EL ARTE PRODUCE IMÁGENES ALLÍ donde hay un vacío de representación. Donde un asunto concreto como el destierro, en Colombia se hace inexistente.
Los medios dedican estadísticas al tema y la vida de todos los días lo define como unos seres de las aceras pegados a un cartel. La tarea de la puesta en escena es del Museo de Antioquia en la exposición “Destierro y reparación” (abierta hasta noviembre) al hacer un completo recorrido sobre la geografía, la antropología, la sociología y hasta la estética de lo que ha sido este fenómeno que marca a Colombia. Fragilidad, movilidad, miedo y desamparo; objetos, personas, recorridos, lugares y causas del destierro, son tema para más de 50 artistas del siglo XX que dan cuerpo al hecho de sacar a alguien por la fuerza de su lugar y dejarlo sin piso. Obras que tocan, sacuden, remueven.
Juan Manuel Echavarría encuentra en Puerto Berrío las tumbas de los NN que bajan por el río y que los habitantes del pueblo adoptan como suyos con nombre y apellido y les atribuyen milagros. En Bocas de Ceniza siete cantantes con su sola voz narran lo que ocurrió en Bojayá. Víctor Muñoz en Mudas, fotografía en San Carlos, uno de los lugares con más desplazados del oriente antioqueño, la mudanza y el elocuente silencio de las casas abandonadas que cuentan del abrupto final. Libia Posada hace en Signos cardinales el mapa de los viajes sin destino de los que emprenden la marcha forzosa y sobre la propia piel de las piernas de los desterrados (a manera de columnas) hace el dibujo de sus recorridos; su unidad de medida son los pies, las zancadas y los pasos. Carlos Uribe hace una instalación de piso hecho en fotografía, de tierra removida de fosa común para caminar sobre ella: Destapen, destapen. Las pinturas de personas de las comunidades afectadas dan una impresión precisa de su dolor y su miedo: han sido escogidas como huella gráfica de cómo fueron los hechos (colección que ahora está clasificada por la Comisión de Reparación y Reconciliación). Moradas: un banquete de desagravio hecho por Gloria Posada en que los comensales hicieron una impresión de sus manos sobre el mantel. Un enorme telón bordado con los nombres de todos los muertos en Bojayá. Semana presenta el proyecto “GPS” del buscador satelital a las siglas Guerrillas, Paramilitares y Sicarios: recorre el croquis de los lugares de las masacres para mirar cómo fueron y cómo son ahora, con información y fotografías. Más de cien obras así dan rostro al destierro.
María Teresa Uribe, socióloga, analista de la violencia, dice que cada vez que los desplazados son presentados como damnificados en los medios y en las investigaciones, se naturaliza este fenómeno del destierro que es político. No se trata de una catástrofe de origen incontrolable sino de un asunto deliberado. En Colombia esto es una marca, una señal particular. El producto interno bruto de la guerra. El mapa del abandono. Los reparadores son los que observan esta señal.
EL ARTE PRODUCE IMÁGENES ALLÍ donde hay un vacío de representación. Donde un asunto concreto como el destierro, en Colombia se hace inexistente.
Los medios dedican estadísticas al tema y la vida de todos los días lo define como unos seres de las aceras pegados a un cartel. La tarea de la puesta en escena es del Museo de Antioquia en la exposición “Destierro y reparación” (abierta hasta noviembre) al hacer un completo recorrido sobre la geografía, la antropología, la sociología y hasta la estética de lo que ha sido este fenómeno que marca a Colombia. Fragilidad, movilidad, miedo y desamparo; objetos, personas, recorridos, lugares y causas del destierro, son tema para más de 50 artistas del siglo XX que dan cuerpo al hecho de sacar a alguien por la fuerza de su lugar y dejarlo sin piso. Obras que tocan, sacuden, remueven.
Juan Manuel Echavarría encuentra en Puerto Berrío las tumbas de los NN que bajan por el río y que los habitantes del pueblo adoptan como suyos con nombre y apellido y les atribuyen milagros. En Bocas de Ceniza siete cantantes con su sola voz narran lo que ocurrió en Bojayá. Víctor Muñoz en Mudas, fotografía en San Carlos, uno de los lugares con más desplazados del oriente antioqueño, la mudanza y el elocuente silencio de las casas abandonadas que cuentan del abrupto final. Libia Posada hace en Signos cardinales el mapa de los viajes sin destino de los que emprenden la marcha forzosa y sobre la propia piel de las piernas de los desterrados (a manera de columnas) hace el dibujo de sus recorridos; su unidad de medida son los pies, las zancadas y los pasos. Carlos Uribe hace una instalación de piso hecho en fotografía, de tierra removida de fosa común para caminar sobre ella: Destapen, destapen. Las pinturas de personas de las comunidades afectadas dan una impresión precisa de su dolor y su miedo: han sido escogidas como huella gráfica de cómo fueron los hechos (colección que ahora está clasificada por la Comisión de Reparación y Reconciliación). Moradas: un banquete de desagravio hecho por Gloria Posada en que los comensales hicieron una impresión de sus manos sobre el mantel. Un enorme telón bordado con los nombres de todos los muertos en Bojayá. Semana presenta el proyecto “GPS” del buscador satelital a las siglas Guerrillas, Paramilitares y Sicarios: recorre el croquis de los lugares de las masacres para mirar cómo fueron y cómo son ahora, con información y fotografías. Más de cien obras así dan rostro al destierro.
María Teresa Uribe, socióloga, analista de la violencia, dice que cada vez que los desplazados son presentados como damnificados en los medios y en las investigaciones, se naturaliza este fenómeno del destierro que es político. No se trata de una catástrofe de origen incontrolable sino de un asunto deliberado. En Colombia esto es una marca, una señal particular. El producto interno bruto de la guerra. El mapa del abandono. Los reparadores son los que observan esta señal.