Por fortuna entrego esta columna los lunes, de modo que en ella no voy a mencionar la Convención Republicana que empieza en unas horas y que NO me apresto a ver —algún extracto se me cruzará en las noticias—, como sí vi casi completa la del Partido Demócrata la semana pasada. De más está decir que no tengo obligación de ser equilibrado en la materia, entre otras razones porque no voto el 3 de noviembre.
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Por fortuna entrego esta columna los lunes, de modo que en ella no voy a mencionar la Convención Republicana que empieza en unas horas y que NO me apresto a ver —algún extracto se me cruzará en las noticias—, como sí vi casi completa la del Partido Demócrata la semana pasada. De más está decir que no tengo obligación de ser equilibrado en la materia, entre otras razones porque no voto el 3 de noviembre.
Al igual que otros columnistas e intelectuales, vivo muy pendiente de lo que pasa en Estados Unidos por la obvia razón de que este es todavía el país más poderoso del mundo. Muy en particular con respecto a América Latina, lo que hacen allá repercute acá con saña. Decía hace poco que en estos países la fecha de la disponibilidad de una eventual vacuna contra el COVID-19 depende en parte de quién gane las elecciones del 3 de noviembre. Es un ejemplo.
Más que estar pensando con el deseo, hoy respiro más tranquilo, pues como mucha gente, yo traía la aprensión aguda de que los demócratas se despelotaran y de que Joe Biden no diera la medida. Esto no pasó. Más que confiar en las encuestas, que bien pueden fluctuar hacia adelante así hoy les sean favorables, la pareja del título luce realmente poderosa y muy bien secundada. El expresidente Obama demostró ser una fuerza para la unión en medio de la gran diversidad que se agrupa en este partido histórico. De ahí que, por un lado, a Biden-Harris los apoyen con total claridad los excandidatos de izquierda, Bernie Sanders y Elizabeth Warren —a la única a la que noté tibia fue a Alexandria Ocasio-Cortez, aunque igual estará en la campaña, lo quiera o no—, pero por el lado opuesto varios prestigiosos conservadores del país se han pronunciado claramente en favor de la dupla: John Kasich, excandidato presidencial republicano y exgobernador de Ohio, un estado que Trump tendría que ganar sí o sí, y Colin Powell, exsecretario de Estado de Bush Jr. y excomandante del aparato militar americano. Hay otros más, incluidos varios columnistas influyentes. Pero, oh extrañeza, a algunos botafuegos la aparición en la Convención Demócrata del ala sensata del Partido Republicano les pareció trivial. No lo es, lejos de.
Por lo demás, varios trumpistas a ultranza, como Steve Bannon, han ido a parar a la cárcel con barrigas y todo por actos corruptos cometidos bajo su mandato. Y Paul Manafort, gestor clave de la campaña de 2016, tiene prisión domiciliaria. Todo eso quita votos.
Me dirán los admiradores de Trump que todavía quedan aquí y allá que faltan los debates. Cierto, si bien el efecto que tendrán, a menos que alguien tenga en ellos un desempeño catastrófico, será muy limitado porque la inmensa mayoría de los votantes ya se decidieron por un candidato, al menos según las encuestas. Mucho se decía que Biden estaba gagá y con tanta seguridad lo afirmaban que algo nos temimos algunos. Pues bien, su brillante discurso de cierre de la convención disipó este temor. Ahora sospecho que quienes deben andar preocupados son los del otro lado, pues la táctica que usó Trump contra Hillary en 2016 bien podría salirle por la culata en los debates esta vez. Hay por donde hacerlo haches y erres, él es el incumbente y no sería raro que esté consciente de su vulnerabilidad y de que va perdiendo. De repente se le trabucan las ideas todavía más de lo que ya están.
Igual, veremos. La expectativa es mundial y tiene por qué serlo.