EN UNA COLUMNA RECIENTE Ajejandro Gaviria se refirió a la costumbre
colombiana de abusar de la noción de crisis y de calificar así cada
momento histórico, y de considerar que cada uno de ellos es peor que el
anterior. Puede que tenga razón, y que haya una cierta proclividad
entre los analistas sociales a exagerar las dimensiones críticas de los
diferentes momentos históricos, y particularmente del actual.
Y critica también la tendencia a creer que a punta de ingeniería institucional es posible superar esas crisis. Uno podría concluir con él que si éste fuera un remedio eficaz, no habría crisis, en la medida en que en este país abundan los ingenieros institucionales, y las fórmulas propuestas a veces son muy imaginativas y brillantes. Si se les hiciera caso, a cada crisis le resultaría su ingeniería y santo remedio.
Pero, de otro lado, Gaviria sí deberá reconocer que hay momentos históricos más complejos que otros, que la historia, aun en el corto plazo, anda a saltos, y que así como hay momentos de calma, hay otros de turbulencia. David y Ruth Collier, dos conocidos politólogos norteamericanos, hicieron muy popular la categoría de “coyuntura crítica”, para referirse a esos momentos en los que se entrecruzan procesos sociales complejos y contradictorios y que tienden a producir cambios sociales más o menos profundos (ver Shaping the Political Arena. Critical Junctures, the Labor Movement and Regime Dynamics in Latin America, Princeton, 1991).
El problema no consiste tanto en ver una crisis en cada situación, sino en asumirlas como algo malo, perjudicial: al fin y al cabo ellas también son ventanas de oportunidad, de posibilidad de debatir alternativas, de plantear intereses propios y reconocer los ajenos, y de examinar en dónde realmente se puede actuar, no a partir de una ingeniería, sino de una concepción política.
Y sí, yo sí creo que estamos frente a una coyuntura crítica, y que la posición que ha planteado el presidente Uribe sobre la necesidad de privilegiar la estabilidad del régimen político sobre la operación de la justicia, sí es una ventana de oportunidad para debatir sobre el curso de la vida política colombiana en el presente y el futuro inmediato.
En principio se diría que no se trata de un dilema, que sin justicia eficaz no puede haber estabilidad institucional, y que ésta es fundamental para que aquella opere. Sin embargo, Uribe sí ha echado sus cartas al privilegiar la estabilidad, y le ha puesto condiciones a la justicia para que opere: le pide que sea objetiva, cuidadosa, mesurada. Y como sus ideas suelen ser retomadas por algunos y llevadas a extremos (en Colombia no hay conflicto, y quienes dicen que sí lo hay son simpatizantes de la subversión), ahora tenemos que para desconceptuar a la Corte Suprema se arma un chisme que corre veloz: que Macaco pagó una fortuna a algunos magistrados para que votaran por el fiscal Iguarán. Esto es desconceptuar a la Corte, en el momento en que llama a juicio a algunos de los más conspicuos políticos uribistas, y echar las cartas a favor de la estabilidad del régimen.
Gaviria no podría negar que ésta sí es una coyuntura crítica, y que se está jugando una concepción central de la democracia, cuyos resultados, que dependerán del grado en que ésta se valore y respete, podrán sentar precedentes positivos o negativos para esa democracia. Claro que un régimen estable es preferible a uno inestable que tenga que recurrir a la violencia para sostenerse, pero ineludiblemente para que sea estable debe ser justo, y por tanto debe respetar a los aparatos judiciales, subordinarse a ellos y no pedirles que actúen de una manera u otra: la aceptación de su autonomía es un principio democrático que no se puede violar, aunque se cuente con un volumen importante de opinión pública favorable.
EN UNA COLUMNA RECIENTE Ajejandro Gaviria se refirió a la costumbre
colombiana de abusar de la noción de crisis y de calificar así cada
momento histórico, y de considerar que cada uno de ellos es peor que el
anterior. Puede que tenga razón, y que haya una cierta proclividad
entre los analistas sociales a exagerar las dimensiones críticas de los
diferentes momentos históricos, y particularmente del actual.
Y critica también la tendencia a creer que a punta de ingeniería institucional es posible superar esas crisis. Uno podría concluir con él que si éste fuera un remedio eficaz, no habría crisis, en la medida en que en este país abundan los ingenieros institucionales, y las fórmulas propuestas a veces son muy imaginativas y brillantes. Si se les hiciera caso, a cada crisis le resultaría su ingeniería y santo remedio.
Pero, de otro lado, Gaviria sí deberá reconocer que hay momentos históricos más complejos que otros, que la historia, aun en el corto plazo, anda a saltos, y que así como hay momentos de calma, hay otros de turbulencia. David y Ruth Collier, dos conocidos politólogos norteamericanos, hicieron muy popular la categoría de “coyuntura crítica”, para referirse a esos momentos en los que se entrecruzan procesos sociales complejos y contradictorios y que tienden a producir cambios sociales más o menos profundos (ver Shaping the Political Arena. Critical Junctures, the Labor Movement and Regime Dynamics in Latin America, Princeton, 1991).
El problema no consiste tanto en ver una crisis en cada situación, sino en asumirlas como algo malo, perjudicial: al fin y al cabo ellas también son ventanas de oportunidad, de posibilidad de debatir alternativas, de plantear intereses propios y reconocer los ajenos, y de examinar en dónde realmente se puede actuar, no a partir de una ingeniería, sino de una concepción política.
Y sí, yo sí creo que estamos frente a una coyuntura crítica, y que la posición que ha planteado el presidente Uribe sobre la necesidad de privilegiar la estabilidad del régimen político sobre la operación de la justicia, sí es una ventana de oportunidad para debatir sobre el curso de la vida política colombiana en el presente y el futuro inmediato.
En principio se diría que no se trata de un dilema, que sin justicia eficaz no puede haber estabilidad institucional, y que ésta es fundamental para que aquella opere. Sin embargo, Uribe sí ha echado sus cartas al privilegiar la estabilidad, y le ha puesto condiciones a la justicia para que opere: le pide que sea objetiva, cuidadosa, mesurada. Y como sus ideas suelen ser retomadas por algunos y llevadas a extremos (en Colombia no hay conflicto, y quienes dicen que sí lo hay son simpatizantes de la subversión), ahora tenemos que para desconceptuar a la Corte Suprema se arma un chisme que corre veloz: que Macaco pagó una fortuna a algunos magistrados para que votaran por el fiscal Iguarán. Esto es desconceptuar a la Corte, en el momento en que llama a juicio a algunos de los más conspicuos políticos uribistas, y echar las cartas a favor de la estabilidad del régimen.
Gaviria no podría negar que ésta sí es una coyuntura crítica, y que se está jugando una concepción central de la democracia, cuyos resultados, que dependerán del grado en que ésta se valore y respete, podrán sentar precedentes positivos o negativos para esa democracia. Claro que un régimen estable es preferible a uno inestable que tenga que recurrir a la violencia para sostenerse, pero ineludiblemente para que sea estable debe ser justo, y por tanto debe respetar a los aparatos judiciales, subordinarse a ellos y no pedirles que actúen de una manera u otra: la aceptación de su autonomía es un principio democrático que no se puede violar, aunque se cuente con un volumen importante de opinión pública favorable.