Defender la libertad de pensamiento cada vez es más complejo por cuenta de quienes, escudados en la “libertad de pensamiento”, se han convertido en los carceleros de las ideas que les son incómodas.
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Defender la libertad de pensamiento cada vez es más complejo por cuenta de quienes, escudados en la “libertad de pensamiento”, se han convertido en los carceleros de las ideas que les son incómodas.
Cuarenta y siete docentes y estudiantes de la Universidad EAFIT firmaron una carta que expone su disenso con una conferencia (¿homenaje?) del expresidente Álvaro Uribe, sin un interlocutor informado.
El político subjudice, quien ha rechazado el “adoctrinamiento” en las universidades, una vez más hace “ochas y panochas” en instituciones privadas, como en el año 2012, cuando se dedicó a recorrer colegios con la conferencia “Liderazgo”, sin controversia en el escenario. Ahora intenta reencauchar el discurso del “castrochavismo”, cháchara para incautos que resulta una afrenta en un claustro académico. Si EAFIT cuenta con la “Cátedra de paz, la memoria y la reconciliación”, y un equipo idóneo para establecer un debate equilibrado, ¿por qué los organizadores del Centro de Valor Público de EAFIT no lo consideraron?
(Uribe ha hablado en otras instituciones, aludo a EAFIT por el coraje de quienes defendieron la universalidad de la Universidad. Pudo tener tres o cien firmantes, las mayorías numéricas no son relevantes cuando se defiende el pluralismo).
La carta acierta desde su crítica a la difusión del evento: “Un acto que cancela la posibilidad misma del debate libre y público, cuya citación por redes sociales se acompaña de un bloqueo para que no se puedan hacer comentarios, y que se presenta como un reconocimiento y una distinción para quien ha sido un líder político controvertido y seriamente cuestionado”.
Aquello de “¡Viva la libertad, carajo!” manda al carajo la posibilidad de vivir con libertad. La libertad de cátedra y de prensa, pilares de la democracia, están en jaque. Concentrémonos en Colombia.
Jorge Tadeo Lozano, Mariano Ospina Rodríguez, Eduardo Santos, Alberto Lleras Camargo, Juan Manuel Santos y Andrés Pastrana, son algunos de los nombres que han pasado de las salas de redacción al palacio presidencial. El riesgo para la prensa libre radica en el ocultamiento de las pretensiones políticas electorales de quienes ejercen el oficio.
Elegir y ser elegidos es un derecho fundamental que cobija a los periodistas en su calidad de ciudadanos: desde Hollman Morris hasta Victoria Eugenia Dávila, pasando por Ariel Ávila o Claudia López...
No obstante, la ausencia de un código compartido con mínimos de transparencia, ha desembocado en la naturalización y degradación de la “puerta giratoria” entre el periodismo y la política tanto en medios públicos como privados: personajes que, lejos de ser estadistas, buscan el poder al amparo de intereses corporativos o políticos electorales; con el agravante de valerse de su lugar social (es decir, de sus seguidores) para nutrir un discurso de “persecución”. La ambigüedad de no proclamar una aspiración política pero actuar como candidato/a con el megáfono de un medio masivo es deshonesto con las audiencias e inequitativo con otros posibles contendores.
Usar el tablero y el micrófono como cayados para pastorear rebaños amenaza a la democracia. La universidad y la prensa son los dos núcleos por excelencia del debate público y plural para la formación de ciudadanías críticas; ante esta coyuntura, ni profesores ni periodistas podemos permanecer callados.