Aclaremos de entrada que autoridad y autoritarismo no son lo mismo y que, per se, la autoridad no es de derecha ni de izquierda. El autoritarismo sí lleva severas cargas ideológicas a cuestas. Dice el refranero que la ley es un perro que solo muerde a los de ruana, lo que implica un sesgo a la derecha, pero cuando llega gente armada a secuestrar a una persona pudiente, igualmente tenemos un sesgo autoritario a la izquierda. Aunque bastante más suave que un secuestro, bloquear una vía es un acto autoritario.
Un país como Colombia, en el que se ejercen en simultánea tres, cuatro o cinco autoridades diferentes, muchas veces contrapuestas, vive bajo una versión de autoridad muy debilitada. ¿Qué significa falta de autoridad? Que se burla una ley, se le echa ácido a un policía, se mata a un líder social, se pone una bomba en un centro comercial, se decide arbitrariamente sobre X o Y fenómenos y no pasa nada, sobre todo no pasa lo que tendría que pasar y es que se castigue el delito, se procese al que ejerce violencia sobre el líder social, se reduzca al mínimo el abuso de la Fuerza Pública, se evite el terrorismo y las decisiones legales de Estado —buenas, magníficas, regulares o malas— se ejecuten sin dilación.
¿Siente usted angustia cuando enciende la radio y empieza a oír noticias de espíritu caótico? Yo sí. ¿Por qué? Porque tengo indicios, corazonadas, certezas a medias, certezas casi completas, raramente pruebas porque no soy juez, pero siempre oigo que hay quien tuerza el sentido de las cosas y ponga en duda todo, hasta lo evidente. Los ciudadanos no sabemos la verdad en casos esenciales, nos mienten muchos actores, con frecuencia nos toman por tontos. Y calla con frecuencia la autoridad encargada de zanjar estas dudas.
La debilidad actual de la autoridad no es la borrachera en sí, la cual tuvo lugar en los años 80 y 90 del siglo pasado, cuando Colombia estuvo al borde del abismo, sino una resaca prolongada y dañina. Es preciso recuperar la autoridad, ya sea para que el país recorra un camino por el centro político, otro más a la derecha o más a la izquierda, si así lo desean los electores. Lo que exaspera y no conviene es el marasmo, la inmovilidad, los círculos viciosos, las vueltas en redondo.
Dos focos de autoridad no institucional tienen que ser erradicados lo más pronto posible: los grupos violentos, tanto de extrema izquierda como de extrema derecha, y las mafias puras y duras. El primer foco, siendo muy optimistas, se erradica llegando a un pacto de paz aceptable con las disidencias de las Farc y el Eln, después del cual es preciso aplicar mano dura a quien insista en cualquier forma de lucha armada. El segundo se reduce dramáticamente dando un viraje radical en la guerra contra las drogas, empezando por legalizar la marihuana. Cualquiera que diga que hay otros caminos viables delira. Viejo es el dicho: “No existe signo de locura más claro que hacer lo mismo una y otra vez y esperar un resultado diferente”. La prolongación de ambas guerras, según se han combatido hasta hoy, reproducirá durante años el marasmo que vivimos.
No basta, claro, con desecar las fuentes principales de caos. Hay que construir instituciones serias que estén por encima de las personas, y dotarlas de flexibilidad y legitimidad para que encaucen un país diverso, maleducado y anárquico por el estilo de Colombia. No será fácil, sí, pero por lo menos dejará de ser imposible como parece hoy.
Aclaremos de entrada que autoridad y autoritarismo no son lo mismo y que, per se, la autoridad no es de derecha ni de izquierda. El autoritarismo sí lleva severas cargas ideológicas a cuestas. Dice el refranero que la ley es un perro que solo muerde a los de ruana, lo que implica un sesgo a la derecha, pero cuando llega gente armada a secuestrar a una persona pudiente, igualmente tenemos un sesgo autoritario a la izquierda. Aunque bastante más suave que un secuestro, bloquear una vía es un acto autoritario.
Un país como Colombia, en el que se ejercen en simultánea tres, cuatro o cinco autoridades diferentes, muchas veces contrapuestas, vive bajo una versión de autoridad muy debilitada. ¿Qué significa falta de autoridad? Que se burla una ley, se le echa ácido a un policía, se mata a un líder social, se pone una bomba en un centro comercial, se decide arbitrariamente sobre X o Y fenómenos y no pasa nada, sobre todo no pasa lo que tendría que pasar y es que se castigue el delito, se procese al que ejerce violencia sobre el líder social, se reduzca al mínimo el abuso de la Fuerza Pública, se evite el terrorismo y las decisiones legales de Estado —buenas, magníficas, regulares o malas— se ejecuten sin dilación.
¿Siente usted angustia cuando enciende la radio y empieza a oír noticias de espíritu caótico? Yo sí. ¿Por qué? Porque tengo indicios, corazonadas, certezas a medias, certezas casi completas, raramente pruebas porque no soy juez, pero siempre oigo que hay quien tuerza el sentido de las cosas y ponga en duda todo, hasta lo evidente. Los ciudadanos no sabemos la verdad en casos esenciales, nos mienten muchos actores, con frecuencia nos toman por tontos. Y calla con frecuencia la autoridad encargada de zanjar estas dudas.
La debilidad actual de la autoridad no es la borrachera en sí, la cual tuvo lugar en los años 80 y 90 del siglo pasado, cuando Colombia estuvo al borde del abismo, sino una resaca prolongada y dañina. Es preciso recuperar la autoridad, ya sea para que el país recorra un camino por el centro político, otro más a la derecha o más a la izquierda, si así lo desean los electores. Lo que exaspera y no conviene es el marasmo, la inmovilidad, los círculos viciosos, las vueltas en redondo.
Dos focos de autoridad no institucional tienen que ser erradicados lo más pronto posible: los grupos violentos, tanto de extrema izquierda como de extrema derecha, y las mafias puras y duras. El primer foco, siendo muy optimistas, se erradica llegando a un pacto de paz aceptable con las disidencias de las Farc y el Eln, después del cual es preciso aplicar mano dura a quien insista en cualquier forma de lucha armada. El segundo se reduce dramáticamente dando un viraje radical en la guerra contra las drogas, empezando por legalizar la marihuana. Cualquiera que diga que hay otros caminos viables delira. Viejo es el dicho: “No existe signo de locura más claro que hacer lo mismo una y otra vez y esperar un resultado diferente”. La prolongación de ambas guerras, según se han combatido hasta hoy, reproducirá durante años el marasmo que vivimos.
No basta, claro, con desecar las fuentes principales de caos. Hay que construir instituciones serias que estén por encima de las personas, y dotarlas de flexibilidad y legitimidad para que encaucen un país diverso, maleducado y anárquico por el estilo de Colombia. No será fácil, sí, pero por lo menos dejará de ser imposible como parece hoy.