trasanterior. Nadie le pone atención al efecto acumulativo de la deforestación. Cada año el daño es peor, pero aquí la preocupación es pasajera”, anota Botero con desespero. El desespero de quien cada semana ve un nuevo pedazo de monte derribado y le lleva el pulso, en tiempo real, a una tierra que agoniza todos los días.

                                                                                                                                Pero aquí la preocupación no es sólo ambiental, por los árboles caídos y las selvas potrerizadas, es por un fenómeno de apropiación de tierras detrás del cual hay gente con plata y poder. Al Guaviare, desde hace un quinquenio, cuando festejábamos la firma del Acuerdo de Paz, se inició un nuevo ciclo de colonización, esta vez empresarial. Llegó con plata para hacer fincas ganaderas, para instalar laboratorios de coca, para hacer carreteras, para tender puentes entre las disidencias y los residuos paramilitares de Pedro Guerrero y de Cuchillo. Llegaron al Guaviare orientados por una clase política cuya punta de lanza es el tenebroso exgobernador Nebio Echeverry, quien ya trajo a sus amigos de otras tierras, a Jhon Calzones, a Samy Merheg.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Las selvas en llamas que rodean la serranía del Chiribiquete se hundieron en un silencio solemne. El silencio que deja la tierra arrasada por los incendios del “progreso”. Apenas se oyó el pitar de las chicharras y se descorrió el velo de la tragedia. Esa que hace ruido en los veranos y se olvida en los inviernos: más de 110.000 nuevas hectáreas deforestadas, tumbas, quemadas, sonsacadas a las selvas de la Orinoquia y la Amazonia a punta de fuego, hacha y machete.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                “Entre Guaviare, Caquetá, Putumayo y Meta, áreas que bordean el Chiribiquete, se han deforestado medio millón de hectáreas en los últimos cinco años. Con el agravante de que cada año la selva arrasada tiene más valor porque hay menos, porque allí se han refugiado los animales sacados de los montes tumbados el año anterior, y el trasanterior. Nadie le pone atención al efecto acumulativo de la deforestación. Cada año el daño es peor, pero aquí la preocupación es pasajera”, anota Botero con desespero. El desespero de quien cada semana ve un nuevo pedazo de monte derribado y le lleva el pulso, en tiempo real, a una tierra que agoniza todos los días.

                                                                                                                                Pero aquí la preocupación no es sólo ambiental, por los árboles caídos y las selvas potrerizadas, es por un fenómeno de apropiación de tierras detrás del cual hay gente con plata y poder. Al Guaviare, desde hace un quinquenio, cuando festejábamos la firma del Acuerdo de Paz, se inició un nuevo ciclo de colonización, esta vez empresarial. Llegó con plata para hacer fincas ganaderas, para instalar laboratorios de coca, para hacer carreteras, para tender puentes entre las disidencias y los residuos paramilitares de Pedro Guerrero y de Cuchillo. Llegaron al Guaviare orientados por una clase política cuya punta de lanza es el tenebroso exgobernador Nebio Echeverry, quien ya trajo a sus amigos de otras tierras, a Jhon Calzones, a Samy Merheg.

                                                                                                                                Read more!
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