En Colombia hablamos cada día más sobre la desigualdad. Se publican cada vez más artículos, reportes y posts hablando sobre los inaceptables niveles de desigualdad que nos ponen en el top de países más desiguales del mundo. ¿Pero de cuál desigualdad estamos hablando? Porque no es una desigualdad, son muchas desigualdades: brechas entre ricos y pobres, mujeres y hombres, ciudades y campo, blancos y negros. Todas estas se entrecruzan, volviéndose desigualdades, en plural. Quizás sea importante que empecemos a ver las desigualdades desde un lente “multidimensional” (como ya hemos empezado a ver la pobreza). Así podremos entender mejor ese entramado de privilegios y de exclusiones injustas que conforman la realidad de nuestra sociedad; y también, las soluciones que tenemos para reducirlas.
¿Por dónde empezar? Un primer paso es hacer un esfuerzo por diagnosticar la situación de las desigualdades en Colombia yendo más allá de las cifras de ingresos. Necesitamos entender qué brechas existen en temas de educación, trabajo, género, agua, internet, activos financieros, tierras; y cómo estas se refuerzan entre sí. Un estudio publicado recientemente por la Agencia Francesa del Desarrollo (AFD) y la UE brinda una primera mirada en esta dirección. La conclusión es que el panorama de las desigualdades es aún más complejo de lo que pensábamos, y que el entramado de desigualdades se traduce en una realidad: las oportunidades de las y los colombianos son sustancialmente diferentes, dependiendo de si nacemos ricos o pobres, mujeres u hombres, blancos o negros, en el campo o en la ciudad.
Las cifras que presenta el estudio hablan por sí solas[1]. Por ejemplo, en Colombia, nacer mujer y en un hogar empobrecido implica tener un ingreso salarial 40 % menor que el de un hombre que tiene el mismo trabajo. Implica también tener que dedicar el doble de horas a labores de cuidado (lavar, cocinar, cuidar de otros), y tener la mitad de probabilidades de ingresar al mercado laboral. Las cifras de desigualdad laboral entre colombianos de altos y bajos ingresos son también preocupantes. La tasa de desempleo para los colombianos del 20 % más pobre de la población es del 17,7%, mientras que para los colombianos del 20 % más rico de la población es de solo 5,5 %.
Las brechas entre ricos y pobres se repiten en el caso del acceso a servicios fundamentales como el agua u, hoy en día, el internet. El estudio muestra que 1 de cada 3 hogares del 20 % más pobre de la población no tiene acceso a agua las 24 horas del día, algo que los citadinos damos por hecho. Para el caso del internet, las cifras muestran que 2 de cada 3 hogares del 20 % más pobre de la población no logran usar este servicio diariamente.
Estas cifras nos hacen preguntarnos ¿Cómo hablar de igualdad de oportunidades si no tenemos acceso a los mismos servicios? ¿Cómo hablar de movilidad social (pasar de un nivel económico a otro) si el futuro de un colombiano está atado a nacer rico o pobre, hombre o mujer, en el campo o en la ciudad?
O la pregunta más importante: ¿Se puede hacer algo para reducir estas desigualdades? El estudio de la AFD parece indicar que sí. Sus cifras muestran que, pese a la alta persistencia de la desigualdad, sí se han observado periodos en los cuales Colombia ha logrado reducir las desigualdades. Particularmente, entre 2010 y 2017 se lograron reducciones a través de las transferencias sociales del gobierno a los hogares más pobres, y a través del boom económico asociado con el sector minero-energético. No obstante, los indicadores de desigualdad volvieron a aumentar desde el 2018, y luego se dispararon con la pandemia del Covid-19.
¿Qué implica esto a hoy? Como sabemos, el crecimiento de la economía colombiana se ha desacelerado, lo cual hace evidente la necesidad de que el gobierno se apresure en implementar una verdadera apuesta de aceleración económica que, además, sea generadora de empleo. Pero el crecimiento económico no basta. Como país debemos entender que necesitamos reformas sociales (incluyendo reformas laborales, pensionales y tributarias), y también, reformas culturales que transformen nuestro entendimiento de lo que es, y de lo que es posible. Transformar lo que entendemos sobre los roles de género y sobre el rol del campo en nuestra economía son de las transformaciones más urgentes que necesitamos. Quizás una mirada multidimensional a la construcción de equidad ayude a Colombia a identificar caminos para dejar de ser uno de los países más desiguales del mundo.
[1] Buena parte las cifras que presenta en el estudio y que mencionamos en esta columna se calculan con base en los datos de la GEIH (Gran Encuesta Integrada de Hogares) del DANE.
En Colombia hablamos cada día más sobre la desigualdad. Se publican cada vez más artículos, reportes y posts hablando sobre los inaceptables niveles de desigualdad que nos ponen en el top de países más desiguales del mundo. ¿Pero de cuál desigualdad estamos hablando? Porque no es una desigualdad, son muchas desigualdades: brechas entre ricos y pobres, mujeres y hombres, ciudades y campo, blancos y negros. Todas estas se entrecruzan, volviéndose desigualdades, en plural. Quizás sea importante que empecemos a ver las desigualdades desde un lente “multidimensional” (como ya hemos empezado a ver la pobreza). Así podremos entender mejor ese entramado de privilegios y de exclusiones injustas que conforman la realidad de nuestra sociedad; y también, las soluciones que tenemos para reducirlas.
¿Por dónde empezar? Un primer paso es hacer un esfuerzo por diagnosticar la situación de las desigualdades en Colombia yendo más allá de las cifras de ingresos. Necesitamos entender qué brechas existen en temas de educación, trabajo, género, agua, internet, activos financieros, tierras; y cómo estas se refuerzan entre sí. Un estudio publicado recientemente por la Agencia Francesa del Desarrollo (AFD) y la UE brinda una primera mirada en esta dirección. La conclusión es que el panorama de las desigualdades es aún más complejo de lo que pensábamos, y que el entramado de desigualdades se traduce en una realidad: las oportunidades de las y los colombianos son sustancialmente diferentes, dependiendo de si nacemos ricos o pobres, mujeres u hombres, blancos o negros, en el campo o en la ciudad.
Las cifras que presenta el estudio hablan por sí solas[1]. Por ejemplo, en Colombia, nacer mujer y en un hogar empobrecido implica tener un ingreso salarial 40 % menor que el de un hombre que tiene el mismo trabajo. Implica también tener que dedicar el doble de horas a labores de cuidado (lavar, cocinar, cuidar de otros), y tener la mitad de probabilidades de ingresar al mercado laboral. Las cifras de desigualdad laboral entre colombianos de altos y bajos ingresos son también preocupantes. La tasa de desempleo para los colombianos del 20 % más pobre de la población es del 17,7%, mientras que para los colombianos del 20 % más rico de la población es de solo 5,5 %.
Las brechas entre ricos y pobres se repiten en el caso del acceso a servicios fundamentales como el agua u, hoy en día, el internet. El estudio muestra que 1 de cada 3 hogares del 20 % más pobre de la población no tiene acceso a agua las 24 horas del día, algo que los citadinos damos por hecho. Para el caso del internet, las cifras muestran que 2 de cada 3 hogares del 20 % más pobre de la población no logran usar este servicio diariamente.
Estas cifras nos hacen preguntarnos ¿Cómo hablar de igualdad de oportunidades si no tenemos acceso a los mismos servicios? ¿Cómo hablar de movilidad social (pasar de un nivel económico a otro) si el futuro de un colombiano está atado a nacer rico o pobre, hombre o mujer, en el campo o en la ciudad?
O la pregunta más importante: ¿Se puede hacer algo para reducir estas desigualdades? El estudio de la AFD parece indicar que sí. Sus cifras muestran que, pese a la alta persistencia de la desigualdad, sí se han observado periodos en los cuales Colombia ha logrado reducir las desigualdades. Particularmente, entre 2010 y 2017 se lograron reducciones a través de las transferencias sociales del gobierno a los hogares más pobres, y a través del boom económico asociado con el sector minero-energético. No obstante, los indicadores de desigualdad volvieron a aumentar desde el 2018, y luego se dispararon con la pandemia del Covid-19.
¿Qué implica esto a hoy? Como sabemos, el crecimiento de la economía colombiana se ha desacelerado, lo cual hace evidente la necesidad de que el gobierno se apresure en implementar una verdadera apuesta de aceleración económica que, además, sea generadora de empleo. Pero el crecimiento económico no basta. Como país debemos entender que necesitamos reformas sociales (incluyendo reformas laborales, pensionales y tributarias), y también, reformas culturales que transformen nuestro entendimiento de lo que es, y de lo que es posible. Transformar lo que entendemos sobre los roles de género y sobre el rol del campo en nuestra economía son de las transformaciones más urgentes que necesitamos. Quizás una mirada multidimensional a la construcción de equidad ayude a Colombia a identificar caminos para dejar de ser uno de los países más desiguales del mundo.
[1] Buena parte las cifras que presenta en el estudio y que mencionamos en esta columna se calculan con base en los datos de la GEIH (Gran Encuesta Integrada de Hogares) del DANE.