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Me han llegado dudas, tras años como columnista afirmativo. Quizá la razón primordial sea que hace algo menos de un mes me fui de cabeza contra un separador vial, me partí tres dientes y adquirí unas lagunas considerables que todavía no ceden. Sospecho que mi vieja seguridad de ciclista, tras algo más de 30 años en los que máximo me había hecho raspaduras dolorosas, falló seriamente. No sé si aproveché el accidente para dudar o si la duda me vino de forma inevitable.
Tampoco sé si las dudas sean un subproducto de la época o las fomente la fragilidad de mi condición. Da más o menos igual pues el discurso es el mismo. Encuentro la presidencia de Duque débil, según lo esperaba, pero no me convence la catástrofe que algunos ven venir. Petro, la gran alternativa, se ha debilitado mucho, así el hombre no esté enterrado ni mucho menos. Eso sí, para lo que viene necesita de la credulidad de la gente. No veo que la credulidad abunde ahora en Colombia. No les creen ni a Duque ni a Uribe. Nadie, por lo que veo, dicta hoy cátedra aquí. La incredulidad me agrada, entre otras cosas porque hace mucho que no sigo la cátedra de nadie. Solía “dictar” mi propia cátedra, pero queda dicho que ahora ni eso.
El cuerpo nos traiciona. Mete olvidos por las costuras; mete lagunas. He vuelto a ver el escepticismo con alegría. Nada está del todo claro. Incluso lo que sigue no es obvio. Fácil solía ser esto de concluir una columna. Ya no.
Colombia no es un país predecible. Lejos de. El mercado funciona más o menos bien, pero un grupo grande de gente no cree en el mercado. Sospecha que es objeto de fuertes manipulaciones. Estas suceden, cierto, si bien dudo que sea posible engañar al mercado durante demasiado tiempo. Los precios traicionan al especulador, al manipulador.
Duque va a ser un presidente mediocre; estoy casi seguro de ello. Igual, miro a López Obrador o a Bolsonaro, para no hablar de Evo Morales o del inefable Maduro, y veo que en otros países el peligro es mayor. Hasta Estados Unidos anda postergando los problemas y no se ve quién podría relevar a Trump, una clara castástrofe a la que, repito, no se le ve una alternativa clara. La lúcida Europa ataca con ahínco el problema de la inmigración, y no parece entender que si la población nativa disminuye, alguien, quizá los africanos, tendrá que llenar el vacío, pero los africanos no les gustan a los europeos de origen, al menos no a su mayoría.
Me late que el último censo colombiano nos midió incompletos. Sí, somos menos de lo esperado, pero no hasta el punto que dicen las cifras. Además, debemos sumar a la ecuación un millón de venezolanos. ¿Cuántos colombianos volvieron del hermano país? ¿Trescientos mil? No he leído una cifra convincente.
Doris Salcedo, la premiada y muy celebrada artista local, no menciona por ninguna parte la prohibición como fuente de la violencia que nos azotó. Parece pensar que sus raíces son ante todo morales. No hay tal.
Venezuela va de culo pal estanco. No hay alternativa allá, es decir acá, pues tenemos una frontera gigantesca con ese país. Los venezolanos aportan mucho valor a Colombia. ¿Alguien duda eso? Claro, también traen problemas colosales.
En fin, queridos lectores, estoy abierto a ideas nuevas. Puse mis viejas seguridades en suspensión por un tiempo. Leo mucho y con interés. Espero que alguien hable bien del huevo filosofal. Además, tengo que mover y perpetuar una revista que se llama El Malpensante. Menudo lío. Un abrazo,
andreshoyos@elmalpensante.com.