Hace cuatro meses escribí aquí una columna titulada “El jodido dilema de Alejandro Gaviria”. Pues bien, el dilema hoy es todavía más jodido, si se quiere. Decía yo entonces que él tiene “razones de mucho peso para lanzarse y para no lanzarse”; escrito esto, ahora me inclino por que se lance, pese a que los riesgos que yo señalaba no han desaparecido.
¿Por qué lo digo? De un lado, porque los favoritismos en el centro político se han ido desdibujando sin desaparecer. No digo que Alejandro tenga garantizado ser el candidato seleccionado –él también aparece abajo en las encuestas recientes–, pero sí tiene muchas probabilidades. Además, su presencia sería crucial para potenciar el debate contra las candidaturas extremas, hoy ufanas y orondas, incluso triunfalistas, en su relativa popularidad.
Los pesimistas ven la consulta de la Coalición de la Esperanza como una feria en la que habría 13, si no 14, opciones, o sea, un mazacote. Yo en cambio esperaría que al final se decanten máximo cuatro o cinco nombres en ese tarjetón, ya que al tiempo con la consulta se deben armar las listas para el Congreso, indispensables a la hora de dar fuerza a cualquier aspiración de gobierno. Activado el novelista que soy, imaginé escenarios en los que quienes vayan quedando abajo en las encuestas se retiren de la consulta, haciendo dos cosas en el proceso: 1) endosar a alguno de los candidatos mejor posicionados, 2) solicitar acceso a alguna de las listas para el Congreso, en el entendido de que la propia campaña fallida para la consulta de marzo les daría no pocos votos en las elecciones parlamentarias. Y como las listas, casi por definición, serían abiertas, esto sirve a la hora de ser elegidos.
Pase lo que pase, la presencia en el ramillete de la consulta de un intelectual, exministro y tecnócrata de prestigio como Alejandro Gaviria suscitaría el obvio interés de la opinión pública, lo que a su vez la pondría de inmediato en la mirada de los medios. Desde luego que hay otros candidatos de centro y centroizquierda buenos que, además, ejercerían bien la presidencia, con todo y la dañina inercia que el puesto arrastra hoy. Pero nada es previsible a un año de las elecciones en medio de semejante caos de abusos de la Policía, bloqueos, vandalismo e injusticia acumulados.
Las aspiraciones de Alejandro han sido muy bien manejadas por él. Ha dejado que la gente, en particular muchos jóvenes, le pidan con vehemencia que se lance. O sea que no es algo a lo que esté obligado ni mucho menos que no tenga otras opciones en la vida. Justamente dada la calidad e importancia de la rectoría de los Andes, que ahora ejerce, uno de los sacrificios que se le pide es dejarla. Eso, por supuesto, sería para aspirar al puesto más importante que se ofrece hoy en este pobre y vilipendiado país.
Alejandro ha demostrado ser un hombre moderado, de centro, incluso “tibio”, según él mismo se autodefinió hace unas semanas. Este aspecto es clave, pues del actual enredo represivo y de recursos desperdiciados no se sale con un gobierno que quiera hacer las cosas a las malas, sin consensos, sin negociar, sin atender a los diversos intereses que están en juego en un país de 50 millones de habitantes. Por el contrario, las salidas –algo así como el nuevo pacto social– hay que armarlas con paciencia, flexibilidad y sabiduría.
En fin, mucha suerte para Alejandro. Una sonrisa de esa diosa romana nunca sobra.
Hace cuatro meses escribí aquí una columna titulada “El jodido dilema de Alejandro Gaviria”. Pues bien, el dilema hoy es todavía más jodido, si se quiere. Decía yo entonces que él tiene “razones de mucho peso para lanzarse y para no lanzarse”; escrito esto, ahora me inclino por que se lance, pese a que los riesgos que yo señalaba no han desaparecido.
¿Por qué lo digo? De un lado, porque los favoritismos en el centro político se han ido desdibujando sin desaparecer. No digo que Alejandro tenga garantizado ser el candidato seleccionado –él también aparece abajo en las encuestas recientes–, pero sí tiene muchas probabilidades. Además, su presencia sería crucial para potenciar el debate contra las candidaturas extremas, hoy ufanas y orondas, incluso triunfalistas, en su relativa popularidad.
Los pesimistas ven la consulta de la Coalición de la Esperanza como una feria en la que habría 13, si no 14, opciones, o sea, un mazacote. Yo en cambio esperaría que al final se decanten máximo cuatro o cinco nombres en ese tarjetón, ya que al tiempo con la consulta se deben armar las listas para el Congreso, indispensables a la hora de dar fuerza a cualquier aspiración de gobierno. Activado el novelista que soy, imaginé escenarios en los que quienes vayan quedando abajo en las encuestas se retiren de la consulta, haciendo dos cosas en el proceso: 1) endosar a alguno de los candidatos mejor posicionados, 2) solicitar acceso a alguna de las listas para el Congreso, en el entendido de que la propia campaña fallida para la consulta de marzo les daría no pocos votos en las elecciones parlamentarias. Y como las listas, casi por definición, serían abiertas, esto sirve a la hora de ser elegidos.
Pase lo que pase, la presencia en el ramillete de la consulta de un intelectual, exministro y tecnócrata de prestigio como Alejandro Gaviria suscitaría el obvio interés de la opinión pública, lo que a su vez la pondría de inmediato en la mirada de los medios. Desde luego que hay otros candidatos de centro y centroizquierda buenos que, además, ejercerían bien la presidencia, con todo y la dañina inercia que el puesto arrastra hoy. Pero nada es previsible a un año de las elecciones en medio de semejante caos de abusos de la Policía, bloqueos, vandalismo e injusticia acumulados.
Las aspiraciones de Alejandro han sido muy bien manejadas por él. Ha dejado que la gente, en particular muchos jóvenes, le pidan con vehemencia que se lance. O sea que no es algo a lo que esté obligado ni mucho menos que no tenga otras opciones en la vida. Justamente dada la calidad e importancia de la rectoría de los Andes, que ahora ejerce, uno de los sacrificios que se le pide es dejarla. Eso, por supuesto, sería para aspirar al puesto más importante que se ofrece hoy en este pobre y vilipendiado país.
Alejandro ha demostrado ser un hombre moderado, de centro, incluso “tibio”, según él mismo se autodefinió hace unas semanas. Este aspecto es clave, pues del actual enredo represivo y de recursos desperdiciados no se sale con un gobierno que quiera hacer las cosas a las malas, sin consensos, sin negociar, sin atender a los diversos intereses que están en juego en un país de 50 millones de habitantes. Por el contrario, las salidas –algo así como el nuevo pacto social– hay que armarlas con paciencia, flexibilidad y sabiduría.
En fin, mucha suerte para Alejandro. Una sonrisa de esa diosa romana nunca sobra.