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La mutación criolla

Ana Cristina Restrepo Jiménez
20 de septiembre de 2024 - 05:05 a. m.
“A su memoria. Contra nuestra desmemoria”: Ana Cristina Restrepo Jiménez
“A su memoria. Contra nuestra desmemoria”: Ana Cristina Restrepo Jiménez
Foto: Terumoto Fukuda

Noviembre 7 de 2012. Cae la tarde sobre el corregimiento San Isidro, municipio de Santa Rosa de Osos; ‘Los Renacentistas’, disidentes de Los Rastrojos y otras bandas criminales, irrumpen con granadas y fusiles en la finca La Española, asesinan a diez campesinos asalariados, algunos de ellos cultivadores de tomate de árbol. Años después, cinco delincuentes son condenados por la “masacre de las tomateras”.

En el norte de Antioquia, ‘Los Renacentistas’ retornaron a los “valores clásicos”… del paramilitarismo. ¿Cómo funciona nuestra memoria colectiva? ¿Por qué la muerte, siempre la muerte presente?

En el mismo municipio, en el corregimiento Aragón, nació el neurólogo clínico Francisco Lopera (1951-2024), conocido en el mundo por la identificación del linaje de la “mutación paisa”, causante de una forma de alzhéimer temprano y hereditario. La historia del ganador del Premio Potamkin 2024 es un símbolo de movilidad social y determinación, en un país donde la inversión en ciencia apenas se alcanza a observar bajo el lente de un microscopio.

En 1984, en Belmira, un hombre de 47 años que parecía sufrir demencia, trazó la ruta vital de Lopera: durante cuarenta años estudió una familia inmensa de las montañas de Antioquia, condenada al olvido precoz. En aquellos años ochenta, los gestores de memoria iniciaron sus luchas en medio de un conflicto armado vigente; la politóloga María Emma Wills lo recuerda en su libro Memorias para la paz o memorias para la guerra. Mientras la “mutación paisa” se estudiaba gracias a un banco de cerebros, iniciativas de defensa de Derechos Humanos almacenaban archivos sobre las violaciones sistemáticas que estaban ocurriendo en el país.

Colombia, nación joven y desmemoriada (¡durante generaciones!), podría haber sido objeto de estudio del muchacho de Aragón.

En junio, en una entrevista para la revista Cambio, después de estimular sus recuerdos de infancia, le pregunté al doctor Lopera: ¿Qué está pasando en su cerebro? Me explicó los tres procesos de la memoria: registro, almacenamiento y evocación. Ignoro si en ese momento él sabía lo que “estaba pasando en su cerebro”: un melanoma había hecho metástasis. En un juego macabro del destino, el cáncer atacó el cerebro de quien lo estudió, escudriñó, cuidó y amó con la devoción insegura que solo los científicos conocen.

¿Qué tipo de mutación mantiene a la muerte violenta como impronta de nuestra memoria colectiva?

Hace diez años, para la Revista Universidad de Antioquia, hablamos sobre la muerte: “Todos sabemos que somos un ser para la muerte, aunque lo olvidemos a diario [...] El hombre es el único animal que sabe que es un ser para la muerte, de resto los demás animales simplemente viven, tienen cognición, sentimientos, como nosotros, aunque carezcan de un lenguaje verbal. [...] el cerebro está construido y funciona para no estar a toda hora preocupado por la muerte, y eso está relacionado con los sentimientos religiosos, con la creación de ideas sobre el mundo. Otra especie no podría construir un mito de vida eterna”.

A su memoria. Contra nuestra desmemoria.

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