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“Si el alcalde de Medellín como es de guapo con quienes se preocupan por la ciudad, o lo critican, fuera siquiera la mitad [de eso] con los violentos, no habría inseguridad”, publica Álvaro Uribe.
“6.402 jóvenes, la mayoría de Antioquia, hubieran preferido un presidente menos guapo”, responde Daniel Quintero.
La riña de dos gallos espueleros, un alcalde y un expresidente, se abrevia en: “Si es tan guapo, desbloquéeme”.
“Sin apuro, sobrando de reojo, / el último guapo vendrá al arrabal”...
Medellín, propensa a sucumbir ante los “guapos”, en el sentido tanguero de la palabra, optó por aquel que para “desafiar al establecimiento” (¡el nido de los patriarcas!) perpetúa los peores vicios del patriarcado.
Daniel Quintero no quiere que yo lo perfile: se negó a una entrevista que me había encargado la revista Bocas. Por supuesto, después accedió: quería la vitrina, sin mi cristal. Pero él sí me puede perfilar a mí. Y a Pascual Gaviria, Clara Giraldo y José Guarnizo, por intermedio de la empresa Selecta Consulting Group.
¿Cómo siluetear a este “guapo”?
Primero, con su verticalidad en el ejercicio del poder. Solo le sirve la obediencia, mueve fichas burocráticas de manera subrepticia y sin ninguna explicación, como lo hizo con el súbito despido de Johana Jaramillo de la gerencia de Telemedellín.
Segundo, se rehúsa al control ciudadano. Quintero no soporta el escrutinio de una veeduría (que merecía ser creada desde la administración de Federico Gutiérrez) y menos el de la prensa: en 2020, con una oferta de publirreportaje sobre su rol de padre, fracasó en su intento de acallar una denuncia de acoso sexual en Caracol Radio Medellín.
Tercero, con su apelación al héroe perseguido. La narrativa de David contra Goliat ha surtido efecto desde la campaña electoral: a Quintero le estorban los grandes empresarios, pero no le molestan los tronos de manzanillos como César Gaviria y Luis Pérez (cuyas prácticas calca: veta a periodistas, ve en EPM un botín burocrático).
Me permito una obviedad: ni EPM ni Hidroituango son “intocables”. Nadie lo es.
Cuarto: su amiguismo encubridor. Protegió al primer director que nombró para la Fiesta del Libro, señalado por acoso sexual.
“El último guapo será el envidiao”…
Quinto: el padre protector. Con la familia como punta de lanza, esta semana dijo en Blu Radio: “Diana [Osorio] ni nadie de mi familia se mete en absolutamente nada; yo les tengo hasta prohibido que vayan a la Alcaldía”. Este proceder está vinculado a la actitud condescendiente hacia la mujer: el alcalde describe a su esposa en un rol que oscila entre Mater Dolorosa y Juana de Arco.
Sexto, como todo patriarca, es antiderechos: desde su campaña a la Alcaldía, en El Colombiano se declaró en contra de la interrupción voluntaria del embarazo (IVE) sin especificar excepciones. Ni los candidatos de derecha se atrevieron a tanto. Como sus antecesores en el cargo, desdeña el proyecto original de la Clínica de la Mujer para la atención prioritaria en IVE a las mujeres más vulnerables de Medellín.
“Se irá, sin llevar ni una herida, / el último guapo, del viejo arrabal”…
Pero al alcalde lo ilumina la misma estrella de Nicolás Maduro: una oposición torpe, bravucona. Patriarcal como su perseguido, lo victimiza y distrae con una revocatoria. Por eso, como el gran patriarca, Quintero se mantiene borracho… de poder.