Vuelvo sobre un tema ya tratado aquí antes, el de los usos del poder, ahora a propósito de un dilema que le ha surgido a Alejandro Gaviria.
En muy apretada síntesis, un grupo grande de ciudadanos/as, sobre todo jóvenes, le proponen a Alejandro que se lance a buscar la Presidencia de Colombia y participe en la consulta de centro y centroizquierda que se llevará a cabo en marzo de 2022. ¿Tiene posibilidades de ganarla y después ser elegido en la 2ª vuelta? Sí. ¿Tiene certeza de ese resultado? No.
Miremos algunos criterios que deben de pesarle a Alejandro a la hora de tomar esta posible decisión. Si gana y sale de presidente, el proceso sería un éxito, así una consecuencia inevitable de ello fuere que en 2026, recién cumplidos los 60 años, se volvería un desempleado de lujo. ¿A qué se dedicaría entonces? Eso tiene que pensarlo. No es fácil que le aparezca un puesto nacional con el peso del que hoy tiene: rector de la Universidad de los Andes. Falta saber si le interesa un puesto internacional, como los que ha ocupado Michelle Bachelet tras su propio desempleo de lujo. De esos sí habría varios disponibles.
Claro que de no ganar, Alejandro habrá perdido la rectoría que hoy ocupa, puesto que por definición no le guardan a nadie. Recuérdese que Rudy Hommes renunció a esa misma rectoría con la perspectiva de participar en la elección para la Alcaldía de Bogotá, perspectiva que no se concretó. Entonces se quedó sin el pan y sin el queso. Durante varios lustros ha ejercido de banquero privado de inversión y columnista. ¿Valió la pena? Es Rudy quien tendría que contestarnos eso.
Sin embargo, dado que hay otros buenos candidatos de centro y centroizquierda, a Alejandro habría que preguntarle algo todavía más importante que el posible resultado: ¿qué programa o realización hace absolutamente indispensable que sea él el elegido y nadie más? O sea, ¿cuál es el círculo virtuoso que solo él podría instalar desde la Presidencia? En ello pesa mucho la bancada parlamentaria con la que contaría y, en particular, su posibilidad de convencerlos de acompañarlo en alguna aventura audaz. De más está decir que solo Alejandro puede responder a esta pregunta.
Por supuesto que una universidad de peso y prestigio como los Andes tiene mucha trascendencia en el futuro de Colombia. Uno estima que allí la rectoría se puede ejercer, digamos, diez o quince años. Claro, hay profesores y un consejo directivo, pero por definición no existe nada equivalente a una bancada parlamentaria ni tiene que temer a una oposición agresiva, a menos que su gestión sea un fiasco, algo que no está pasando y que no luce para nada probable.
Las otras consideraciones que Alejandro ha mencionado sí tienen peso, pero no pueden ser determinantes. Él sabe que sería blanco de críticas severas, aunque vaya uno a saber si peores que las que ya padeció como ministro. No tiene tampoco garantías de que su salud dure décadas, si bien la recurrencia de un cáncer controlado como el suyo no es común y no tiene por qué ser un criterio decisorio. Por último, no existe el dilema de ahora o nunca: Alejandro es elegible al menos diez años más.
Lo anterior da, al menos a mí, razones de mucho peso para lanzarse y para no lanzarse, así convenga dejarnos en la duda un buen rato y no solo para alimentar la autoestima, sino para mantener varios temas sobre la mesa. Ya veremos qué dice Alejandro.
Vuelvo sobre un tema ya tratado aquí antes, el de los usos del poder, ahora a propósito de un dilema que le ha surgido a Alejandro Gaviria.
En muy apretada síntesis, un grupo grande de ciudadanos/as, sobre todo jóvenes, le proponen a Alejandro que se lance a buscar la Presidencia de Colombia y participe en la consulta de centro y centroizquierda que se llevará a cabo en marzo de 2022. ¿Tiene posibilidades de ganarla y después ser elegido en la 2ª vuelta? Sí. ¿Tiene certeza de ese resultado? No.
Miremos algunos criterios que deben de pesarle a Alejandro a la hora de tomar esta posible decisión. Si gana y sale de presidente, el proceso sería un éxito, así una consecuencia inevitable de ello fuere que en 2026, recién cumplidos los 60 años, se volvería un desempleado de lujo. ¿A qué se dedicaría entonces? Eso tiene que pensarlo. No es fácil que le aparezca un puesto nacional con el peso del que hoy tiene: rector de la Universidad de los Andes. Falta saber si le interesa un puesto internacional, como los que ha ocupado Michelle Bachelet tras su propio desempleo de lujo. De esos sí habría varios disponibles.
Claro que de no ganar, Alejandro habrá perdido la rectoría que hoy ocupa, puesto que por definición no le guardan a nadie. Recuérdese que Rudy Hommes renunció a esa misma rectoría con la perspectiva de participar en la elección para la Alcaldía de Bogotá, perspectiva que no se concretó. Entonces se quedó sin el pan y sin el queso. Durante varios lustros ha ejercido de banquero privado de inversión y columnista. ¿Valió la pena? Es Rudy quien tendría que contestarnos eso.
Sin embargo, dado que hay otros buenos candidatos de centro y centroizquierda, a Alejandro habría que preguntarle algo todavía más importante que el posible resultado: ¿qué programa o realización hace absolutamente indispensable que sea él el elegido y nadie más? O sea, ¿cuál es el círculo virtuoso que solo él podría instalar desde la Presidencia? En ello pesa mucho la bancada parlamentaria con la que contaría y, en particular, su posibilidad de convencerlos de acompañarlo en alguna aventura audaz. De más está decir que solo Alejandro puede responder a esta pregunta.
Por supuesto que una universidad de peso y prestigio como los Andes tiene mucha trascendencia en el futuro de Colombia. Uno estima que allí la rectoría se puede ejercer, digamos, diez o quince años. Claro, hay profesores y un consejo directivo, pero por definición no existe nada equivalente a una bancada parlamentaria ni tiene que temer a una oposición agresiva, a menos que su gestión sea un fiasco, algo que no está pasando y que no luce para nada probable.
Las otras consideraciones que Alejandro ha mencionado sí tienen peso, pero no pueden ser determinantes. Él sabe que sería blanco de críticas severas, aunque vaya uno a saber si peores que las que ya padeció como ministro. No tiene tampoco garantías de que su salud dure décadas, si bien la recurrencia de un cáncer controlado como el suyo no es común y no tiene por qué ser un criterio decisorio. Por último, no existe el dilema de ahora o nunca: Alejandro es elegible al menos diez años más.
Lo anterior da, al menos a mí, razones de mucho peso para lanzarse y para no lanzarse, así convenga dejarnos en la duda un buen rato y no solo para alimentar la autoestima, sino para mantener varios temas sobre la mesa. Ya veremos qué dice Alejandro.