El dúo, antes dinámico y hoy en plena gazapera, de Cristina Fernández, viuda de Kirchner (CFK), y Alberto ídem —no son parientes— ha sufrido una dramática derrota electoral, con salidas a cual más incierta. Démosle un repaso a esta crisis.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
El dúo, antes dinámico y hoy en plena gazapera, de Cristina Fernández, viuda de Kirchner (CFK), y Alberto ídem —no son parientes— ha sufrido una dramática derrota electoral, con salidas a cual más incierta. Démosle un repaso a esta crisis.
Una rauda generalización nos permitirá calibrar el fenómeno: el peronismo ha sido la fuerza dominante en la política argentina desde hace más de 60 años, lapso en el cual el país ha pasado de estar a la vanguardia económica del mundo en desarrollo a la más penosa mediocridad. O sea que el peronismo ha dilapidado su notable popularidad. En fin, hay pocas cosas más incomprensibles en América Latina que el fanatismo de los argentinos por Juan Domingo Perón, un caudillo pasado de moda, no una ideología.
A raíz de la crisis actual, ¿el peronismo por fin se debilitará a largo plazo? No se sabe. ¿Por qué? Porque concierne a los impredecibles argentinos, quienes les han permitido a los peronistas apostar en casinos que en otros países del mundo están cerrados. Tomemos uno: la inflación. Este fenómeno, que se suele considerar el peor de los impuestos pues se ensaña con los indefensos, ronda hoy allá el 50 %, cifra impensable en otros países, y bien podría aumentar en unos meses. Alberto Fernández hace parte de una variopinta serie de figuras, muchas recordadas como menos que mediocres: Carlos Ménem, Eduardo Duhalde, Néstor Kirchner y CFK, hoy camuflada de vicepresidenta. Más atrás, María Estela Martínez y Cámpora, par de calamidades, para no hablar de los Montoneros.
Muy cierto sí es que en Argentina las tendencias contrarias al peronismo suelen cometer errores casi inexplicables. Entre muchos ejemplos, citemos el Pacto de los Olivos, suscrito por iniciativa de Raúl Alfonsín. Ahí se acordó un exabrupto incalificable. El balotaje o 2ª vuelta no se evita, como en cualquier lugar sensato, cuando en la 1ª vuelta un candidato obtiene el 50 % de los votos más uno, sino que aplican unos cálculos enredados y tramposos. El candidato de mayor votación gana si obtiene por encima del 45 %, incluso por encima del 40 %, si además excede en 10 % a su siguiente contrincante. De hecho, entre Fernández y Macri no hubo 2ª vuelta (48 % contra 40 %), como la habría habido, digamos, en Colombia. Este Pacto de los Olivos huele a podrido aún hoy, casi 30 años después de suscrito.
Volviendo al presente, se confirmó lo que se sospechaba. El verdadero poder, ahora muy menguado, lo tiene CFK, no Alberto Fernández. El presidente simplemente obedeció la orden de cambiar el gabinete, sacrificando incluso a varios allegados y poniendo claros enemigos en posiciones de poder. O sea que es, según se sospechaba, un figurón. ¿Qué se ve venir? Tampoco se vislumbra bien. El peronismo podría encaminarse a una debacle en las elecciones parlamentarias de noviembre y en las presidenciales de 2023, así en tiempos recientes las gestiones de su oponente, Mauricio Macri, fueran mediocres e ineficaces. ¿Tendrá otra oportunidad el conocido empresario? Puede que sí, puede que no. La medida decisiva será si logra implantar un programa mínimo que desmonte las graves distorsiones de origen peronista que paralizan al país, como el cierre casi total de la economía. Argentina constituye hoy un museo de prácticas fracasadas en medio mundo.
En fin, lo que en últimas importa es detectar cómo se rompe el círculo vicioso del populismo. Presumo que es posible, si bien ignoro la fórmula.