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Verde mar

Ana María Cano Posada
11 de julio de 2013 - 11:00 p. m.

De espaldas a la Orinoquia y la Amazonia y de cara al centro andino, el ombligo poblado, estamos aquí a estas alturas del planeta casi devastado.

 En cifras es así: 62% del territorio colombiano, compuesto por estos dos océanos verdes y fluviales, que contiene recursos inconmensurables de agua, oxígeno, especies naturales y alberga lugares que son patrimonio de la humanidad, está abandonado y despoblado.

Un ejemplo. No se menciona el escudo Guayanés, que está presente (junto a cinco países vecinos) como último testigo rocoso de suelos evolucionados minerales provenientes del Precámbrico, 4.000 millones de años ha, cuando el planeta era una Pangea, y aflora rotundo en tepuyes en Guainía y Vichada en Colombia, con la mayor masa forestal inalterada del mundo. O la estrella fluvial del Oriente, que Humboldt marcó como máxima expresión de diversidad en el cruce de los ríos Inírida, Atabapo, Orinoco y Guaviare, que recoge caudales descomunales y termina por despeñar sus raudales aguas abajo en Venezuela en los rápidos de Maipures y Atures. Esto constituye el pulmón derecho del oxígeno total del planeta.

De los 768.556 kilómetros cuadrados que componen la Amazonia y la Orinoquia colombiana, 84.909 son de parques naturales nacionales. Pero tienen el menor número de habitantes por kilómetro cuadrado y se recuerdan cuando un conflicto salta en la frontera. Se acepta sin pena que la energía de Puerto Carreño sea provista por Venezuela y que antes sólo con plantas alumbraban pocas horas.

No se encuentra cómo cuidar la inmerecida riqueza natural, pero se deja que toda explotación caiga sobre estas tierras, desde la Casa Arana, con el exterminio de etnias por la fiebre del caucho, a las evangelizaciones de Sofía Muller, que quiso devastar el saber tradicional, con el Instituto Lingüístico de Verano, para inocular sus ideas, y en estos días la ilegalidad del coltán y el tungsteno, el contrabando silvestre de alimentos de Venezuela, o peces ornamentales que salen de Puerto Carreño a $800 y alcanzan los $800.000 cuando van rumbo a sus coleccionistas en el desarrollo. También el proyecto Veracruz del Ingenio Riopaila-Castilla, con 35.000 hectáreas en Santa Rosalía, Vichada, convierte la sabana en soya y palma aceitera. Todas las pestes, coca incluida, salen hacia el Atlántico por ríos cuya riqueza piscícola vienen a buscar turistas de otros lados del mundo, pero que a pesar del abandono los habitantes de estos parajes transitan como vías expeditas y reconocen selvas y sabanas como su propia casa.

Premios alternativos internacionales han reconocido a quienes se han dedicado a cuidar su entorno como santuario: el jardín botánico Mundo Amazónico, por la familia Clavijo, donde antes hubo colonos haciendo ganadería en la selva; Gustavo Rincón, descendiente de los curripacos, que en el ICA de Inírida imparte su conocimiento ancestral a los técnicos que llegan conociendo sólo el mundo virtual; empresarios de ecoturismo que se reúnen con los baquianos para preservar y dar a conocer paisajes que quitan el aliento; la Fundación Orinoquia, creada por un norteamericano y cultivada por la familia Novoa en Carreño. Respetuosos conocedores de este patrimonio de la humanidad, lugareños y hasta colonos convertidos en protectores, dan conservación y uso a este tesoro sobre el que ignoramos todo, pero que dejamos saquear para quitarle al país la protección última contra el cambio climático que promete esta tierra primigenia.

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