Hace cincuenta o cien años no había más contradicciones que hoy, tampoco menos. Ellas son —para usar un cliché inevitable— la ley de la vida. Todo individuo con algo de autoestima, o hasta sin ella, tiene opiniones sobre multitud de temas, muchas veces contradictorias, se vea afectado o no directamente. Multipliquemos esto por tres, cuatro y hasta cinco mil millones —saco solo a quienes están tan pendientes de la supervivencia que no tienen tiempo de pensar en nada más— y se tendrá un panorama del fenómeno.
Cualquiera, apenas hojeando este periódico, encontrará contradicciones no resueltas en abundancia. Lo que sí se puede afirmar es que la democracia es el reino de las contradicciones normales, o hasta de las imposibles, mientras que las autocracias se pueden y se suelen hacer pedazos cuando surge una contradicción inmanejable. Claro, mientras el régimen se desbarata intente llevarle la contraria al poder en Cuba, Venezuela, Corea del Norte o Rusia. Sin saberlo en su momento, Montesquieu con división de poderes estaba solucionando la contradicción biológica de la especie, que enfrentaba al egoísmo de la selección natural con la eusocialidad, también natural.
Una forma de agrupar las contradicciones es por placas tectónicas, o sea, mediante una metáfora geológica relacionada con los terremotos, comunes en materia de opiniones. Está la muy básica de los optimistas y los pesimistas o, aunque no es lo mismo, de los liberales y los conservadores, categorías a las que se deben agregar los extremistas, para no hablar de los “originales” o los locos. Hay otra división tradicional entre jóvenes y veteranos, usualmente llamados “viejos” por los primeros. A los jóvenes les encanta eso de “cambiar el mundo”, mientras que los veteranos saben que el mundo cambia poco y por lo general hace lo que le viene en gana. Campea en estas discusiones el concepto de anacronismo. Algunos opinamos que las cosas no desaparecen, solo se transforman; aunque hay novedades y planteamientos contemporáneos de gran calado, es evidente que esas categorías también albergan ideas bastante idiotas, estén o no de moda. Y existen las contradicciones causadas por la geografía. Un finlandés y un mongol no tienen por qué opinar lo mismo.
La teología y las religiones son especialistas en las contradicciones. La más exitosa de las propias del siglo XX, el leninismo, usaba como motor de sus acciones eso de “agudizar las contradicciones”, método que todavía se aplica hoy.
De cualquier modo, la vida es contradictoria de raíz. Se nace, lo que implica esperanza, pero se muere, lo que implica desesperanza. En la mitad, todos nos movemos, a veces con un optimismo incauto. Hablamos mucho de un futuro que no habremos de ver.
Las redes sociales sí han vuelto más explícitas las contradicciones, porque no bien uno escribe “qué bello día”, saltan dos, tres o más personas a decir: “no sea badulaque, nada bello hay hoy”. De más está decir que quienes concuerdan en que el día es bello no lo escriben; escriben sobre todo los que quieren pelea y discordia. Nada grave, si uno ya lo sabe y tiene la piel dura.
No se nos puede olvidar que prácticamente todos los que estamos en la brega tenemos contradicciones varias. De un lado nos beneficia que A tenga éxito y tal vez nos perjudica que B lo tenga, pero A no nos cae tan bien y B tal vez sí. ¿Cómo reaccionar? Lo adivinaron los lectores, de forma contradictoria, tratando eso sí de explicar algo por el camino.
Hace cincuenta o cien años no había más contradicciones que hoy, tampoco menos. Ellas son —para usar un cliché inevitable— la ley de la vida. Todo individuo con algo de autoestima, o hasta sin ella, tiene opiniones sobre multitud de temas, muchas veces contradictorias, se vea afectado o no directamente. Multipliquemos esto por tres, cuatro y hasta cinco mil millones —saco solo a quienes están tan pendientes de la supervivencia que no tienen tiempo de pensar en nada más— y se tendrá un panorama del fenómeno.
Cualquiera, apenas hojeando este periódico, encontrará contradicciones no resueltas en abundancia. Lo que sí se puede afirmar es que la democracia es el reino de las contradicciones normales, o hasta de las imposibles, mientras que las autocracias se pueden y se suelen hacer pedazos cuando surge una contradicción inmanejable. Claro, mientras el régimen se desbarata intente llevarle la contraria al poder en Cuba, Venezuela, Corea del Norte o Rusia. Sin saberlo en su momento, Montesquieu con división de poderes estaba solucionando la contradicción biológica de la especie, que enfrentaba al egoísmo de la selección natural con la eusocialidad, también natural.
Una forma de agrupar las contradicciones es por placas tectónicas, o sea, mediante una metáfora geológica relacionada con los terremotos, comunes en materia de opiniones. Está la muy básica de los optimistas y los pesimistas o, aunque no es lo mismo, de los liberales y los conservadores, categorías a las que se deben agregar los extremistas, para no hablar de los “originales” o los locos. Hay otra división tradicional entre jóvenes y veteranos, usualmente llamados “viejos” por los primeros. A los jóvenes les encanta eso de “cambiar el mundo”, mientras que los veteranos saben que el mundo cambia poco y por lo general hace lo que le viene en gana. Campea en estas discusiones el concepto de anacronismo. Algunos opinamos que las cosas no desaparecen, solo se transforman; aunque hay novedades y planteamientos contemporáneos de gran calado, es evidente que esas categorías también albergan ideas bastante idiotas, estén o no de moda. Y existen las contradicciones causadas por la geografía. Un finlandés y un mongol no tienen por qué opinar lo mismo.
La teología y las religiones son especialistas en las contradicciones. La más exitosa de las propias del siglo XX, el leninismo, usaba como motor de sus acciones eso de “agudizar las contradicciones”, método que todavía se aplica hoy.
De cualquier modo, la vida es contradictoria de raíz. Se nace, lo que implica esperanza, pero se muere, lo que implica desesperanza. En la mitad, todos nos movemos, a veces con un optimismo incauto. Hablamos mucho de un futuro que no habremos de ver.
Las redes sociales sí han vuelto más explícitas las contradicciones, porque no bien uno escribe “qué bello día”, saltan dos, tres o más personas a decir: “no sea badulaque, nada bello hay hoy”. De más está decir que quienes concuerdan en que el día es bello no lo escriben; escriben sobre todo los que quieren pelea y discordia. Nada grave, si uno ya lo sabe y tiene la piel dura.
No se nos puede olvidar que prácticamente todos los que estamos en la brega tenemos contradicciones varias. De un lado nos beneficia que A tenga éxito y tal vez nos perjudica que B lo tenga, pero A no nos cae tan bien y B tal vez sí. ¿Cómo reaccionar? Lo adivinaron los lectores, de forma contradictoria, tratando eso sí de explicar algo por el camino.