No hay amonestación de la Corte Constitucional que valga, ni sistema de procesamiento de información que resista, ni ruta de atención escolar que funcione, en tanto no se revise la cultura matona apoltronada en la sociedad colombiana.
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No hay amonestación de la Corte Constitucional que valga, ni sistema de procesamiento de información que resista, ni ruta de atención escolar que funcione, en tanto no se revise la cultura matona apoltronada en la sociedad colombiana.
Un informe del Laboratorio de Economía de la Educación (LEE) de la Universidad Javeriana afirma que, después de República Dominicana, Colombia es el segundo país con más exposición al matoneo en el grupo de la OCDE en Latinoamérica y el Caribe. Gloria Bernal, codirectora del LEE, le aseveró a El Espectador que esta situación “puede deberse a que somos un país violento”.
Nuestra sociedad acusa una autorización tácita para ejercer violencia so pretexto de la “tolerancia”, concepto que implica una relación vertical y perpetúa patrones de dominio, de desigualdad. Bien decía Carlos Gaviria Díaz que prefería el respeto por su horizontalidad, porque se define entre iguales.
Escribo como mamá de tres hijos (uno de los cuales, en kínder, fue víctima de acoso escolar con violencia física) y exprofesora de preescolar: a los colegios llegan estudiantes con la certeza, heredada, de que su posición social les otorga un derecho superior a vivir el mundo (ocurre en todas las clases sociales: el dominio territorial no solo lo da el dinero). Se nutren de “conversaciones de comedor” sobre asuntos sociales y políticos cuyo pilar discursivo es la exclusión: clasismo, homofobia, xenofobia, machismo, racismo. Burla y asco de las formas de vivir que les son ajenas, incomprensibles.
“El lenguaje que utilizamos en la vida diaria se ha identificado como abusivo y se refleja en una cultura maltratadora”, declaró en Blu Radio el neuropediatra Orlando Carreño.
Si papá y mamá pueden, ¿por qué yo no?
La familia no siempre es la responsable de estos comportamientos, pero es en la permanente autoevaluación como se previenen. La familia es un sistema de valores: las primeras nociones de pluralismo y democracia se aprenden en la casa, no en textos de sociales.
El acoso escolar y los castigos físicos son dos de los asuntos peor abordados por la prensa: “Cuando estaba chiquito al bullying le decían montadera: todos sobrevivimos”, “A mí me dieron chancleta, nada pasó”. Y sí pasó.
Mientras los medios reportan la gravedad del bullying escolar, ejercen matoneo sobre personajes y grupos humanos: ¿a qué se exponen los “famosos” cuando se pasan de kilos o cometen el “crimen” de envejecer? ¿Por qué los naufragios de migrantes o los asesinatos de indígenas se reportan como un sino heredado y no forjado por factores estructurales?
¿Por qué los adultos pueden y nosotros no?
Somos una sociedad de matones anónimos. Padres que celebran a sus matoncitos o callan, tecnócratas de tablero que invierten más tiempo en Excel que en formar seres humanos, preescolares sin herramientas efectivas para detectar potenciales agresores desde la primera infancia. Directivas expertas en “open days” y pruebas internacionales, mientras que el matoneo se multiplica con el megáfono y el anonimato de las redes sociales. Además de un periodismo que difunde la idea, de origen patriarcal, de que quien ha sido víctima es porque “es débil”.
Si “los grandes” lo hacen, ¿por qué yo no?
El caso de la hija de Juliette de Rivero, alta funcionaria de las Naciones Unidas, es una paradoja con un peso simbólico: cuidar la paz de su hija implicó alejarla del país por cuya paz vino a luchar.