“Constantemente la historia nos muestra la verdad reducida a silencio por la persecución; y si a veces no se la ha suprimido de modo absoluto, al menos ha sido retardada en muchos siglos”, estas palabras, publicadas por primera vez en 1859, pudieron haber sido escritas ayer y en el mismo lugar: Gran Bretaña.
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“Constantemente la historia nos muestra la verdad reducida a silencio por la persecución; y si a veces no se la ha suprimido de modo absoluto, al menos ha sido retardada en muchos siglos”, estas palabras, publicadas por primera vez en 1859, pudieron haber sido escritas ayer y en el mismo lugar: Gran Bretaña.
¿Cómo entender que en la tierra de John Stuart Mill, autor del ensayo Sobre la libertad, hoy se debata la extradición a Estados Unidos de Julian Assange, fundador de WikiLeaks (quien no es un periodista pero sí apeló a un procedimiento periodístico, ahora criminalizado)? ¿Por qué el otrora imperio más poderoso del mundo, cuna de pensadores liberales y de la prensa libre, hoy parece arrodillarse ante Estados Unidos y una ley de 102 años?
La historia de las filtraciones no nace con Assange. No obstante, en la era digital, la liberación de este tipo de información es incontrolable: cuando WikiLeaks publica miles de archivos confidenciales del Pentágono y la CIA —entre otros focos del poder estadounidense—, desvela torturas, vigilancia masiva, injerencia sobre gobiernos extranjeros, masacres de civiles en Irak y Afganistán. Desnuda a la “Policía del Planeta”. Hurga en los sótanos de lo que Stefania Maurizi, colaboradora de WikiLeaks, llama el “poder secreto”, aquel que escapa al escrutinio ciudadano.
En agosto de 2010, cuatro meses después de las primeras filtraciones, Suecia emprendió la cacería de Assange por abuso sexual (casos que fueron cerrados o expiraron). ¿Asesinato moral? En la revista UnHerd, el periodista Thomas Fazi publicó una síntesis cronológica de la persecución al pescador de datos australiano y, a través de un desglose de los hechos, evidencia la hipocresía de las élites de la política británica que condenan la muerte “misteriosa” de Alexéi Navalni, opositor de Vladimir Putin, mientras callan o acolitan la extradición de Assange.
El proceder de Keir Starmer —hoy líder laborista—, desde la Fiscalía de Gran Bretaña frente a Suecia, haría ver a Néstor Humberto Martínez como una dulce paloma.
Las democracias no solo se definen por las urnas. La libertad de prensa es crucial en esa ecuación. Son muchos los gobiernos que se autodenominan “democráticos” y, a la vez, ignoran y violan leyes para acallar a quienes amenazan el statu quo (en especial al periodismo). Con esta persecución a Assange, Estados Unidos y Gran Bretaña (cómplice de este exabrupto desde 2019, cuando lo encarceló en la prisión de máxima seguridad de Belmarsh) se igualan por lo bajo con democracias de papel como Guatemala, Nicaragua, Venezuela o Rusia.
Donald Trump se debe estar frotando las manos en caso de que el actual fiscal, Merrick Garland (nominado por Joe Biden), consiga una condena para Assange por fraude informático y otros 17 cargos asociados a la centenaria Ley de Espionaje. ¿Cómo sería su segunda presidencia con luz verde para encarcelar filtraciones de datos?
Este juicio es un símbolo y un nefasto precedente… desde hace 14 años.
No exagera Fazi cuando afirma: “Si el Estado británico permite que Assange sea extraditado, no estará asestando un golpe potencialmente mortal sólo a un hombre, sino al propio Estado de derecho”.
La defensa ha declarado en medios de comunicación que su cliente presenta un cuadro depresivo y diagnóstico de autismo. Su extradición sería un suicidio anunciado. 175 años de prisión para Assange. Una eternidad para la libertad de prensa.