Tengo un conocido, de cuyo nombre no me voy a acordar, que me cae bien. Es un tipo generoso, quiere hacer el bien, es muy capaz en lo profesional, ha estudiado mucho y adora los libros. Ahora bien, una de sus características de base es ser de derecha, godo, conservador o el calificativo que se quiera usar. Eso, per se y en general, no es un pecado. Aunque están lejos de ser la mayoría, sobre todo en países socialmente averiados como Colombia, conozco personas muy lúcidas con esa inclinación. Mencionemos apenas a David Brooks, el columnista del New York Times, a George Will, el del Washington Post, o a Juan Carlos Echeverry, un colombiano muy agudo también. Yo, valga la obvia aclaración, no comparto las ideas de base con ellos. Hace décadas estoy afiliado a alguna versión del centro político.
Se entiende que alguien sea conservador, defensor de la religión católica y de ciertas tradiciones. Claro que “conservar” es un verbo peligroso de conjugar en un país como este, porque ¿conservar qué? Aquí es mucho más lo que hay que cambiar. O para expresarlo con mayor fuerza, la derecha la tiene difícil hacia adelante porque detener el cambio en Colombia sería un crimen.
A mi amigo, al igual que a casi toda la derecha del mundo, le fastidia que el Estado intervenga en la economía. Dice que el despilfarro es inevitable. Yo le contraargumento que una de las fuentes de corrupción, por paradójica que parezca, es la pobreza del Estado. A los Estados ricos, digamos el de Noruega, es muy difícil robarles. Es cierto que en Europa se exageró alguna vez con el Estado de bienestar. En Suecia el recaudo llegó al 70 % del PIB. Hoy ronda el 50 %. Pero recaudar el 15 % de PIB en impuestos, como sucede en Colombia, o un poco más si se suman los sobrecostos de la nómina, es ridículo. Otros países de América cobran más y la plata más o menos les alcanza para socorrer a la población. México y Guatemala no, y véanlos.
Ok, pero permítanme hacer fast-forward a mayo de 2022. Según las encuestas —falibles y muy fechadas, lo sé, aunque de todos modos termómetros—, a la 2ª vuelta de las presidenciales lo más probable es que pasen Gustavo Petro, quien ya tiene ganada por barrida la consulta de izquierda, junto con el candidato/a de centro que se elegirá en la consulta de marzo.
¿Qué hará mi amigo entonces, aparte de comprar un buen cargamento de antiácidos para que no le avance la úlcera? No me caben aquí las discusiones sobre educación pública que tuve con él. Baste con decir que este será un tema crucial en la campaña. Aclaremos que ninguna persona de centro seria quiere borrar la educación privada, sino lograr que la pública sea ampliamente mayoritaria y compita en calidad y pertinencia. Otros temas contenciosos serán la forma de armar una renta básica universal (RBU) y la reforma tributaria necesaria para financiar todo ello, incluyendo la noción obvia de penalizar de verdad la evasión tributaria.
Pasamos en Colombia por una encrucijada muy peliaguda. En momentos así, aparte de alarmarse y sufrir, tal vez convenga entender que una crisis no puede durar años. Tarde o temprano se resuelve, por las buenas o por las malas. No creo que estemos abocados a lo segundo en el caso actual de Colombia. Para bien o para mal saldremos de la crisis. Lo que no se sabe es en favor de quién se resuelva.
Tengo un conocido, de cuyo nombre no me voy a acordar, que me cae bien. Es un tipo generoso, quiere hacer el bien, es muy capaz en lo profesional, ha estudiado mucho y adora los libros. Ahora bien, una de sus características de base es ser de derecha, godo, conservador o el calificativo que se quiera usar. Eso, per se y en general, no es un pecado. Aunque están lejos de ser la mayoría, sobre todo en países socialmente averiados como Colombia, conozco personas muy lúcidas con esa inclinación. Mencionemos apenas a David Brooks, el columnista del New York Times, a George Will, el del Washington Post, o a Juan Carlos Echeverry, un colombiano muy agudo también. Yo, valga la obvia aclaración, no comparto las ideas de base con ellos. Hace décadas estoy afiliado a alguna versión del centro político.
Se entiende que alguien sea conservador, defensor de la religión católica y de ciertas tradiciones. Claro que “conservar” es un verbo peligroso de conjugar en un país como este, porque ¿conservar qué? Aquí es mucho más lo que hay que cambiar. O para expresarlo con mayor fuerza, la derecha la tiene difícil hacia adelante porque detener el cambio en Colombia sería un crimen.
A mi amigo, al igual que a casi toda la derecha del mundo, le fastidia que el Estado intervenga en la economía. Dice que el despilfarro es inevitable. Yo le contraargumento que una de las fuentes de corrupción, por paradójica que parezca, es la pobreza del Estado. A los Estados ricos, digamos el de Noruega, es muy difícil robarles. Es cierto que en Europa se exageró alguna vez con el Estado de bienestar. En Suecia el recaudo llegó al 70 % del PIB. Hoy ronda el 50 %. Pero recaudar el 15 % de PIB en impuestos, como sucede en Colombia, o un poco más si se suman los sobrecostos de la nómina, es ridículo. Otros países de América cobran más y la plata más o menos les alcanza para socorrer a la población. México y Guatemala no, y véanlos.
Ok, pero permítanme hacer fast-forward a mayo de 2022. Según las encuestas —falibles y muy fechadas, lo sé, aunque de todos modos termómetros—, a la 2ª vuelta de las presidenciales lo más probable es que pasen Gustavo Petro, quien ya tiene ganada por barrida la consulta de izquierda, junto con el candidato/a de centro que se elegirá en la consulta de marzo.
¿Qué hará mi amigo entonces, aparte de comprar un buen cargamento de antiácidos para que no le avance la úlcera? No me caben aquí las discusiones sobre educación pública que tuve con él. Baste con decir que este será un tema crucial en la campaña. Aclaremos que ninguna persona de centro seria quiere borrar la educación privada, sino lograr que la pública sea ampliamente mayoritaria y compita en calidad y pertinencia. Otros temas contenciosos serán la forma de armar una renta básica universal (RBU) y la reforma tributaria necesaria para financiar todo ello, incluyendo la noción obvia de penalizar de verdad la evasión tributaria.
Pasamos en Colombia por una encrucijada muy peliaguda. En momentos así, aparte de alarmarse y sufrir, tal vez convenga entender que una crisis no puede durar años. Tarde o temprano se resuelve, por las buenas o por las malas. No creo que estemos abocados a lo segundo en el caso actual de Colombia. Para bien o para mal saldremos de la crisis. Lo que no se sabe es en favor de quién se resuelva.