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Al “ Doctor” no le gustó la decoración de la casa. Mandó a su gente para que retirara la palomita esa y la guardara en una bodega. Cuando el equipo del inquilino saliente se enteró, procedió al rescate de la Paloma de la paz, del maestro Fernando Botero, y la donó al Museo Nacional.
El nuevo inquilino que se comportó como cualquier fulano es el presidente de Colombia. El objeto, que parecía destinado a robustecer los trebejos del DAPRE, es una obra de uno de los artistas plásticos colombianos más reconocidos en el mundo, pero es ante todo un símbolo: fue donada por el autor en 2016, como homenaje al Acuerdo firmado por el Estado colombiano (propietario de la casa) con una guerrilla hoy desmovilizada.
Iván Duque fue magnánimo en una casa y con una obra de arte que no eran ni son suyas: condenó la paloma al destierro para evitarle la suerte de la del parque de San Antonio en Medellín.
“La cultura es rito”, observó Paul Valéry. El escritor Antonio Panesso Robledo lo ilustraba así: “La lucha de animales rivales por la posesión territorial (…) conduce a la violencia, que se evita mediante el rito. Es el rito el que evita matar al rival”.
Ayer en Caicedo (Antioquia) culminó la marcha simbólica de la no violencia. Durante cinco días, medio centenar de personas representaron a los marchantes de 2002, cuando el entonces gobernador de Antioquia, Guillermo Gaviria, y el consejero de Paz, Gilberto Echeverri, fueron secuestrados y asesinados por la entonces activa guerrilla de las Farc, en medio de una fallida liberación.
¿Por qué en esta marcha conmemorativa cargaron un tótem con mensajes de los caminantes, un saco de café y una camándula?
La primera marcha de la no violencia hizo parte de un proceso de acompañamiento a los municipios azotados por la guerra: la marcha del ladrillo, para reconstruir Granada; el diálogo con los alcaldes del oriente antioqueño; el Plan Congruente de Paz, negociado localmente, y la marcha humanitaria a Dabeiba para romper el cerco alimentario impuesto por paramilitares y guerrilleros. En Caicedo, buscaban la reconciliación: “A los cafeteros de ese municipio las Farc les robaban las cargas de café, su sustento. Ellos crearon su propia marcha para sacar el café: la presidía el sacerdote y la acompañaban rezando el Rosario. Les robaron el café y les orinaron las camándulas”, recuerda Luz María Tobón, periodista que hizo parte de ambas marchas.
Con su esposa, Claudia Márquez, el actual gobernador, Aníbal Gaviria, repitió los pasos de su hermano para renovar el compromiso con la no violencia. Su madre, doña Adela Correa, con un hijo asesinado y 92 años a cuestas, marchó bajo la lluvia, desde la Basílica hasta La Alpujarra en Medellín.
Sobre la Paloma de la paz, el consejero para las Comunicaciones, Hassan Nassar, le respondió en Twitter a Martín, hijo del expresidente Juan Manuel Santos: “Estimado «mantenido, vago y bobo» cómo se te conoce en Twitter y en la vida real (sic), no insistas en las #FakeNews (…)”.
Una escultura, un tótem, un saco de café, una camándula: desde el poder, los rituales y los símbolos se convierten en formas de habitar —y no de marcar— el territorio. Concluye Panesso Robledo: “La guerra es el resultado de alguna falla en el mecanismo ritual”.