Tumaco es nuestro segundo puerto sobre el Pacífico. Con poco más de 250.000 habitantes y unos índices de violencia tan alarmantes como desoídos por el Estado. Desde hace una década la ciudad está a merced de las bandolas. Dominan el puerto, hacen las veces de autoridad, son los principales empleadores y rigen, con pulso de hierro, la vida de sus habitantes. Firmado el Acuerdo de Paz, el Gobierno Santos catalogó a Tumaco como la capital del posconflicto y mandó 12.000 efectivos de la fuerza pública. La priorizó, como dicen los empleados oficiales, como receptora de proyectos sociales. Pero nada de esto ha servido para controlar una guerra intraurbana que pone a Tumaco entre las 10 ciudades con más muertes violentas del país, la segunda con mayor concentración de cultivos ilícitos y, lo peor: una de las pocas iniciativas que les ponen el pecho a las balas está a punto de morir.
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Tumaco es nuestro segundo puerto sobre el Pacífico. Con poco más de 250.000 habitantes y unos índices de violencia tan alarmantes como desoídos por el Estado. Desde hace una década la ciudad está a merced de las bandolas. Dominan el puerto, hacen las veces de autoridad, son los principales empleadores y rigen, con pulso de hierro, la vida de sus habitantes. Firmado el Acuerdo de Paz, el Gobierno Santos catalogó a Tumaco como la capital del posconflicto y mandó 12.000 efectivos de la fuerza pública. La priorizó, como dicen los empleados oficiales, como receptora de proyectos sociales. Pero nada de esto ha servido para controlar una guerra intraurbana que pone a Tumaco entre las 10 ciudades con más muertes violentas del país, la segunda con mayor concentración de cultivos ilícitos y, lo peor: una de las pocas iniciativas que les ponen el pecho a las balas está a punto de morir.
Se trata de la Casa de Memoria de la Costa Pacífica Nariñense, un pequeño y valeroso museo fundado en 2013 que ha sido el catalizador de tantos dolores que deambulan como fantasmas por el puerto y ha sido la tabla de salvación de cientos de jóvenes. Al entrar, uno se encuentra con mil rostros, consignados en fotos de carné, de víctimas de la violencia: desaparecidos, asesinados, reclutados. Sus madres las han llevado para hacer justicia a sus historias, no a las que reseñaron sus muertes, sino las que resuenan en la memoria de sus allegados. En otra de sus salas se rinde homenaje a quienes han dado la vida por la paz, la verdad y la justicia; entre otros, Yolanda Cerón, la madre de los territorios colectivos, asesinada hace 21 años en este puerto. En el último tramo, al abrir un marco que cuelga de una pared, un espejo lo pone ante su propio rostro y dice: “Usted está viendo a la persona más importante para la paz”.
José Luis Foncillas, español de 48 años que hace 15 vive en Tumaco, es uno de los fundadores de la Casa Museo. Se enamoró del puerto y de su gente: “Es un pueblo acogedor, su alegría y su sinceridad me dieron motivos para echar raíces aquí, donde, además, había mucho por hacer. Donde la gente veía vacíos y frustraciones yo vi posibilidades para hacer proyectos valiosos”. Así nació este museo de la memoria, de la mano de la Diócesis de Tumaco y con el esfuerzo de un grupo de personas que han recibido más 200.000 visitantes desde su fundación. “Hacemos 12.000 visitas guiadas al año a jóvenes, estudiantes y habitantes del puerto, pero además hacemos talleres para que jóvenes se formen como constructores de paz y apoyamos a mujeres víctimas en sus procesos de recuperación emocional”, narra.
Es un espacio donde los tumaqueños se refugian de la violencia, el narcotráfico y las bandas. Un lugar seguro y valioso para quienes no quieren ser futbolistas o bailarines, que es lo que muchos creen que tienen que ser los afros. Estos nueve años el museo ha sobrevivido con la cooperación internacional, porque, a pesar de que hay una sentencia que obliga al Estado a su sostenimiento, el Ministerio de Cultura ha aportado $10 millones en 10 años, la Alcaldía hace oídos sordos y la Gobernación respalda algunos proyectos, pero hoy les debe $27 millones del último que financió. Yo me pregunto: ¿es que los tumaqueños no tienen derecho a la memoria y a un museo de la verdad? ¿Ese es un privilegio que les está vedado por ser negros, por ser pobres? ¿En este país sólo tienen derecho a la memoria y su historia los jóvenes blancos de ciudad? Y mientras esta iniciativa se diluye en el puerto del que nunca se fue la guerra, el director del Centro Nacional de Memoria Histórica ha dedicado todos sus esfuerzos a negar la existencia de las víctimas, a reconstruir la historia de la guerra en las voces de los militares y a construir un gran museo en Bogotá, en el que seguramente ha gastado miles de millones.