Doce años atrás, en noviembre de 2008, viajé a Frontino para verificar una información: “el Cementerio Central de Frontino es la fosa común más grande del occidente antioqueño, en los áticos de las bóvedas incluso hay restos óseos de cuerpos NN tirados por el suelo, los huesos están regados por todas partes”. El dato me lo dio un amigo que estudiaba antropología y hacía poco había visitado aquel lugar. Para entonces yo estudiaba periodismo en la Universidad de Antioquia y en De La Urbe, el periódico universitario, dirigido en ese momento por la periodista Patricia Nieto, estábamos elaborando un especial sobre desaparición forzada en Colombia y esta historia iba a hacer parte del dossier.
Viajé a Frontino con mi amigo y él indicó que debíamos buscar al sepulturero de aquellos años pues era el guardián de esos restos y de su historia. Dimos con el hombre en cuanto llegamos a la puerta del cementerio. Era un tipo amable y conversador, nos enseñó el lugar, nos habló de su origen, de los años que llevaba trabajando allí y en el primer momento que sentí su confianza le conté el motivo de mi visita. No solo confirmó la existencia de restos óseos de cuerpos no identificados amontonados por el suelo como polvo mal barrido, ofreció llevarme a verlos.
Lo seguí, trepamos unos escaños hasta acceder al techo de una bóveda del cementerio. El hombre corrió una placa y saltó dentro de un ático, yo brinqué detrás y lo que vi fue una escena dantesca: cráneos, huesos de pelvis, fémures, húmeros, costillas, radios y muchísimos otros huesos que aparecieron frente a mí, regados y sin ningún tipo de cuidado o protección. Todos eran NN, restos desperdigados de algún desaparecido, la respuesta que alguien espera. Y estaban ahí, tirados, abandonados, la respuesta que alguien no quiere dar.
El sepulturero habló de los NN en el cementerio, los que estábamos viendo y los que seguían enterrados. Contó que la mayoría fueron cuerpos que el Ejército llevó diciendo que eran guerrilleros muertos en combate. Después guardó silencio y, como confesándose, añadió que en el pueblo tenían sospechas: “Los guerrilleros se conocen por las marcas que les deja el morral en la espalda de tanto llevarlo por el monte, y acá traen algunos con espaldas de bebé, traen hasta niños que hacen pasar por ‘guerrillos’. Es que por cada ‘baja’ que den, reciben plata o días de descanso. Por eso hay tanto muerto en estas tierras. Además, hay víctimas de los ‘paras’ a montones, esas también las ‘tapa’ el Ejército, a veces las cogen y las suman a las suyas”.
Por esos días se hablaba de unos jóvenes desaparecidos en Soacha (Cundinamarca) que, entre 24 y 72 horas después de su desaparición, aparecieron como guerrilleros muertos en combate en Ocaña (Norte de Santander). La noticia era un escándalo en las ciudades, pero se conocía poco en las montañas del occidente antioqueño. Ese noviembre de 2008, el sepulturero también nos dijo que lo que pasaba en Frontino se repetía en otros cementerios de la región. En 2019 supimos que el cementerio de Dabeiba también fue otra fosa común de las ejecuciones extrajudiciales que impartieron los militares. La Jurisdicción Especial para la Paz hoy registra que los civiles ejecutados y presentados como muertos en combates fueron 6.402.
Sabemos las cifras, nos horrorizan, pero no tenemos una idea de su dimensión. Más de 6.000 humanos fueron asesinados para que sus victimarios recibieran recompensa. En algún momento no tuvimos Ejército, tuvimos mercenarios.
Doce años atrás, en noviembre de 2008, viajé a Frontino para verificar una información: “el Cementerio Central de Frontino es la fosa común más grande del occidente antioqueño, en los áticos de las bóvedas incluso hay restos óseos de cuerpos NN tirados por el suelo, los huesos están regados por todas partes”. El dato me lo dio un amigo que estudiaba antropología y hacía poco había visitado aquel lugar. Para entonces yo estudiaba periodismo en la Universidad de Antioquia y en De La Urbe, el periódico universitario, dirigido en ese momento por la periodista Patricia Nieto, estábamos elaborando un especial sobre desaparición forzada en Colombia y esta historia iba a hacer parte del dossier.
Viajé a Frontino con mi amigo y él indicó que debíamos buscar al sepulturero de aquellos años pues era el guardián de esos restos y de su historia. Dimos con el hombre en cuanto llegamos a la puerta del cementerio. Era un tipo amable y conversador, nos enseñó el lugar, nos habló de su origen, de los años que llevaba trabajando allí y en el primer momento que sentí su confianza le conté el motivo de mi visita. No solo confirmó la existencia de restos óseos de cuerpos no identificados amontonados por el suelo como polvo mal barrido, ofreció llevarme a verlos.
Lo seguí, trepamos unos escaños hasta acceder al techo de una bóveda del cementerio. El hombre corrió una placa y saltó dentro de un ático, yo brinqué detrás y lo que vi fue una escena dantesca: cráneos, huesos de pelvis, fémures, húmeros, costillas, radios y muchísimos otros huesos que aparecieron frente a mí, regados y sin ningún tipo de cuidado o protección. Todos eran NN, restos desperdigados de algún desaparecido, la respuesta que alguien espera. Y estaban ahí, tirados, abandonados, la respuesta que alguien no quiere dar.
El sepulturero habló de los NN en el cementerio, los que estábamos viendo y los que seguían enterrados. Contó que la mayoría fueron cuerpos que el Ejército llevó diciendo que eran guerrilleros muertos en combate. Después guardó silencio y, como confesándose, añadió que en el pueblo tenían sospechas: “Los guerrilleros se conocen por las marcas que les deja el morral en la espalda de tanto llevarlo por el monte, y acá traen algunos con espaldas de bebé, traen hasta niños que hacen pasar por ‘guerrillos’. Es que por cada ‘baja’ que den, reciben plata o días de descanso. Por eso hay tanto muerto en estas tierras. Además, hay víctimas de los ‘paras’ a montones, esas también las ‘tapa’ el Ejército, a veces las cogen y las suman a las suyas”.
Por esos días se hablaba de unos jóvenes desaparecidos en Soacha (Cundinamarca) que, entre 24 y 72 horas después de su desaparición, aparecieron como guerrilleros muertos en combate en Ocaña (Norte de Santander). La noticia era un escándalo en las ciudades, pero se conocía poco en las montañas del occidente antioqueño. Ese noviembre de 2008, el sepulturero también nos dijo que lo que pasaba en Frontino se repetía en otros cementerios de la región. En 2019 supimos que el cementerio de Dabeiba también fue otra fosa común de las ejecuciones extrajudiciales que impartieron los militares. La Jurisdicción Especial para la Paz hoy registra que los civiles ejecutados y presentados como muertos en combates fueron 6.402.
Sabemos las cifras, nos horrorizan, pero no tenemos una idea de su dimensión. Más de 6.000 humanos fueron asesinados para que sus victimarios recibieran recompensa. En algún momento no tuvimos Ejército, tuvimos mercenarios.