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¿Es posible ganar las elecciones presidenciales en Colombia sin populismo? Varios hechos indican que es difícil.
En las últimas seis elecciones presidenciales, cinco han sido ganadas por proyectos políticos populistas o propulsados por caudillos populistas. Solo la elección de 2014 dio como ganador a un candidato cuyo proyecto político no era populista. En 2018 ganó un candidato que se presentó como antipopulista, pero cabalgando sobre los hombros de un caudillo populista. En las últimas elecciones llegaron a segunda vuelta dos proyectos populistas, uno de derecha y otro de izquierda, un récord repetido solo por Perú.
La fuerte penetración del fenómeno populista en Colombia tiene razones externas e internas. La principal fue el factor contagio de la zona Andina, en que todos los presidentes, de derecha y de izquierda, reformaron la constitución para reelegirse y buscar instaurar hegemonías. Cuando no lograron permanecer en el poder más de dos o tres periodos, recurrieron a regresar en cuerpo ajeno. Solo Fujimori –el iniciador del efecto dominó– ha fracasado hasta ahora. Chávez, Uribe, Evo y Correa lo lograron, con resultados negativos para sus legados, confirmando que el populismo es, en esencia, personalista.
La razón interna es la que tiende a incubar los fenómenos populistas: el cerramiento del sistema político. Cuando este sufre de esclerosis por efecto del clientelismo y la corrupción, se enfoca exclusivamente en su supervivencia y deja de interpretar demandas sociales, permitiendo la generación de crisis. Esos momentos crean incentivos para que surjan ofertas de cambio por fuera del sistema, que ofrecen reemplazar élites corruptas por caudillos redentores del pueblo puro. El triunfo de Álvaro Uribe en 2002, derrotando al bipartidismo de 200 años, fue producto de las crisis económica y de seguridad del cambio de siglo, ofreciendo un programa contra las FARC y la “politiquería”. El triunfo de Gustavo Petro fue resultado de la crisis que desembocó en el estallido social.
El sistema político no ve y no ataca problemas tan graves como las cuatro plagas colombianas: Inequidad, Impunidad, Ilegalidad e Informalidad. Desde las grandes reformas de 1991, Colombia no hace cambios institucionales de fondo, y en el Congreso se hunden las reformas a la salud y a la justicia de distintos gobiernos. Que los ciudadanos no tengan esperanza en soluciones institucionales que no llegan, refuerza la cultura populista que tiende a creer en la capacidad de caudillos para someter a esas instituciones. Que no lo logren en el primer intento no reduce sino que aumenta la frustración con el sistema, como demostró Trump.
La discusión pública en Colombia está tan dominada por la polarización que alimenta las formas exageradas y las lógicas conspirativas propias del populismo. La personalización de las elecciones presidenciales es tan extrema que los partidos políticos no tienen influencia en la selección de los ganadores de primera vuelta. Con una cultura política tan atenazada por los populismos de derecha y de izquierda, la tendencia hacia el extremismo electoral es muy fuerte, y mecanismos como las consultas internas y alianzas partidistas son fácilmente superados por proyectos políticos antisistema, como el de Rodolfo Hernández.
