Muchos están sorprendidos con el hecho de que Rodolfo Hernández supera en las encuestas a la mayoría de precandidatos presidenciales. No es sorprendente.
Desde hace varios años vengo advirtiendo que en Colombia tiene posibilidades de éxito el modelo trumpista que imita Hernández. Por dos razones: el populismo y el agotamiento de las banderas de derecha con Duque.
Todo populismo, en esencia, ofrece derrotar la corrupción de las élites en el poder. Ese mensaje es tan poderoso porque genera un efecto doble: explota la rabia y el resentimiento de sectores que se sienten excluidos de los beneficios sociales, y les quita la legitimidad a los competidores oficialistas, neutralizando las poderosas herramientas partidistas que les da a estos el control del aparato estatal. Al despojar las instituciones “corruptas” de legitimidad con ataques y teorías de conspiración, genera una narrativa que arropa al populista de un aura redentorista, que desemboca en caudillismo y luego en autoritarismo para conservar el poder.
Hernández copia el modelo de Donald Trump de empresario rico que supuestamente “no necesita robar”, así tenga cuestionamientos judiciales sobre su probidad, como Trump. Se presenta como llanero solitario, independiente de todo compromiso o deuda política, como Trump. Se conecta con la gente mediante la reiteración de su tesis de las “élites corruptas”, editada en teorías de conspiración sobre confabulaciones para robar los recursos públicos y mantener los privilegios. Dice representar a los débiles a pesar de que gobierna favoreciendo la condición económica propia, supliendo las expectativas redentoristas con retórica y ataques contra chivos expiatorios e instituciones que limitan su poder. Y controla la agenda pública simplificando los temas a niveles extremos para eliminar los matices que aducen sus competidores serios; con eso se hace comprensible al gran público y caricaturiza las posiciones contrarias.
Colombia tiene condiciones tan favorables a ese estilo de populismo de derecha moderno por sus similitudes electorales con los Estados Unidos de 2016. Trump aprovechó la indignación que había sembrado el populismo de izquierda de Bernie Sanders frente a las consecuencias de la crisis financiera, a tal punto que le ganó a Hillary Clinton en varios estados en que Sanders la había derrotado. El discurso de Hernández se beneficia además de que el uribismo perdió sus banderas populistas al convertirse en gobierno con Iván Duque, por la desaparición de las Farc y la alianza con los partidos que antes denunciaba como “enmermelados” por Juan Manuel Santos para “entregarles el país a las Farc”.
El populismo de Hernández se retroalimenta con el de Gustavo Petro y se beneficia del hecho más significativo de la campaña: el rechazo al continuismo. Al ser la alternativa de derecha no continuista, no carga con los lastres del desprestigio de Duque, Uribe y el clientelismo, que tienen a los candidatos de ese sector bloqueados en las encuestas.
Es posible que si Federico Gutiérrez no arranca, Rodolfo Hernández recoja a la derecha como la carta “para derrotar a Petro”. Si llegara a segunda vuelta, quedaríamos en el mismo escenario de Perú: dos extremistas. Con la ola de izquierda ganando en América Latina, el empate populista favorecería a Petro.
Muchos están sorprendidos con el hecho de que Rodolfo Hernández supera en las encuestas a la mayoría de precandidatos presidenciales. No es sorprendente.
Desde hace varios años vengo advirtiendo que en Colombia tiene posibilidades de éxito el modelo trumpista que imita Hernández. Por dos razones: el populismo y el agotamiento de las banderas de derecha con Duque.
Todo populismo, en esencia, ofrece derrotar la corrupción de las élites en el poder. Ese mensaje es tan poderoso porque genera un efecto doble: explota la rabia y el resentimiento de sectores que se sienten excluidos de los beneficios sociales, y les quita la legitimidad a los competidores oficialistas, neutralizando las poderosas herramientas partidistas que les da a estos el control del aparato estatal. Al despojar las instituciones “corruptas” de legitimidad con ataques y teorías de conspiración, genera una narrativa que arropa al populista de un aura redentorista, que desemboca en caudillismo y luego en autoritarismo para conservar el poder.
Hernández copia el modelo de Donald Trump de empresario rico que supuestamente “no necesita robar”, así tenga cuestionamientos judiciales sobre su probidad, como Trump. Se presenta como llanero solitario, independiente de todo compromiso o deuda política, como Trump. Se conecta con la gente mediante la reiteración de su tesis de las “élites corruptas”, editada en teorías de conspiración sobre confabulaciones para robar los recursos públicos y mantener los privilegios. Dice representar a los débiles a pesar de que gobierna favoreciendo la condición económica propia, supliendo las expectativas redentoristas con retórica y ataques contra chivos expiatorios e instituciones que limitan su poder. Y controla la agenda pública simplificando los temas a niveles extremos para eliminar los matices que aducen sus competidores serios; con eso se hace comprensible al gran público y caricaturiza las posiciones contrarias.
Colombia tiene condiciones tan favorables a ese estilo de populismo de derecha moderno por sus similitudes electorales con los Estados Unidos de 2016. Trump aprovechó la indignación que había sembrado el populismo de izquierda de Bernie Sanders frente a las consecuencias de la crisis financiera, a tal punto que le ganó a Hillary Clinton en varios estados en que Sanders la había derrotado. El discurso de Hernández se beneficia además de que el uribismo perdió sus banderas populistas al convertirse en gobierno con Iván Duque, por la desaparición de las Farc y la alianza con los partidos que antes denunciaba como “enmermelados” por Juan Manuel Santos para “entregarles el país a las Farc”.
El populismo de Hernández se retroalimenta con el de Gustavo Petro y se beneficia del hecho más significativo de la campaña: el rechazo al continuismo. Al ser la alternativa de derecha no continuista, no carga con los lastres del desprestigio de Duque, Uribe y el clientelismo, que tienen a los candidatos de ese sector bloqueados en las encuestas.
Es posible que si Federico Gutiérrez no arranca, Rodolfo Hernández recoja a la derecha como la carta “para derrotar a Petro”. Si llegara a segunda vuelta, quedaríamos en el mismo escenario de Perú: dos extremistas. Con la ola de izquierda ganando en América Latina, el empate populista favorecería a Petro.