Pese a la tentación polarizada y polarizante de emprender desde ya una crítica cerrada al gobierno de Iván Duque, quien ayer se posesionó como presidente de Colombia, una voz me dice que es mejor darle un compás de espera e ir viendo qué hace. La cita bíblica que viene a mano es: “por sus frutos los conoceréis”.
Hablando de frutos, por ahora las uvas están verdes, lo que no obsta para reconocer que Duque no llenó el gabinete de dinosaurios —con un par de excepciones—. Se puede incluso decir que ninguno de los ministros parece encaminado derecho al fracaso y, pecando de optimistas, que hay media docena a los que se les pueden augurar éxitos.
Las que sí se destacan de entrada son las limitaciones de un modelo político pacato. Por ejemplo, centrar las revisiones del Acuerdo de Paz en el carácter imperdonable del narcotráfico, a lo que se suma la demonización de la dosis personal, sitúa al gobierno en una trayectoria de colisión con la tendencia internacional contraria, en la que se abren paso a distinto ritmo formas variadas de despenalización —trato médico a los adictos, control en la distribución y cobro de impuestos a las ventas legales para adultos—, según los países de que se trate. Solo Colombia anda montada en el embeleco de endurecer el prohibicionismo, pese a su reiterado fracaso. Esa es una soledad vergonzosa.
Un segundo dilema se perfila con claridad: el económico. Es cierto que el sistema impositivo colombiano está desbalanceado —cobra impuestos muy altos a las empresas formales, mientras que grava con extrema delicadeza a las personas naturales y permite la evasión del IVA a lo largo y ancho del país—, pero todavía más cierto es que la inequidad, en medio de la cual se incuba el populismo, solo se puede combatir con plata y decisión política, ambas en cantidades abundantes que no parecen disponibles para un gobierno proclive a respetar en demasía el statu quo. Duque no quiere molestar a nadie y así, con tanto respeto, va a molestar a los que necesitan cambios, sobre todo, a los jóvenes.
Pero lo que en la jerga del béisbol se llama hard ball —algo así como la pelea sin guantes— va a tener lugar en el Congreso. El nuestro tiene algo de circo romano y habrá senadores y representantes con ganas de echar ministros a los leones cuando les lleguen con el cuento de que el presidente no quiere repartir mermelada. Casos frecuentes de chantaje se han visto en el pasado y siempre ha quedado claro que importa poco quién es el presidente. Porque un grupo muy grande de congresistas son conservadores, en el sentido no partidista de conservadores de sus puestos. Para eso necesitan ganar elecciones y muchos solo saben ganarlas de la mano de los contratistas.
Aunque uno quisiera pensar que Duque tiene los pantalones que se necesitan para dar esta pelea, ahí es donde todavía nadie lo ha visto desempeñarse como un peso pesado. Un contrincante, clientelista de racamandaca él, lo llamó “pollo” durante la campaña. Ya veremos si el pollo se vuelve gallo o si, por el contrario, lo vuelven fricasé.
Termino por desear que mis prevenciones se demuestren falsas y que a Duque le vaya bien en el gobierno. No por cliché deja de ser cierto que como le vaya a él nos irá a la inmensa mayoría de los colombianos, hecha excepción de los aprovechadores de catástrofes, que también los hay. Jodida que es la vida, a veces después de una catástrofe política sobreviene otra todavía mayor.
andreshoyos@elmalpensante.com, @andrewholes
Pese a la tentación polarizada y polarizante de emprender desde ya una crítica cerrada al gobierno de Iván Duque, quien ayer se posesionó como presidente de Colombia, una voz me dice que es mejor darle un compás de espera e ir viendo qué hace. La cita bíblica que viene a mano es: “por sus frutos los conoceréis”.
Hablando de frutos, por ahora las uvas están verdes, lo que no obsta para reconocer que Duque no llenó el gabinete de dinosaurios —con un par de excepciones—. Se puede incluso decir que ninguno de los ministros parece encaminado derecho al fracaso y, pecando de optimistas, que hay media docena a los que se les pueden augurar éxitos.
Las que sí se destacan de entrada son las limitaciones de un modelo político pacato. Por ejemplo, centrar las revisiones del Acuerdo de Paz en el carácter imperdonable del narcotráfico, a lo que se suma la demonización de la dosis personal, sitúa al gobierno en una trayectoria de colisión con la tendencia internacional contraria, en la que se abren paso a distinto ritmo formas variadas de despenalización —trato médico a los adictos, control en la distribución y cobro de impuestos a las ventas legales para adultos—, según los países de que se trate. Solo Colombia anda montada en el embeleco de endurecer el prohibicionismo, pese a su reiterado fracaso. Esa es una soledad vergonzosa.
Un segundo dilema se perfila con claridad: el económico. Es cierto que el sistema impositivo colombiano está desbalanceado —cobra impuestos muy altos a las empresas formales, mientras que grava con extrema delicadeza a las personas naturales y permite la evasión del IVA a lo largo y ancho del país—, pero todavía más cierto es que la inequidad, en medio de la cual se incuba el populismo, solo se puede combatir con plata y decisión política, ambas en cantidades abundantes que no parecen disponibles para un gobierno proclive a respetar en demasía el statu quo. Duque no quiere molestar a nadie y así, con tanto respeto, va a molestar a los que necesitan cambios, sobre todo, a los jóvenes.
Pero lo que en la jerga del béisbol se llama hard ball —algo así como la pelea sin guantes— va a tener lugar en el Congreso. El nuestro tiene algo de circo romano y habrá senadores y representantes con ganas de echar ministros a los leones cuando les lleguen con el cuento de que el presidente no quiere repartir mermelada. Casos frecuentes de chantaje se han visto en el pasado y siempre ha quedado claro que importa poco quién es el presidente. Porque un grupo muy grande de congresistas son conservadores, en el sentido no partidista de conservadores de sus puestos. Para eso necesitan ganar elecciones y muchos solo saben ganarlas de la mano de los contratistas.
Aunque uno quisiera pensar que Duque tiene los pantalones que se necesitan para dar esta pelea, ahí es donde todavía nadie lo ha visto desempeñarse como un peso pesado. Un contrincante, clientelista de racamandaca él, lo llamó “pollo” durante la campaña. Ya veremos si el pollo se vuelve gallo o si, por el contrario, lo vuelven fricasé.
Termino por desear que mis prevenciones se demuestren falsas y que a Duque le vaya bien en el gobierno. No por cliché deja de ser cierto que como le vaya a él nos irá a la inmensa mayoría de los colombianos, hecha excepción de los aprovechadores de catástrofes, que también los hay. Jodida que es la vida, a veces después de una catástrofe política sobreviene otra todavía mayor.
andreshoyos@elmalpensante.com, @andrewholes