El río que traga niños: crónica de un puente imposible
El pasado 2 de abril, el río despertó furioso, cargado de truenos y aguaceros. José*, estudiante de décimo grado, se dispuso a desafiar las aguas del Caquetá para ir a estudiar a Yunguillo, con sus compañeros del Cabildo San Carlos, del pueblo inga (municipio de Santa Rosa, Cauca). Como no tenía los $3.800 que cobran “los mayores” para conectar las dos orillas en balsas o botes de motor, se lanzó por la tarabita: cerró los puños para apretar la manila y voló por el cable de acero a cuarenta metros de altura. La aventura canopy de los niños de ciudad es la rutina de 26 estudiantes indígenas en la Bota Caucana, límites entre Cauca y Putumayo.
Las palmas de las manos de José se deslizaron: piedras, corrientes y remolinos vencieron el ímpetu de sus trece años. Tras el rescate del cuerpo, sus tres hermanos y sus padres lo despidieron en un ritual ancestral.
Luis Alberto Mutumbajoy Chindoy, gobernador del Cabildo San Carlos, asegura que esto ya había ocurrido. La primera alerta de la que se tiene registro fue en 1989: el naufragio de una balsa al que sobrevivió una niña llevó a la comunidad a reconsiderar la ubicación de la escuela. En este resguardo, cuatro cabildos imparten enseñanza primaria; pero secundaria, solo en Yunguillo.
“Tenemos dos cables: uno por encima del río Caquetá, toca pasar 120 metros de luz. Y otro por el Villalobos, con 98 metros de luz”, explica Mutumbajoy. Son cables levantados por la comunidad, pero de alto riesgo: no es extraño que los pasajeros pierdan un dedo en el recorrido. Los niños cruzan “en una sillita de palo, con poleas y balineras. Se sientan dos o tres, y ¡ras, que rueda!”. Se cuelgan de la manila o le pagan al balsero.
Los jóvenes que anhelan continuar su educación técnica o universitaria dependen de becas, subsidios para su estadía o préstamos que hacen sus familias. En redes sociales, Mutumbajoy busca 18 becas. Por los obstáculos, la mayoría permanece en el territorio ancestral: “Sembramos en nuestra chagra (espacio de legado de saberes autóctonos) plátano, yuca, ñame”. El comercio de cosechas propias es inviable por los costos del transporte.
Este cruce del río afecta a 463 familias, 2.778 habitantes. Corren peligro niños, ancianos, enfermos, mujeres en embarazo… sin abastecimiento de alimentos ni medicamentos. El Cabildo San Carlos depende de la energía de otro resguardo. No tiene alcantarillado. El acueducto es comunitario.
Mutumbajoy recuerda que, desde el 2010, se ha gestionado con la administración local y central la construcción de un puente, con la Dirección de Asuntos Indígenas, Rom y Minorías del Ministerio del Interior y la Unidad para la Gestión del Riesgo de Desastres (¡cuántos desastres anónimos, ignorados por varias administraciones!). En 2024, ha viajado dos veces a Bogotá. Veinte horas cada trayecto en bus. Todo en vano.
¿Y el Ministerio de Educación?
El 3 de abril de 2021, el entonces alcalde de Santa Rosa, Diego Ortiz, “responsable directo de los procesos de la implementación de gestión del riesgo”, le solicitó al exgobernador Elías Larrahondo la construcción del puente peatonal y caballar Tandarido-San Carlos. Hace tres años el costo era $1.081′577.567. Tres años atrás, José estaba vivo.
*Identidad protegida.
El pasado 2 de abril, el río despertó furioso, cargado de truenos y aguaceros. José*, estudiante de décimo grado, se dispuso a desafiar las aguas del Caquetá para ir a estudiar a Yunguillo, con sus compañeros del Cabildo San Carlos, del pueblo inga (municipio de Santa Rosa, Cauca). Como no tenía los $3.800 que cobran “los mayores” para conectar las dos orillas en balsas o botes de motor, se lanzó por la tarabita: cerró los puños para apretar la manila y voló por el cable de acero a cuarenta metros de altura. La aventura canopy de los niños de ciudad es la rutina de 26 estudiantes indígenas en la Bota Caucana, límites entre Cauca y Putumayo.
Las palmas de las manos de José se deslizaron: piedras, corrientes y remolinos vencieron el ímpetu de sus trece años. Tras el rescate del cuerpo, sus tres hermanos y sus padres lo despidieron en un ritual ancestral.
Luis Alberto Mutumbajoy Chindoy, gobernador del Cabildo San Carlos, asegura que esto ya había ocurrido. La primera alerta de la que se tiene registro fue en 1989: el naufragio de una balsa al que sobrevivió una niña llevó a la comunidad a reconsiderar la ubicación de la escuela. En este resguardo, cuatro cabildos imparten enseñanza primaria; pero secundaria, solo en Yunguillo.
“Tenemos dos cables: uno por encima del río Caquetá, toca pasar 120 metros de luz. Y otro por el Villalobos, con 98 metros de luz”, explica Mutumbajoy. Son cables levantados por la comunidad, pero de alto riesgo: no es extraño que los pasajeros pierdan un dedo en el recorrido. Los niños cruzan “en una sillita de palo, con poleas y balineras. Se sientan dos o tres, y ¡ras, que rueda!”. Se cuelgan de la manila o le pagan al balsero.
Los jóvenes que anhelan continuar su educación técnica o universitaria dependen de becas, subsidios para su estadía o préstamos que hacen sus familias. En redes sociales, Mutumbajoy busca 18 becas. Por los obstáculos, la mayoría permanece en el territorio ancestral: “Sembramos en nuestra chagra (espacio de legado de saberes autóctonos) plátano, yuca, ñame”. El comercio de cosechas propias es inviable por los costos del transporte.
Este cruce del río afecta a 463 familias, 2.778 habitantes. Corren peligro niños, ancianos, enfermos, mujeres en embarazo… sin abastecimiento de alimentos ni medicamentos. El Cabildo San Carlos depende de la energía de otro resguardo. No tiene alcantarillado. El acueducto es comunitario.
Mutumbajoy recuerda que, desde el 2010, se ha gestionado con la administración local y central la construcción de un puente, con la Dirección de Asuntos Indígenas, Rom y Minorías del Ministerio del Interior y la Unidad para la Gestión del Riesgo de Desastres (¡cuántos desastres anónimos, ignorados por varias administraciones!). En 2024, ha viajado dos veces a Bogotá. Veinte horas cada trayecto en bus. Todo en vano.
¿Y el Ministerio de Educación?
El 3 de abril de 2021, el entonces alcalde de Santa Rosa, Diego Ortiz, “responsable directo de los procesos de la implementación de gestión del riesgo”, le solicitó al exgobernador Elías Larrahondo la construcción del puente peatonal y caballar Tandarido-San Carlos. Hace tres años el costo era $1.081′577.567. Tres años atrás, José estaba vivo.
*Identidad protegida.