Hasta los ocho meses de embarazo, atendí en el bar que mi esposo y yo tuvimos en el Parque Lleras. Al atardecer, entraban los mismos de siempre, abordaban con sigilo a los clientes para ofrecerles catálogos de jovencitas. Tan pronto los expulsábamos, cambiaban de establecimiento: eran los días del dominio de Don Berna, nada se movía sin su permiso. Hoy, cuando la hija que se formaba en mi vientre tiene la edad de aquellas adolescentes que intentaban entrar de la mano de viejos que parecían sus abuelos, el negocio de la explotación sexual ha crecido en modalidades de oferta y propietarios, ligados al crimen organizado, con una diferencia esencial: los explotadores ya no tienen que disimular porque penetraron los entornos privados de los más exclusivos sectores de la ciudad, debido a factores como la laxitud institucional y la débil trazabilidad de las ofertas de droga y sexo en las plataformas de hospedaje.
En medio de un reportaje, un europeo, gerente de una cadena internacional cinco estrellas, me dijo: “Un hotel en Medellín que niegue la prostitución es inviable económicamente”. Solo aceptaba adultas “bien presentadas”.
Medellín es un burdel a cielo abierto para propios y extraños, pero sobre todo para quienes padecen la explotación. Más allá del debate de los feminismos entre abolicionismo (que no es prohibicionismo, ni persigue o castiga a las personas explotadas) y regulacionismo, este pico de explotación sexual tiene tres detonantes: (1) el estancamiento en la inversión social que evidencia el reciente informe de Medellín cómo Vamos (las mujeres siguen siendo las más afectadas por la pobreza y el desempleo), (2) el aval político e institucional que cataloga como “negocio” formas de explotación sexual tipo webcam, y (3) una Alcaldía que, al no diagnosticar el problema ni dominar sus particularidades, es errática (¡tres secretarias de la Mujer en propiedad y una encargada en dos años diluyen la continuidad en la gestión!).
Ni Daniel Quintero es el primer alcalde desorientado, ni Medellín es la única ciudad que afronta esta tragedia (sin duda, existen factores culturales, históricos, que potencian la explotación sexual en la capital antioqueña).
“Cuando voy a Medellín, todo el tiempo me salen chinas que quieren salir de la prostitución y no tengo en dónde meterlas. Ahorita tengo una niñita sobreviviente, todos los días se quiere suicidar”, lamenta Claudia Quintero, líder de la Fundación Empodérame.
Y es que, a pesar de las denuncias (por ejemplo: https://bit.ly/3cLzXvF), Quintero reacciona al ritmo de las redes sociales y no al de las realidades. Los trinos de Carolina Sanín (¡y no la explotación sexual en las narices del alcalde!) desencadenaron medidas como recompensas y toques de queda sectorizados, cuya consecuencia es el traslado del crimen… En los años 20 y 30 el barrio Lovaina (hoy comuna 4) se convirtió en una especie de París de la Belle Époque, pero en 1951 las luces rojas de sus “Putas Ilustres” fueron desterradas al barrio Antioquia (comuna 15) por el alcalde Luis Peláez. La explotación sexual se expandió a sectores como La Candelaria (comuna 10) y desde los 90 “incomoda” a las élites de El Poblado (comuna 14).
Entre el cielo y el suelo del burdel hay una sociedad conservadora, patriarcal, hipócrita, que privilegia el deseo del hombre sobre el derecho al trabajo digno de las personas más vulnerables.
Hasta los ocho meses de embarazo, atendí en el bar que mi esposo y yo tuvimos en el Parque Lleras. Al atardecer, entraban los mismos de siempre, abordaban con sigilo a los clientes para ofrecerles catálogos de jovencitas. Tan pronto los expulsábamos, cambiaban de establecimiento: eran los días del dominio de Don Berna, nada se movía sin su permiso. Hoy, cuando la hija que se formaba en mi vientre tiene la edad de aquellas adolescentes que intentaban entrar de la mano de viejos que parecían sus abuelos, el negocio de la explotación sexual ha crecido en modalidades de oferta y propietarios, ligados al crimen organizado, con una diferencia esencial: los explotadores ya no tienen que disimular porque penetraron los entornos privados de los más exclusivos sectores de la ciudad, debido a factores como la laxitud institucional y la débil trazabilidad de las ofertas de droga y sexo en las plataformas de hospedaje.
En medio de un reportaje, un europeo, gerente de una cadena internacional cinco estrellas, me dijo: “Un hotel en Medellín que niegue la prostitución es inviable económicamente”. Solo aceptaba adultas “bien presentadas”.
Medellín es un burdel a cielo abierto para propios y extraños, pero sobre todo para quienes padecen la explotación. Más allá del debate de los feminismos entre abolicionismo (que no es prohibicionismo, ni persigue o castiga a las personas explotadas) y regulacionismo, este pico de explotación sexual tiene tres detonantes: (1) el estancamiento en la inversión social que evidencia el reciente informe de Medellín cómo Vamos (las mujeres siguen siendo las más afectadas por la pobreza y el desempleo), (2) el aval político e institucional que cataloga como “negocio” formas de explotación sexual tipo webcam, y (3) una Alcaldía que, al no diagnosticar el problema ni dominar sus particularidades, es errática (¡tres secretarias de la Mujer en propiedad y una encargada en dos años diluyen la continuidad en la gestión!).
Ni Daniel Quintero es el primer alcalde desorientado, ni Medellín es la única ciudad que afronta esta tragedia (sin duda, existen factores culturales, históricos, que potencian la explotación sexual en la capital antioqueña).
“Cuando voy a Medellín, todo el tiempo me salen chinas que quieren salir de la prostitución y no tengo en dónde meterlas. Ahorita tengo una niñita sobreviviente, todos los días se quiere suicidar”, lamenta Claudia Quintero, líder de la Fundación Empodérame.
Y es que, a pesar de las denuncias (por ejemplo: https://bit.ly/3cLzXvF), Quintero reacciona al ritmo de las redes sociales y no al de las realidades. Los trinos de Carolina Sanín (¡y no la explotación sexual en las narices del alcalde!) desencadenaron medidas como recompensas y toques de queda sectorizados, cuya consecuencia es el traslado del crimen… En los años 20 y 30 el barrio Lovaina (hoy comuna 4) se convirtió en una especie de París de la Belle Époque, pero en 1951 las luces rojas de sus “Putas Ilustres” fueron desterradas al barrio Antioquia (comuna 15) por el alcalde Luis Peláez. La explotación sexual se expandió a sectores como La Candelaria (comuna 10) y desde los 90 “incomoda” a las élites de El Poblado (comuna 14).
Entre el cielo y el suelo del burdel hay una sociedad conservadora, patriarcal, hipócrita, que privilegia el deseo del hombre sobre el derecho al trabajo digno de las personas más vulnerables.